Por Pedro B. Rey Foto Ian Patterson / The New York Times
Revista Ñ
Tal vez no sea casualidad que Margaret Atwood haya escrito El cuento de la criada en 1984, el mismo año que George Orwell eligió para su clásico antitotalitario. Lo borroneó en Berlín occidental, como recuerda Atwood en un prefacio a la novela, mientras escuchaba los jets de Alemania del Este pavoneándose por el cielo, en sus intentos de romper la barrera del sonido. Berlín le legó ecos orwellianos, aunque la fantasía de la autora canadiense estaba situada lejos, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos.
El cuento de la criada (la reeditó hace poco Salamandra) imagina una república, Gilead, en que el poder fue tomado por una teocracia enraizada en los viejos valores puritanos. La peor parte, en esa sociedad brutalmente codificada, se la llevan las mujeres. Algunas, como Offred, la narradora, una joven fértil adjudicada a la familia de un "comandante", son usadas con simples fines reproductivos. El libro, que se publicó en 1985, fue un inmediato clásico feminista, pero el atavío obligatorio de las "criadas" -vestido rojo, cofia blanca- empieza a formar ahora parte de la cultura popular. La novela dio pie a una reciente serie, protagonizada por Elisabeth Moss, que le atrajo más lectores y arrasó en la última entrega de los premios Emmy.
Atwood -que escribió otras obras formidables, como Ojo de gato (1988) o Alias Grace (1996)- visitará Buenos Aires en diciembre para participar de charlas en la Biblioteca Nacional (con su amigo Alberto Manguel), aunque ya conoce el país. "Estuve hace unos años en un congreso de Birdlife International [ONG de la que es miembro, al igual que de Amnesty International]. En Buenos Aires, y también en el campo, viendo pájaros".
¿Fue difícil iniciarse como escritora en los años sesenta? ¿Es verdad que iba vendiendo de aquí para allá sus propios libros?
Lo difícil no era escribir, sino llegar a ser un escritor publicado. En aquellos tiempos no había tantas posibilidades. De hecho, el primero, en 1961, lo imprimí yo misma. Hasta hice la serigrafía de la tapa. Después, cuando empecé a presentar libros en los book tours siempre llevaba ejemplares encima. ¿Sabía que los book tours se inventaron en Canadá? Es un país grande, de largas distancias, y muchas veces los lugares a los que iba no tenían siquiera librerías. Por lo general se hacía una lectura en colegios, y los vendía después. No había tarjetas de crédito, así que daba el vuelto, metía la plata en un sobre y, al volver, se la pasaba al editor.
De esos comienzos artesanales a El cuento de la criada hay un largo trecho. ¿Se lleva bien con la popularidad de la novela?
Se convirtió en uno de esos libros que se escaparon de las tapas que los contienen. No sólo están la serie, la vieja película, la ópera. También se lo usa como consigna en marchas de protesta. Por otra parte, el marketing a veces produce efectos cómicos. Hay gente que viste a sus perros o a los gatos como los personajes. Ayer, en una firma de libros, apareció alguien con un bebé disfrazado con una ropita idéntica a la de las criadas.
Es extraño, porque esa vestimenta tiene connotaciones terribles.
¡Muy extraño! Pero también hay cosas interesantes. En YouTube se puede encontrar una versión de la ropa para hombres. "¿Cómo sería si El cuento de la criada fuera escocés?", se preguntan.
¿Cómo explica que la distopía se haya vuelto un género tan frecuentado últimamente?
Una novela distópica es una historia que describe un tipo de sociedad en la que no querríamos vivir. Podría ser en este mundo, en otro planeta, en el futuro. Se supone que una utopía es lo contrario, un lugar donde a alguien sí le gustaría estar, pero no hay que olvidarse que los totalitarismos del siglo XX empezaron como visiones utópicas.
¿Qué diferencias nota entre el mundo de 1985, aquel en que se publicó la novela, y el presente?
La diferencia más notoria es que, en vez de alejarse, Estados Unidos se acerca cada vez más al espíritu de ese libro. Supongo que por eso la gente lo saca a relucir en las protestas. Pero también hay diferencias. En 1985 no había Internet, ni celulares. Todavía se usaban casetes, como hace Defred en el libro. La novela se centra en gente blanca: hoy Estados Unidos es mucho más interracial. Y lo más importante: la Guerra Fría terminó en 1989. Antes de eso a Estados Unidos, sobre todo en Europa, se lo veía como el faro de la libertad, la democracia. La idea de que podría volverse totalitario era para la mayoría inverosímil.
¿Sus rasgos proféticos lo hacen más actual? La teocracia, por ejemplo, llega al poder como reacción al islamismo radical.
Parece profético, pero nadie puede de verdad profetizar. A mediados de los años ochenta ya estaban los ayatolás, y también había ocurrido lo de Afganistán. Estuve atenta para ver ese cambio, solamente.
La utilización de mujeres fértiles como simple instrumento de reproducción se puede asociar con muchos debates actuales.
Sí, pero es una vieja cuestión, en realidad. Uno puede retrotraerse a Job. También la esclavitud, el sometimiento, está ya en los comienzos, en la Biblia. Uno de mis objetivos al escribir El cuento de la criada fue recordar que nuestra idea de la libertad y de la individualidad -los derechos humanos, en suma- es muy reciente, tiene apenas poco más de dos siglos. Muy poco frente a la historia de la humanidad. En mi opinión, todavía cualquier cosa puede pasar en cualquier lugar, en cualquier momento. Si hay inestabilidad, si la gente tiene miedo, siempre hay terreno fértil para que llegue un hombre fuerte y diga: "Yo soy el que puede arreglar esto". Pero para eso hay que dejar de lado la propia libertad.
¿Qué opina de la gestación subrogada?
La pregunta depende de las circunstancias. ¿Se trata de chicos que van a ser libres? Ésa es la primera pregunta que hay que hacerse, porque también en el pasado hubo ejemplos de nacimientos forzados. Uno de los más terribles fue el del régimen de Nicolai Ceaucescu en Rumania. Estableció una cuota para que las familias tuvieran obligatoriamente muchos hijos, porque él quería. Y eso sólo puede terminar, como terminó, en algo espantoso, en ese caso, el abandono de gran cantidad de criaturas.
En un reciente prólogo a la novela nombra el secuestro de bebés en la Argentina, entre los muchos hechos reales que influyeron en la novela.
Sí, por supuesto. No hace falta imaginar la clase de problemas emocionales que conlleva eso: creer que los padres que uno creía eran los suyos no lo son y enterarse de que los verdaderos fueron asesinados. Es algo muy trágico, pero, como siempre, si se ve históricamente, la Argentina no es una excepción. Los chicos del proyecto Lebensborn [un plan nazi que buscaba subir el supuesto nivel ario de la población alemana con madres solteras para después dar los bebes en adopción] crecieron creyendo las mentiras que les decían.
¿Podría definirse lo que sufre Defred como un abuso sistemático, en el sentido en que lo entendemos hoy?
Sí, pero lo que les dice a las criadas la república de Gilead es, justamente, que el papel que cumplen les evita tener que enfrentar esa, por así llamarla, atención no deseada. Pero es una solución costosa, y no la eligen ellas.
¿Qué me puede decir de Donald Trump?
No creo que la mayoría de la gente que lo votó haya entendido qué estaba en juego. Sobre todo entre los independientes que votaron por Trump hay un gran remordimiento. Si las elecciones hubieran sido después del escándalo de Harvey Weinstein, el resultado hubiera sido diferente. Ha habido un gran cambio de actitud después de eso.
Antes de las elecciones dijo que Hillary Clinton era "mejor hombre que Trump porque tenía más conexión con las virtudes masculinas tradicionales". ¿A qué se refería?
La gente no nace con virtudes, las virtudes se socializan. Hillary Clinton, por ejemplo, es una persona mucho más firme y resistente en el frente internacional que Trump. Es mucho más previsora, en ése y otros terrenos, pero tuvo la mala fortuna de ser mujer.
¿Ser mujer fue una desventaja para llegar a la presidencia?
No le quepa la menor duda. Estados Unidos fue fundado por puritanos del siglo XVII, que eran claramente misóginos. Evidentemente ese país no está preparado todavía para tener de presidente a una mujer.
¿Por qué no le gusta considerar El cuento de la criada un libro esencialmente feminista, como la mayoría de sus lectores?
Me gusta más pensar que explora cómo sería el totalitarismo de Estados Unidos de tener uno. En un totalitarismo masculino cualquier hombre tendría más poder que una mujer. Las mujeres que tienen algo de poder dentro del régimen son las esposas y claramente son más influyentes que los hombres que están por debajo en la escala social. Es un sistema de clases. No sólo una cuestión de hombres versus mujeres.
Eso no quita lo feminista...
Bueno, feminismo es una palabra muy amplia, tan amplia como la palabra cristianismo. ¿Cuando hablamos de cristianismo hablamos del papa Francisco o de los cuáqueros? Son cosas muy distintas. Yo diría que bajo el amplio paraguas del feminismo hay muchas personas que comparten algo en común y están en desacuerdo en otras cuestiones. Lo primero, es que las mujeres son seres humanos. Después, que deberían tener los mismos derechos ante la ley. Pero hay muchas visiones sobre qué lejos se debe llevar eso y qué significa. En los años setenta, cuando explotó el feminismo, había que llevar overoles, botas y nada de maquillaje.
Escribió libros situados en el futuro, pero también en el pasado, como Alias Grace, que transcurre en el siglo XIX. ¿Se siente más cómoda en las épocas reales o en las imaginarias?
En la que esté trabajando en ese momento. Aunque, claro está, cada historia plantea problemas diferentes. En una novela de época como Alias Grace hay que ser muy riguroso. Hay que investigar, profundizar en la vida cotidiana del período. Si uno se equivoca, siempre va a haber alguien dispuesto a señalarle los errores. Cuando se trata del futuro, el desafío es otro: hay que crear un mundo que sea consistente. Uno no puede violar las premisas que estableció.
El cuento de la criada sucede en Nueva Inglaterra. Pero usted es canadiense. ¿Importa en algo la nacionalidad para un escritor?
Todo el mundo tiene un punto de origen. Venimos de algún lugar, y eso nos afecta. Lo importante es que no nos limite. Borges era argentino, pero ¿eso lo limitó? No me parece. De ser así, sólo sería entendido en la Argentina. Pero podrían pensarse muchas categorías para entender a un escritor: canadiense, petisa, mujer, vieja? [se ríe].
Su definición me hace pensar en la literatura de Alice Munro, otra autora canadiense.
Ahí tiene un buen ejemplo. Alice, que es una antigua amiga mía, creció en un pueblito de Ontario. La mayor parte de lo que escribió tiene que ver con ese lugar. Si no hubiera crecido allí, no tendríamos los libros que conocemos, pero nada de eso limita que se los comprenda. Al contrario.
Recientemente publicó en inglés Hag-Seed, una novela basada en La tempestad. ¿Por qué esa obra en particular?
Es parte de un proyecto editorial, donde distintos autores eligen una pieza de Shakespeare. Tuve suerte de poder elegir La tempestad. Me interesaba más que otras porque es en la que más cerca estuvo de escribir sobre un escritor, vale decir sobre lo que él mismo hacía todos los días. Próspero, bien mirado, es además una especie de director teatral, cosa que también era Shakespeare.
En los años sesenta, George Steiner dijo que de vivir en esos días Shakespeare hubiera estado escribiendo cómics. ¿A qué le parece que se dedicaría hoy?
Evidentemente era una persona muy creativa. Basta conocer La tempestad o Rey Lear para darse cuenta de lo inventivo que era. Él mismo se las ingenió en su tiempo para representar truenos y tormentas, como si fueran efectos especiales. Así que hoy me lo imagino explorando todos los recursos posibles a su disposición.
Es curioso que, teniendo en cuenta su lugar central en la literatura, sepamos tan poco de su vida, ¿no?
Eso me encanta. Si viviera hoy, le serviría. No tendría que ir a ningún talk show.
Biografía
Margaret Atwood nació en Ottawa, la capital de Canadá, en 1939. Novelista y poeta, entre sus libros se cuentan, además de El cuento de la criada, La mujer comestible (1969), Ojo de gato (1988), Alias Grace (1996) y Oryx y Crake (2003). Es miembro de Amnesty International y de Birdlife International.