Por Melissa Serrato Ramírez Foto Boris Horvat / AFP
El Tiempo
“Por favor, háblenme duro porque estoy muy sordo”, previene el artista antioqueño Fernando Botero. Lo dice sin vergüenza, más bien con desparpajo y como un acto de generosidad con los seis periodistas que lo rodean, pues está en la mejor disposición para hablar sobre la exposición ‘Botero, diálogo con Picasso’.
Eso sí, conserva intacta la lucidez y, sobre todo, el orgullo de haber creado un estilo único, que por estos días lo tiene exhibiendo 60 de sus cuadros junto a 20 del gran maestro del siglo XX Pablo Picasso. El montaje, curado por Cecilia Braschi, se presenta en el centro de arte Hôtel de Caumont de la ciudad francesa de Aix-en-Provence (sureste) y destaca las referencias comunes de estos dos artistas.
La muestra se abre con el óleo ‘La calle’ (2000), en el que se ve una tradicional calle de Medellín, más bien estrecha, donde se cruzan personas de diferentes edades, niveles sociales y razas. Es una forma de introducir al espectador en la identidad artística, geográfica y cromática de Botero.
De allí se pasa a las nueve salas que componen la exposición y que evidencian las cercanías de los dos artistas: su paleta, su monumentalidad, la sensualidad en los volúmenes, la deformación del cuerpo y la mirada subjetiva; así mismo, los desnudos, naturalezas muertas, autorretratos, retratos de los grandes maestros del arte y versiones propias de pinturas icónicas. Y también la tauromaquia, el circo y la danza, temáticas que articulan el recorrido.
Pero no hay que creer que este montaje presenta la obra de Botero como un calco de la de Picasso; de hecho, permite apreciar enormes diferencias en sus concepciones del arte. El colombiano explica en un video, en medio del recorrido, que eso que en Picasso es “la deconstrucción de la forma es, digamos, lo contrario de lo que yo hago: tratar de construir. Es fascinante ese proceso de Picasso con la guitarra, por ejemplo: cogió una y eliminó la idea de la escultura como volumen. Yo hice lo contrario: insistí sobre la masa, sobre el volumen. Entonces, hay esa admiración por Picasso, pero, al mismo tiempo, una actitud de revelarme contra el papá”. Al final, la honestidad de este hombre de 85 años produce un coro de risas y revela a un Botero mucho más accesible que el de hace unos 20 años. Pareciera que ha ganado en bonhomía y perdido en rigidez, y fue eso precisamente lo que le permitió a este grupo de periodistas acercarse al maestro y mantener esta conversación que aquí reproducimos.
¿La réplica que le hace a Picasso es una rebelión contra el papá, como dice en el video, o el efecto de su admiración?
No se trata de una competencia, un mano a mano o una negación de nada. Es una oportunidad para presentar dos artistas que tienen estilos diferentes, pero no opuestos. Tuve una gran influencia de Picasso, sobre todo de joven, cuando descubrí la época azul y rosa.
Pinté durante unos meses en esa línea y después me interesaron las naturalezas muertas de Picasso y pinté con toques ligeramente cubistas en mis cuadros, pero hoy ya están asimiladas esas influencias y me queda una enorme admiración por Picasso, pero no soy un seguidor de Picasso. Sigo mi línea, mis convicciones. Tal vez es un homenaje que yo le hago a Picasso de presentar mis obras a su lado y un gran honor para mí poner mis cuadros al lado de los de él. Es un gran maestro.
Su obra siempre ha sido figurativa, mientras que Picasso rompe con eso. ¿Qué diálogo puede haber entre ustedes?
Picasso nunca hizo cuadros abstractos; son figurativos en un sentido a veces muy oscuro, que llega casi a la abstracción, pero siempre uno ve la botella, la flor, la mujer… Creo en la figuración y por eso nunca traté de ser abstracto, porque pienso que la pintura es un equilibrio entre fuerzas decorativas y expresivas. Si se va mucho a la abstracción, se vuelve decorativa y pierde el elemento poético.
¿Ver sus cuadros junto a los de un maestro como Picasso lo hace ser más consciente de la impronta que dejará su obra?
Uno nunca sabe qué va a pasar con la obra de uno. Pero no me siento aplastado por la obra de Picasso. Es, por supuesto, el gran maestro, pero mi estilo es claro y es el resultado de mucho trabajo: 65 años de pintar todos los días.
¿Hay otros pintores que entren en este diálogo?
Muchos. La forma de enriquecer la obra es pasar por la influencia de muchos artistas, porque nada nace de nada, sino de un conocimiento, de una pasión por algo. He hecho muchas versiones y algunas están en esta exposición; escojo un cuadro que admiro y trato de transformarlo en algo diferente y original. Esas versiones son declaraciones de principios y eso en lo que creo firmemente es en el volumen. Por eso, le imprimo volumen a todo lo que hago, pues la pintura debe tener fuerza y sensualidad en las formas. Lo que da placer cuando uno mira el arte es esa exuberancia. Esa es la razón de ser de mi estilo.
Esta exposición se inscribe en el ciclo Picasso-Mediterráneo 2017-2019...
No sé cuántas exposiciones en homenaje a Picasso va a haber y no sé por qué en el 2017, si él nació en el año 81 (del siglo XIX). Total, la están haciendo… Pero esta es la única en la que hay otro artista además de Picasso.
¿Cuándo sintió que había encontrado su estilo?
Empecé a trabajar con la influencia de la pintura mexicana. En ese momento, en Colombia todo el mundo hablaba de Orozco y de Rivera, y yo, en Medellín, a los 15 años, empecé a interesarme en ese tipo de pintura. Después, cuando llegué a Italia y vi a los grandes artistas, me di cuenta de que lo que habían hecho los mexicanos era aprender el estilo italiano y pintar a los mexicanos. Considerar que el tema de América Latina era digno de ser pintado fue muy saludable. Ese fue el gran aporte de México.
En esos dos años y medio en Florencia, muy joven, vi a Giotto, a Masaccio, a Piero della Francesca, a todos esos pintores del Quattrocento, y eso me dio la convicción profunda de que ese era el camino del arte, el más grande, el más noble, el más efectivo. Luego, con los años, fui madurando esa idea y se volvió más personal, más radical, hasta que llegué a hacer cuadros que son Boteros, a partir del año 65. Eso tardó 20 años, no lo inventé ni lo logré de un día para otro, sino mediante un gran esfuerzo. Crear un estilo claro y radical es un trabajo de muchos años.
En ese estilo, Colombia siempre está presente…
Lo que uno conoció de niño y de adolescente queda en la imaginación. Si voy a pintar un hombre, me imagino más a un colombiano que a un francés o un estadounidense. En mi trabajo hay un interés muy grande por América Latina y, sobre todo, por Colombia.
¿Lo inspira el momento actual de Colombia?
Me da un placer infinito saber que se ha hecho la paz y que vuelve a estar en un buen momento. Si se controla la corrupción, posiblemente el país va a dar un paso importante.
¿Cómo organiza su tiempo?
Soy un trabajador total; incluso sábados y domingos, porque no he encontrado nada que me apasione más que pintar. Todos los días salgo religiosamente de mi casa, tipo 11 de la mañana, y me quedo en mi estudio por ahí hasta las 7 de la noche. No por disciplina ni por necesidad, sino por el puro placer y la curiosidad de ver qué puedo lograr ese día. Tiene que pasar algo muy especial para que no trabaje, como venir a esta exposición, pero pasado mañana estaré en mi casa de Mónaco, seguramente pintando. Es una profesión de tiempo completo. Si no, no se logra nada.
¿Ha dejado atrás algún tema de sus inicios?
No he abandonado ningún tema. Los temas son recurrentes, porque en la pintura no es que haya tantos. El que se dedica a inventar temas no es un pintor, sino un ilustrador. El problema de la pintura no es inventar. La pintura es hacer lo mismo, pero de una forma distinta.
En esta exposición vimos un cuadro de lo que está trabajando recientemente, el carnaval...
Me da una gran libertad de color, pero no es el carnaval de Brasil, sino el carnaval pobre, lo que llaman los carnavalitos en los pueblos de América Latina. Eso de: “bueno, hoy es día de carnaval y nos vamos a disfrazar todos”. A mí me tocó vivir eso cuando estuve en Tolú (Sucre). Hice una serie de cuadros con esa idea de que hay gente que está disfrazada con una máscara o totalmente y, al lado, gente que está ahí como mirando.
¿A la hora de pintar le preocupa más la ética o la estética?
Sobre todo la estética, porque creo que el arte es para dar placer. Viendo la historia del arte, el tema siempre ha sido más bien amable, porque se trataba de dar placer al espectador. Después, claro, están los cuadros negros de Goya y la pintura de Grünewald, pero esa es la excepción.
¿Cree que ese sigue siendo el lugar del arte en el siglo XXI?
Uno nunca sabe qué va a pasar, pero una cosa sí es cierta y es que no hay movimientos que se hayan perpetuado en la historia. Aun los movimientos más extraordinarios, como el Renacimiento, fueron remplazados por otra idea. Entonces llegaban los jóvenes artistas y daban un golpe de Estado al movimiento de los que estaban establecidos en el poder. Y eso va a pasar: ahora hay un movimiento conceptual, pero seguramente debe haber jóvenes trabajando en cómo dar un golpe de Estado para destruir el orden… Esperemos que no se demore mucho.
Hace unos días, la casa Christie’s hizo la subasta más grande de la historia. ¿Qué posición tiene frente a ese mercado del arte?
El precio que pagaron por ese cuadro (‘Salvator Mundi’, de Da Vinci) es enorme. Pero cuando uno piensa que hay billonarios que tienen 80.000, 150.000 millones, entonces qué importa pagar 450 millones de dólares por un cuadro. Está bien que hayan pagado tanta plata, porque hay demasiada en el mundo y la tienen unos pocos (risas). Ustedes han visto las fortunas que tienen el dueño o los accionistas de Apple o el director de Facebook… Por ahí vi que tiene 180.000 millones. Que compre un cuadrito de vez en cuando.