Revista Pijao
Las obsesiones de Pedro Claver Téllez, un avezado cronista
Las obsesiones de Pedro Claver Téllez, un avezado cronista

Por Myriam Bautista  Foto Claudia Rubio

El Tiempo

Iba caminando por el centro de Bogotá, como suele hacerlo varias veces al día, cuando se encontró con el cineasta caleño William González, del que fue profesor, y de inmediato se fueron a tomar tinto, que es también lo que hace con amigos, amigas, conocidos o escritores que lo buscan para corroborar o desechar datos, para proponerle una historia, para comprarle un reportaje o, simplemente, para echar carreta, una de las cosas que más le gustan.

Después de contarse en qué andaban y como él estaba sin cinco en los bolsillos, también le suele suceder, le propuso a William un traspaso de los derechos de autor sobre la historia de la Sargento Matacho, una joven campesina que de víctima de la violencia partidista pasó a victimaria. Dio una cifra, y William no regateó. De eso hará siete años.

Así cuenta el escritor, investigador y curtido periodista Pedro Claver Téllez cómo transfirió sus derechos sobre una investigación que emprendió hace muchos años sobre las mujeres bandoleras de las que, él asegura, no se ha escrito ni investigado nada.

Téllez llegó a reunir la historia de una docena de ellas, con enorme trabajo y dedicándose a seguirles el rastro con pistas que algunas veces resultaron falsas, por el Tolima, el Valle del Cauca, la zona cafetera y los Santanderes. Luego se sentó a armar sus historias en su vieja máquina de escribir y fue guardando las cuartillas en una carpeta cada vez más amarilla por el paso de los años.

“Un día se me quedó el fólder en una cabina telefónica y nunca lo pude encontrar”, cuenta sin dramatismo alguno Pedro Claver Téllez. Y de la única de esas “bandoleras” que encontró apuntes, anotaciones, entrevistas, fue de Rosalba Velasco, por lo que pudo reconstruir su historia. Alguna ayuda le debió prestar el libro del escritor y político del Líbano (Tolima) Alirio Vélez Machado que, en 1962, año en que fue abatida la Sargento, él publicó y se reeditó en 1985. Aunque Pedro Claver Téllez no le da mayor importancia a este texto, ahí se relata muy detalladamente la vida de esta paisana de Vélez Machado.

La película

Tan pronto como pudo, Téllez hizo copia electrónica, y esa fue la que le entregó a William González, quien se entusiasmó desde el primer momento con la idea de hacer una película que narrara la historia de una mujer joven que vivió la mitad de su vida “enmontada”, disparando y matando.

La Sargento Matacho se inscribe dentro de ese relato femenino y feminista del que se está nutriendo el cine colombiano con películas como Chocó, Jericó y Amazona, para citar tan solo tres de las más populares en los últimos años.

A pesar de la violencia que narra y los bochinches que se suceden, esta es una cinta silenciosa, como lo es esa bandolera que después de presenciar el asesinato de su esposo, de su padrastro, de su hermano, se encierra en un mutismo que no rompe siquiera con sus enamorados, jefes bandoleros y guerrilleros, con los que hacía el amor de manera desesperada, quedaba embarazada y paría para dejar esos bebés con su hija mayor, con sus hermanas o con quien se los recibiera y volvía a enlistarse con otro grupo a la guerra. Disparó mucho, pero habló poco. Sin ningún asomo de ternura ni de cariño, o al menos así está descrita en la película.

Fabiana Medina, la Sargento Matacho, hace uno de sus mejores papeles, tanto así que ya ha ganado un par de premios internacionales por su interpretación.

Téllez tuvo una foto de la Matacho, pero la perdió; afirma que no era tan bonita como Fabiana, pero que tenía su gracia y una larga y negra caballera. Cuando la matan estaba embarazada de Desquite, asegura. Otros afirman que sí tuvo el hijo de ese bandolero.

Vive en el pasado. No le molesta. Poco habla de la actualidad porque no quiere perderse detalle de esa decena de historias que ha juntado y que ahora reposan en un par de USB que cuelgan en su cuello, sujetadas con gruesas cintas, para que no se le vayan a perder porque ahí está la materia prima de una docena de libros que asegura escribirá en los próximos años.

Periodista empírico de los años 50, se enorgullece de serlo. Vio mucho cine y, por eso, sus narraciones están escritas como guiones cinematográficos. Ya no ve tanto cine. Prefiere leer, que ha sido su pasión de toda la vida.

Familia extensa

Nació en Jesús María, Santander, hace 76 años. Desde la escuela se aficionó por la historia y se interesó por llegar al corazón de los violentos. Visitó varias veces los campamentos y a los integrantes de todos los grupos guerrilleros; indagó sobre las secuelas del bandolerismo y entrevistó a muchos de ellos, ya ancianos, o a quienes los conocieron; se volvió en asiduo visitante de la zona en la que se libró la guerra de las esmeraldas y conoció a todos sus protagonistas.

Trabajó en Cromos. Dos directores le dieron vía libre para hacer sus reportajes: Fernando Garavito y Margarita Vidal. Recuerda a colegas como Ligia Riveros, Antonio Morales, Laura Restrepo. También fue reportero de Cambio 16 y de este periódico, siendo muy joven. En los años 80 se fue a Armenia y a Calarcá y averiguó la vida de Carlos Ledher.

“Publiqué un extenso reportaje que no gustó y me hicieron un atentado. Saliendo de Cromos, en la calle 70, abajo de la carrera séptima, iba a coger la buseta en la carrera 11 cuando un hombre me disparó. Falló. Me devolví a la revista y le propuse al gerente que me ayudara a irme a México. Vendí todo lo que tenía. Y me fui un año a un país que amaba, y sigo queriendo, por su música, por su cine, por sus escritores, por su historia. Un año maravilloso”.

Experiencia que enseñó

Fue profesor de historia, por años, en el colegio Mariscal Sucre, que ya no existe, en Bogotá. Y de ahí pasó a la cátedra universitaria, en épocas en que a nadie le pedían ni títulos ni tarjetas profesionales. Estuvo por una década vinculado a las universidades Central, Javeriana, Jorge Tadeo Lozano. En El Rosario dictó talleres a estudiantes de Derecho, Economía, Filosofía.

Más que hacer reportajes a personas en particular, le gusta averiguar con otros sobre un personaje, al estilo de “Tale Galese” (Gay Talese), dice con seguridad.

Ha escrito 14 libros. El primero fue el más fácil de escribir y de publicar. “Me encontré con Mireya Fonseca, editora de Planeta, y me propuso que ampliara mis reportajes sobre los bandoleros que venían apareciendo en Cromos”. Ha sido su obra mejor vendida, y le siguen pagando regalías.

“Crónicas de la vida de bandoleros, los primeros insurgentes del siglo XX, después de la Guerra de los Mil Días: José del Carmen Tejeiro, Jesús Antonio Ariza, entre otros”, cuenta.

Tampoco esconde su complacencia al hablar de su padre. Un santandereano machista que tuvo mucho dinero, fue alcalde, un liberal de los de antes, pero, sobre todo, un hombre al que le encantaba leer. Tuvo 23 hijos. Él es el número 19. Nació cuando su padre tenía 65 años y su madre contaba con escasos 22. Fue la última esposa. En los últimos años de vida, como se iba quedando ciego, Pedro Claver Téllez le leía a diario los periódicos regionales y los nacionales, revistas y los pocos libros a los que tenían acceso.

Relatar y relatar

Invitación que le hacen para investigar un tema, encontrar personajes, armar historias no la deja pasar. Tanto es así que se acostumbró a vivir en un cuarto amplio de un hotel del centro de Bogotá, donde tiene la maleta lista por si le toca salir volado. No está apegado sino al computador portátil que lleva en su pesado maletín.

Con Víctor Gaviria vivió cinco años, el quinquenio que el cineasta empleó para hacer su película Sumas y restas, sobre la que Pedro Claver Téllez escribió un gran reportaje.

Acaba de llegar de Barbosa. Se fue con el hermano de un amigo que lo invitó a su casa y además fue su conductor y fotógrafo por esa zona, para atar cabos sueltos de un relato que lo intrigaba y del que no tenía sino los titulares. La historia transcurre en Barbosa, Suaita, Santa Helena del Opón, Contratación, Puente Nacional, Sumapaz, Jesús María. Narra la conformación, desarrollo y extinción del primer grupo paramilitar del que se tenga noticia. Lo formaron cinco hermanos caratejos, siete primos y cuatro amigos más de la vereda donde vivían: 16 hombres que se arman para defenderse de los frentes 12 y 14 de las desaparecidas Farc.

Contaron con el apoyo de los militares de la zona; los hechos suceden en el gobierno de Turbay Ayala. Mataron unos dos mil liberales, personas de izquierda, del Partido Comunista, dirigentes agrarios, sociales. Llegaban a los pueblos a matar y a robar con furia. Suaita se lo tomaron dos veces porque es el pueblo más boyante de esa zona. La segunda vez les fue muy mal. Todo el mundo les salió y les disparó. “Fue una plomacera dura”. Quedan personas de segunda o tercera categoría que eran parte del grupo. Escribirá un libro. Como está recién llegado, vuelve a contar la historia. Le agrega nuevos protagonistas y la enriquece con datos geográficos, sociológicos y políticos.

Se encarreta con escritores a los que sigue el rastro y de los que se lee sus libros y entrevistas que se publican en internet. El de ahora es el francés Emmanuel Carrére, y asegura que Limónov es lo mejor que ha leído en años.

Durante una larga etapa de su vida leyó y releyó Bajo el volcán de Malcolm Lowry, tal vez porque transcurre en Cuernavaca (México), un día de los muertos. La película que hizo John Houston se la vio como diez veces y la fetichizó. Y claro que la otra novela que lo acompañó durante años por ese clima de violencia que se respira desde la primera página fue la del estadounidense Cormac McCarty: No es un país para viejos.

La película de los hermanos Cohen es inolvidable. Tal vez no la vio porque no la menciona.

Téllez no tiene pensión. Anda recogiendo su historial laboral, pero cada vez que se le cruza un relato de las guerras abandona esa tarea porque le interesa más no perderles el rastro a víctimas y victimarios. Siempre halla mecenas, como un vecino de la calle 19 y otro vive en La Macarena. Debe tener más.

Para muchos, es un carretudo. Para otros, un investigador nato que conoce más que nadie sobre la guerra de las esmeraldas y sobre los bandoleros. Ahí está La Sargento Matacho, a la que sacó del anonimato.


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