Revista Pijao
Los insurgentes
Los insurgentes

Por Natali Schejtman

Página 12 (Ar)

De a poco, muchos años después de la muerte de su abuelo polaco, la historia reciente de Polonia le fue llegando a Ana Wajszczuk y se fue entrelazando con algún recuerdo de la infancia y con árboles genealógicos hasta entonces desconocidos. Ya en El libro de los polacos, la autora exploraba la historia de su familia cruzada con el Levantamiento de Varsovia que comenzó el 1 de agosto de 1944. Luego, un artículo que escribió sobre los sobrevivientes de un evento tan resonante como silenciado, la convenció de que la historia de la insurgencia polaca contra los nazis merecía ser contada con todos los detalles históricos, políticos y afectivos que se combinaban entre las ramas de su árbol. Ese fue el origen de Chicos de Varsovia, un libro que narra la historia reciente de un país, la de una multitud de jóvenes insurgentes que motorizó una revuelta poderosísima en contra de los nazis en la segunda guerra mundial, la de sus sobrevivientes en Polonia y Argentina y la de un padre y una hija que resignifican su vínculo a través de un pasado común que ambos tienen que descubrir.  

Con el proyecto en mente, Ana viajó con su padre para una fecha simbólica: el aniversario del Levantamiento, el 1 de agosto a las 5 de la tarde, que todos los años recuerda el día y el momento exacto en que estalló. En la Polonia actual, la “hora W” convoca a sobrevivientes del Levantamiento, hoy ancianos, que portan su brazalete militar rojo y blanco –los colores de la bandera– como lo hicieron ese día de 1944, y ocupan los puntos simbólicos de una ciudad moderna y cosmopolita, que se edificó a partir de la destrucción total. El homenaje es a quienes lograron sobrevivir después de dos meses de Levantamiento y también a los alrededor de 200.000 muertos, asesinados cuando los nazis, siguiendo la orden de demoler Varsovia y aniquilar a todos sobre su superficie, liquidaron definitivamente cualquier intento de insurrección. Entre los muertos del Levantamiento, están los tres primos del abuelo Wajszczuk: Barbara, Wojtek y Antoni, cuyas ideas, vidas y destinos Ana investiga en el libro. Sus edades –eran casi adolescentes–, es una de las primeras cosas que llamó la atención de la autora: “En El monarca de las sombras, Javier Cercas dice que las guerras las hacen los chicos. El grueso de los muertos en el Levantamiento tenía 13, 14, 18, 21”, señala Wajszczuk, que se encontró con esta historia siendo bastante más grande que sus familiares caídos: “No sé cómo hubiera sido encontrármela teniendo una edad más cercana a la que tenían ellos cuando murieron. A la vez, al abrir esta puerta al pasado de mi papá, cerré mi propia puerta de la juventud hacia otra etapa”.

Los desafíos operativos de su propia gesta fueron múltiples. Wajszczuk emprendió un viaje en tiempo, espacio y lengua para acercarse a una historia que le era en parte propia pero también se le escapaba permanentemente de los dedos. Wajszczuk recorrió todo al detalle, con un rigor enorme y plasticidad en la mirada. Hay libros citados, hay testimonios desgarradores, hay especialistas, hay museos llenos de memorabilia y hay una ciudad edificada sobre las ruinas. Pero el límite de la reconstrucción histórica, lo que nunca vamos a poder saber, también forma parte de esta investigación. Además, los sobrevivientes y familiares con los que habló también deciden qué recordar y qué no. O cómo hacerlo. Como le dijo Hanna, única mujer ex insurgente del Levantamiento que vive en Argentina: “El problema, niña, es que de todo esto no hay palabras para contarlo en castellano”.

En Polonia, el padre oficiaba de traductor y puente en sus entrevistas con sobrevivientes que no hablaban inglés. Aunque para emprender semejante investigación, Ana empezó a aprender polaco, no sólo como una forma de adentrarse en la historia sino también de comprenderla: “El idioma es una manera de entender el mundo. El polaco es un idioma muy preciso, muy cortante, tiene algo muy específico que me enseñó a entender a los polacos. Por ejemplo, tienen una palabra específica para “amor” cuando se trata del amor a la patria”. 

Pero además, el Levantamiento de Varsovia es un evento histórico de una complejidad enorme: el Armia Krajowa, el ejército nacional polaco que organizó la insurrección, estaba formado por distintas vertientes, desde socialistas hasta ultranacionalistas. Facciones anticomunistas, antisemitas y nacionalistas se van cruzando en un momento en el que Polonia ocupaba un lugar más que incómodo en la geopolítica bélica. Al día de hoy, el Levantamiento es motivo de debates. “El AK tenía una diversidad ideológica enorme. En la actualidad, la parte más conservadora de la prensa reivindica el Levantamiento a como dé lugar, sin cuestionamientos. La prensa más de izquierda dice más que fue una locura. Es una discusión anacrónica si estuvo bien o no el Levantamiento. Lo que hay que discutir hoy es quiénes se quedan con ese legado”.

Desde la independencia polaca de la URSS, el Levantamiento es un símbolo de Polonia. Su falta de conocimiento a nivel general –mucha gente se lo confunde con el Levantamiento del gueto de Varsovia, que ocurrió en 1943– responde a los vericuetos de la historia reciente de la URSS y la posguerra. Según Wajszczuk, el relato de la hazaña judía en el gueto le era más funcional a Stalin como historia de guerra que una insurrección de polacos nacionalistas, muchos de ellos fervientemente anticomunistas, incluso perseguidos durante el período soviético de Polonia. Por eso no fue hasta que Polonia se independizó en 1990, que el Levantamiento de Varsovia se convirtió en orgullo oficial.

El vínculo familiar de la autora con la investigación cobra por momentos más relevancia, y de ahí la riqueza del libro en los modos de mirar una tragedia. También, la combinación de géneros como canciones, poemas, cartas, notas de diarios. Al tener familiares involucrados, Wajszczuk no pudo evitar mirar a estos jóvenes de otra manera y preguntarse qué habría hecho ella de haber estado en lugar de Barbara, Antoni y Wojtek. A la vez, las vueltas de la identidad no siempre son innatas ni genéticas: habiendo nacido en Argentina y vivido una infancia netamente “argentina”, sin demasiado vínculo con su familia paterna, el sólo hecho de provenir de una familia polaca no la convertía en polaca. Esa especie de extrañeza zigzagueante con Polonia le imprime un atractivo especial al punto de vista. Las tragedias familiares les pasaron a otros, un par de generaciones hacia atrás, y lo que les va llegando a las generaciones siguientes a esa tragedia es tan constitutivo de su identidad como misterioso. Chicos de Varsovia combina distintas capas de historia y distintas preguntas sobre la identidad: desde la que motiva a dar la vida por el propio país, hasta la reflexión sobre cómo se procesa y qué queda en uno de los orígenes familiares.


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