Revista Pijao
Leila Guerriero: ‘En la incomodidad está el desafío’
Leila Guerriero: ‘En la incomodidad está el desafío’

Por Damián De La Torre Ayora

Horas después de que Leila atendiera a los medios, Fausto Rivera, de El Telégrafo, me preguntaba acerca de cómo me había ido. A él los nervios le ganaron los primeros minutos. “Eso te pasa por idealizar a una mujer, a una periodista de a pie. A la mitad de la entrevista ya me sentí relajado. Es una mujer admirable, a ratos medio cínica y eso la hace más adorable”, compartía Fausto, quien tuvo un contacto previo con Leila cuando ella editó un artículo suyo para Gatopardo.

Diego Cazar, de La Barra Espaciadora, cargaba varios libros entre sus brazos. Mientras saludábamos tratando de darnos un abrazo, decía: “A full con los nervios, ñaño, veamos cómo me va”.

Cuando la tuve en frente tragué saliva para saludarla. Alexis Serrano Carmona, editor de Política de La Hora, quien me acompañó a la entrevista –y me había confesado que no pudo ni dormir pensando en el encuentro-, se mostraba más canchero. Leila bromeaba y sonreía sin desparpajo durante la sesión de fotos. Se mostraba amable aunque su mirada era una especie de radar que captaba absolutamente todo, pero pese a eso y, con cierta bondad y preguntas informales, me da la impresión de que trataba de romper el hilo y decirnos que ella es, como todos, de carne y hueso. Ella era conciente de los nervios que fluían cada vez que un periodista se le ponía en frente.

-Es como raro todo, ¿no? Mirá cómo está Alexis –dice Leila, tras hacer una mueca de rostro expectante-.

-Así estamos todos. No sé si cabe el término, pero estamos frente a una rockstar del periodismo –digo- ¿Qué opinas de ese término?

-No, mirá, qué sé yo. A mí me admira un poco eso. Me parece que esto que vos decís no es tan así. Si fuera cierto estaría como ensoberbecida en una nube de ego. Antes de atenderte, una señora se me abalanzó. Me explicó que era una colega que ahora trabaja en cosas corporativas, que me reconoció y quiso darme un beso. Me resulta conmovedor y me da mucha responsabilidad también. Es como que hay un montón de gente expectante de que lo que vas a hacer tenga cierta calidad. A vos no te queda más que tratar de no meter la pata y eso es dificilísimo porque alguna vez la metés. Creo que esto sucede entre colegas. No es que pasa con los lectores, no es que camine por la calle y la gente se me abalanza. Creo que esto sucede en lugares de nicho; porque la gente me ve como alguien posible y cercano.

-Pero uno no escribe para encantar a la gente…

-Para nada. Lo que sucede es que, quizás, aparecen guiños y la gente se identifica con algo. Quizás, un texto le dice a alguien ‘yo también estuve allí y te entiendo’. Yo soy de las que creen en escribir, escribir, escribir y escribir, y creo mucho en que el trabajo se defiende solo y eso te lleva a confiar en la prepotencia del trabajo. La gente que se me acerca debe conocerme un poco más y sabe que soy muy estricta en ciertas cosas. Por ejemplo, si voy a dar un taller a determinado sitio nunca me veras con una corbata en la cabeza, saltando sobre una mesa con una botella en la mano a las dos de la mañana: en el trabajo soy medio alemana, viste.

-Mencionaste el reconocerte en un texto, ¿sientes que el éxito de estas crónicas radica en que podemos reconocernos como latinoamericanos, más allá de donde venga la historia?

-Yo creo que todas las buenas historias están basadas en algo muy universal. Es cierto eso que decía Borges de que uno siempre termina escribiendo sobre tres o cuatro cosas, el amor, la muerte, etc. Y me parece que todo texto bueno de no ficción también funciona con esa premisa. Estas historias tienen que ver con personas de mucho esfuerzo, con gente olvidada, con esa cosa entre triste y melancólica de saber que estás haciendo algo bueno pero que tan solo parecería ser un pequeño chispazo.

-Gente que no se quedó en el sillón viendo tele, como usted mismo dice –señala Alexis-.

-Exacto. De gente que tuvo una idea y que solo el tiempo dirá si alguna es el equivalente al invento de la electricidad, o cuántas sobrevivirán y serán trascendentes; pero hay algo de esa inquietud humana de no quedarse apoltronado en la comodidad: en la incomodidad está el desafío. Y Damián mencionó la palabra ‘éxito’. Eso también lo determinará el tiempo.

La escritora ecuatoriana Gabriela Alemán participa en el libro con la crónica ‘Un mundo sumergido’, donde se sumerge en la Unidad de Educación Especial Fe y Alegría (Ueefa), que trabaja con personas con deficiencias auditivas en Santo Domingo de los Tsáchilas. En esa provincia, en la actualidad, hay más de 2.500 sordos, el 8,65% asiste a un centro de educación especial. Más allá de la realidad a la que nos enfrenta la escritora, nos pone cara a cara frente al silencio que envuelve a los temas de inclusión y exclusión.

-¿Qué nos puede decir de la crónica de Gabriela Alemán?

-Creo que hay un gran desconocimiento, incluso desde el periodismo, cuando contamos las historias como la que nos trae Gaby. Las contamos como si fueran guetos, a veces con una mirada muy paternalista, muy angelical, como si todos los discapacitados fueran buenísimos. Eso es deshumanizarlos y me parece reinjusto. Pienso que Gaby no cae en eso.

-Si bien la salud es un tema transversal en las crónicas, lo es también la educación, de la cual, directa o indirectamente, se evidencian sus falencias en nuestra región…

-Cuando fui a presentar el libro en Colombia, había una gran huelga de maestros. En Chile sabemos los enormes conflictos que hay y las manifestaciones estudiantiles que buscan un acceso a una educación pública de calidad. En Argentina, permanentemente, los maestros reclaman una mejor remuneración. Creo que la educación es un reflejo de lo que nos pasa. Me parece absurdo que los maestros y los policías sean dos de las profesiones peor remuneradas en América Latina. Cómo puede ser posible que a alguien que está formando se le pague tan poco, y a alguien que se le da un arma para que ande en la calle se le pague mal y, lo que es peor, no tenga una educación de calidad. Un tipo con un arma en la calle debe ser Heidegger, Kant o Kierkegaard. Debe tener una ética y debe filosofar sobre la vida y la muerte. En toda Latinoamérica hay una deuda tremenda frente a la educación.

-¿Cómo ayuda el periodismo narrativo a contar estas realidades? –pregunta Alexis-.

Mirá, eso es lo que rescato de los autores de este libro. Los temas entregados a un periodista que trabaja en el diarismo no habrían sido abordados como lo son en el libro y, posiblemente, hubiesen sido tratados como una epifanía de la bondad insoportable. Este mismo libro podría ser escrito por Barbie (risas). Y podrían ser un conjunto de historias muy sensibleras, muy ñoñas y lloronas. Desde la crónica, tenemos un libro de unos locos idealistas, con algo de tristeza porque, pese a sus esfuerzos, todo parecería ser tan pequeñito en medio de un mundo donde la mayoría de cosas están muy mal.


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