Revista Pijao
Lo que no queremos oír sobre el hambre lo dijo Caparrós en Cali
Lo que no queremos oír sobre el hambre lo dijo Caparrós en Cali

Por Paola Guevara

El País de Cali

Caparrós le pregunta a una mujer africana que vive en la pobreza absoluta: ¿Qué le pediría a un mago que pudiera concederle cualquier deseo? Ella responde “una vaca”.  Caparrós insiste. ¿Pero qué le pediría si aparte de la vaca pudiera concederle lo que usted quisiera en el mundo entero? A lo que esta mujer responde “dos vacas”.

Con este poderoso retrato suyo del hambre comienza esta charla que el escritor Martín Caparrós nos concede, a su paso por Cali, en el marco del festival de literatura ‘Oiga Mire, Lea’. Empecemos, entonces, por la vaca.

Si hay una idea poderosa en su libro ‘El Hambre’ surge de ese diálogo sobre la vaca, por el que usted concluye que lo más trágico de la pobreza es que acorta el horizonte del deseo...

Es curioso cuando uno se enfrenta a vidas tan distintas de la propia, estamos demasiado acostumbrados a vivir dentro de nuestro propio círculo y a dar por sentadas muchas cosas. Uno de los privilegios de este trabajo es poder asomarse un poco a todos esos mundos que tantos viven sin conocer. Estábamos ahí sentados, charlando, y se me ocurrió preguntarle a esta mujer por un mago que le concedería un deseo y, efectivamente, surge lo que narro en el libro: ella pidió una vaca, y luego dos vacas. Me impresionó mucho cómo la pobreza extrema reduce, además de la vida y la salud, el horizonte del deseo. La pobreza te lleva a no querer resolver más allá de lo inmediato. Pero después de publicado el libro llegué a pensar que nos pasa a todos nosotros, educados, privilegiados, lo mismo que a Aisha, la mujer de la vaca. Nos pasa como a ella en la medida en que tampoco somos capaces de ampliar nuestro horizonte del deseo hasta querer que, en un mundo que produce de todo, no haya hambre. También nosotros queremos las dos vacas de Aisha.

¿Y cuál es su horizonte del deseo, sus dos vacas? ¿Qué le pediría a este mago que puede darle cualquier cosa?

Llegué a esta conclusión: lo que le pediría al mago es que desapareciese. Porque no me gustan ni las sociedades ni las situaciones que necesitan magos, que necesitan que venga alguien de afuera para ayudar con su varita mágica real o figurada. Las cosas las tenemos que arreglar todos nosotros con nuestra propia actividad, sin que haya un mago, un político, un militar, un salvador.

Ese horizonte del deseo sin magos y sin salvadores lo lleva a usted a cuestionar, en ‘El Hambre’, el papel de una mujer que para el 90 % de las personas en Occidente es intocable: la Madre Teresa de Calcuta.

Lo del 90 % se queda corto, pero bueno... (Risas).

Está bien, que para el 99,9 % de los occidentales es incontrovertible: la Madre Teresa.

En este caso hay evidencias de cómo regímenes muy condenables la usaban para justificarse: “Somos buenos, le damos dinero a la Madre Teresa”, mientras por el otro lado mataban gente y hacían todo tipo de cosas. Pero esto es secundario. A mí lo que me impresiona es que la primera vez que visité Calcuta, en el año 94, fui a la sede central de la Madre Teresa, una orden muy potente que recibía muchísimo dinero de diferentes partes del mundo. En esa sede central recogían a gente que estaba enferma, tirada por allí, pero no daban atención médica. Pasaba un médico una o dos horas por semana, y pregunté por qué. Me dijeron ‘bueno, es que no es eso tanto lo que nos interesa...’ Había voluntarios de todas partes del mundo. Si hubieran puesto un aviso habrían tenido 20 médicos al día siguiente.

¿Y cuál cree que es la razón?

La razón es que hay una ideología de la muerte que se llama cristianismo, que consiste en convencerte de que si sufres lo suficiente en este mundo y cumples todas las órdenes que te dan los representantes de este mundo, pues en otro mundo vas a vivir mejor. ‘Bienaventurados sean los pobres porque de ellos es el reino de los cielos’, entonces lo que hacía esta gente era recoger indigentes y tenerlos allí para que murieran bien.

Yo lo que quiero es gente y organizaciones que te ayuden a vivir bien, no a morir bien. Hay una frase de la Madre Teresa que está bien documentada y que yo no podía creer. La dijo en Washington durante visitas a dignatarios de grandes países. Ella hablaba de lo bello que es ver el sufrimiento de los pobres. ¡Pero si es terrible ver el sufrimiento de los pobres! Hay que hacer lo que haya que hacer para que dejen de sufrir, no para que se mueran limpitos y se vayan bien.

En los encuentros sobre periodismo hay, por un lado, empresarios anglosajones que hablan de cifras, de ejemplos de rentabilidad. Y por el otro románticos de la crónica, que casi siempre son latinoamericanos. ¿Es la crónica una cosa muy latinoamericana?

Me impresiona que últimamente en encuentros de periodistas se habla cada vez más de empresas y de productos. Yo cuando escucho la palabra “producto” saco mi revólver. Yo trato de averiguar cosas y contarlas, ese es mi trabajo como periodista. No cómo se venden, ni quién los compra, ni cómo se difunden mejor, ni cómo se equilibran los presupuestos. Eso lo hace otra gente que a mí no me interesa nada. Nos necesitamos mutuamente pero no nos interesamos. A los grandes empresarios no les interesamos los periodistas, ¿por qué ahora resulta que los periodistas están intentando pensar como empresarios? Yo, de verdad, detesto que en los encuentros de periodismo se hable cada vez más de números y de productos.

Sobre el FMI

En ‘El Hambre’ habla sobre la doble moral de los países desarrollados, que han saqueado al África y han convertido a muchos países en mendigos, dependientes de las ayudas humanitarias.

“El FMI y el Banco Mundial, desde los años 90, aprovecharon que muchos países africanos, latinoamericanos y asiáticos tenían deudas muy grandes con los bancos internacionales y les impusieron políticas. Tú tienes una deuda, yo no te cobro, pero a cambio tienes que hacer lo que yo te digo. Y en África liberalizaron las economías para que no hubiera regulación ni protección de los mercados locales”.


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