Revista Pijao
Los grandes críticos literarios, ¿especie en vías de extinción?
Los grandes críticos literarios, ¿especie en vías de extinción?

Por Roberto Careaga C.   Foto Ilustración Juan Sebastián Villegas

El Mercurio (Chile) – GDA

“Es la persona más estúpida de Nueva York”, dijo una vez Jonathan Franzen hablando de Michiko Kakutani, la principal crítica literaria de ‘The New York Times’. El novelista respiraba por la herida, recién la reseñista había destruido su libro ‘Zona fría’, y, por supuesto, exageraba. La “más temida mujer en el mundo editorial”, como la llamó ‘Vanity Fair’, no tiene nada de tonta, pero sí posee una capacidad especial para enfurecer a pesos pesados, como Norman Mailer (“Soy su blanco favorito”) o Susan Sontag, que después de leer lo que escribió de su libro ‘Ante el dolor de los demás’, trató su texto de “estúpido y vacío”. Controversias como esas son detalles en una carrera de 38 años que hace un par de semanas se acabó: Kakutani se jubiló.

En las casi cuatro décadas que reseñó semanalmente para ‘The New York Times’, Kakutani fraguó una leyenda a su alrededor: no daba entrevistas, no participaba en foros literarios, apenas circulan fotos de ella, se limitaba a las críticas, siempre sencillas y elocuentes, y así se erigió en un referente del gusto literario estadounidense. Sus críticas ayudaron a instalar carreras de autores como George Saunders, David Foster Wallace, Ian McEwan, Zadie Smith o el mismo Franzen. Si consiguió tanto fue obviamente por el privilegio de escribir en uno de los medios más respetados de Occidente. Su retiro de las críticas semanales profundiza la extinción de una especie: los grandes críticos están desapareciendo.

No hablamos de los críticos de la academia, sino de los comentaristas de prensa. De los que semana a semana reseñan las novedades literarias en espacios reducidos, con urgencia noticiosa, emitiendo un juicio orientador que, a veces, atrapa los movimientos de la cultura. La crueldad viene con el uniforme: ser un caballero y un crítico es incompatible, creía George Bernard Shaw. Fue el caso de Marcel Reich-Ranicki (1920-2013), el más duro de los críticos alemanes, una verdadera leyenda que en los 90 llegó a la televisión para destruir libros mirando a la cámara y levantando el dedo índice. Aunque la mayoría de las veces hablaba con entusiasmo de lo que reseñaba.

A fines de los 50, Reich-Ranicki, un sobreviviente del gueto de Varsovia, apostó por un cambio, pues creía que las reseñas literarias en los diarios eran crípticas y confusas. “Diré fuerte y claro lo que pienso de los libros”, le dijo a su esposa, imaginando un futuro riesgoso: “Dos cosas pueden pasar: que me convierta en el jerarca de la crítica o que me hunda en el fondo”, apostó. En vez de hundirse, Reich-Ranicki se transformó en una institución tan inamovible que solían llamarlo el ‘Papa de la literatura alemana’. Su poder fue inédito: tras su muerte, no hay críticos de su influencia en Alemania. Son figuras que ya no existen, como el estadounidense Edmund Wilson (1895-1972) o el británico Cyril Connolly (1903-1974), quienes en revistas fueron moldeando en tiempo real un canon de las letras de su tiempo.

Otros tiempos, claro: hoy los cánones se ponen en tela de juicio a diario y la crítica literaria es un terreno hecho de múltiples voces y de la cual hasta los más poderosos pueden abdicar. Pero la partida de Kakutani deja un vacío solo aparente: en la prensa estadounidense operan múltiples críticos relevantes, como Adam Kirsch, Christian Lorentzen, Elif Batuman o, quizás el más respetado, James Wood.

La dispersión crítica

Y más allá de esos nombres, hay muchos otros. Ya no es hora para un nuevo papa. Ni en Estados Unidos ni en Alemania. Tampoco en Chile, aunque hasta no hace mucho la principal voz crítica en el campo literario chileno tenía un nombre, Ignacio Valente. Desde los años sesenta, las reseñas que Valente publicó en ‘El Mercurio’ fueron decisivas en el destino de la literatura chilena. Después de casi dos décadas escribiendo, en 1993 dejó las críticas semanales. No ha sido reemplazado. “Las opiniones se han descentralizado y dispersado mucho. Eso está bien”, dice Pedro Gandolfo, crítico de ‘El Mercurio’, quien en Chile es parte de un grupo de críticos en medios cada vez más diversos en el que también figuran Camilo Marks y José Promis (‘El Mercurio’), Patricia Espinosa (‘Las Últimas Noticias’), Rodrigo Pinto (‘Revista Sábado’), Juan Manuel Vial (‘La Tercera’), Tal Pinto (‘The Clinic’) y Lorena Amaro (‘Revista Santiago’), entre otros.

“A Ignacio Valente le tocó una época en que fue el crítico único porque, lisa y llanamente, en los 17 años de gobierno militar no había otro. Ahora todos los medios poseen críticos literarios, así que el lector tiene de dónde elegir”, dice Marks, y Gandolfo añade: “Actualmente lo que importa es la ‘comunidad crítica’, que a mediano y largo plazo va separando el trigo de la paja y, en conexión con los estudios académicos, señala las líneas, los vínculos y elabora las categorías para la mejor comprensión de la obra literaria”. Mientras que Rodrigo Pinto opina: “Los lectores disponen de muchas fuentes para decidir qué leer. La pluralidad de voces críticas es un fenómeno mucho más sano y productivo que la presencia de una sola voz con alto poder”.

Pero listar a los críticos de prensa tampoco es suficiente: por cada Kakutani que se jubila, aparecen a diario decenas de críticos ‘amateur’ en internet. De fugaces revistas ‘online’ a blogs personales, incluyendo la avalancha de opiniones en Facebook o comunidades como Goodreads.com, la web democratizó radicalmente las miradas sobre literatura (y de todo, en realidad). Para algunos, en la abundancia también hay amenazas: “Si la masa de opinólogos online descontrolados ahoga a los críticos literarios, la literatura saldrá perdiendo”, dijo en 2012 Peter Stothard, editor de ‘Times Literary Supplement’. Según planteó, en las reseñas de la web abundan los elogios para los libros entretenidos, pero pocas indagaciones sobre lo nuevo. “Si vamos a mantener la literatura y el lenguaje vivos, tenemos que estar alerta a lo nuevo, a las cosas que antes no hemos visto”, dijo Stothard.

Ante internet, Camilo Marks, que está suscrito a ‘The New York Review of Books’, ‘London Review of Books’, ‘Times Literary Supplement’ y ‘Lire’, pone un límite: “Creo que los espacios virtuales no tienen ninguna relación con los impresos, son realidades diferentes y a veces contrapuestas. En los primeros, cualquiera puede escribir lo que se le dé la gana y eso jamás será crítica literaria: a lo más son balbuceos, tincadas, garabateos. El crítico de revistas y diarios sigue cumpliendo el mismo rol de siempre: interpretar la obra, ser un puente entre autor y lector, componer una pieza que posea rigor literario. Quizá el desafío ahora es mayor frente a la embestida de los medios digitales”, asegura.

Para la crítica de ‘Revista Santiago’ y académica de la Universidad Católica Lorena Amaro, en el mar de reseñistas ‘amateur’ de la web no faltan las promesas. En los medios, en cambio, la responsabilidad al opinar es clave. “Todo crítico tiene una función dentro del campo literario, en donde se produce una lucha de fuerzas; cuando está instalado en un medio reconocido, su voz es más audible, hace valer un poder que es inherente a la función crítica, la cual crea cánones, los reinventa y reordena constantemente”, dice. Y añade: “Todo crítico debiera cumplir con el papel de orientar la lectura, señalar posibles significaciones y poder rescatar, entre lo mucho que se publica hoy, aquello que vale la pena leer, ya sea por razones estéticas, políticas o incluso éticas”.

Dicen que hubo un momento en que los libros que elogiaba Edmund Wilson en ‘The New Yorker’ se disparaban en las ventas. En algunas librerías de Santiago, dicen, aún llegan personas con páginas del diario para comprar tal o cual libro criticado. Pero los efectos de la crítica literaria son cada vez menos comerciales: “Hace ya tiempo que la opinión de los críticos tiene muy poco peso en las decisiones de compra. Creo que se produce algún tipo de comunidad entre cada crítico y los lectores que aprecian su criterio, y esas comunidades –si es que de verdad las hay– son el soporte de la parte menos comercial de la industria. Los críticos de revistas y diarios todavía cumplen un papel relevante en el establecimiento del canon de las literaturas nacionales”, dice Rodrigo Pinto.

Profesionales y ‘amateurs’

“Una crítica negativa nunca logrará impedir que una novela se convierta en un ‘best seller’ que venda 400.000 ejemplares”, decía el año pasado Bernard Pivot, seguramente el periodista cultural más influyente de Francia y quizás también de Europa. Entre 1975 y 1990 entrevistó en televisión a cientos de escritores en el programa ‘Apostrophes’. Llegó a la pantalla después de una carrera como reportero y luego crítico en ‘Le Figaro’. “El problema es que hoy se habla mucho de libros, pero ya no de literatura”, le decía a El País el año pasado, donde pese a todo aún se mostraba confiado en algunos aspectos del género: “La crítica todavía logra lanzar las carreras de autores desconocidos y difíciles, propiciar pequeños fenómenos literarios. Michel Houellebecq fue lanzado por los críticos a principios de los 90, cuando nadie lo conocía”, contaba.

Con 82 años, Pivot aún escribe sobre libros en el periódico ‘Le Journal de Dimanche’, y su palabra es una referencia del gusto francés. Aunque está lejos de ser un papa. Así como en Chile la crítica tiene diversos portavoces, en Francia se multiplican: “La figura del ‘gran crítico’ desapareció más o menos con la del ‘gran escritor’. Sin embargo, la gente necesita más que nunca puntos de referencia cultural, pues el problema del gusto se ha vuelto muy importante para la personalidad de cada uno”, decía Philippe Lançon, respetado reseñista de la revista ‘Charlie Hebdo’ que resultó herido en 2015 en el ataque extremista que recibió la publicación.

El caso se repite también en España. Después de la muerte de Rafael Conte, en 2009, hombre de referencia de la crítica española durante los 80 y 90, no hay nadie que lo reemplace. Quizás iba hacia Ignacio Echevarría, pero abandonó las reseñas periódicas, y hoy Ernesto Ayala-Dip, Carlos Pardo o Jordi Gracia aportan lúcidos comentarios. Mientras que en el blog ‘El Boomerang’, del diario ‘El País’, se lucen una serie de escritores como el boliviano Edmundo Paz Soldán o el argentino Patricio Pron. Este último es un caso típico de las letras argentinas, donde cada escritor es también un ensayista: más allá de Beatriz Sarlo, la crítica argentina paradigmática, para seguir a la narrativa trasandina lo mejor es leer las columnas de autores como Martín Kohan, Damian Tavarosky, Alan Pauls o Elvio Gandolfo. Incluso de Fabián Casas, que escribe siempre yéndose por las ramas. Como un ‘amateur’.

El amateurismo, la clave para la crítica literaria

Algunos creen que ahí, en el amateurismo, hay una clave para la crítica literaria de medios masivos, en contraposición a las pesadas cajas de herramientas que maneja la crítica académica: “Me considero un crítico amateur, un lector con una ventana privilegiada para emitir sus opiniones y, por lo mismo, si descuido mi argumentación, la crítica deriva en irrelevante”, dice Pedro Gandolfo. Mientras que James Wood, que desde ‘The New Yorker’ se ha vuelto un ineludible de la crítica anglosajona actual, decía hace unos meses: “Hay un placentero amateurismo en la crítica literaria, más allá de que hoy sea parte de los programas universitarios. Un profesor de Literatura en una lujosa universidad no está necesariamente más enterado que un lector común. La ventaja de un lector profesional es un conocimiento académico más amplio, pero no hay mucho más que hacer para un crítico que leer lo más posible para comparar lecturas”, aseguró.


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