Revista Pijao
Las filas del hambre
Las filas del hambre

Este titular del diario ‘El Tiempo’ y con fotografía adjunta ocupó recientemente media página a todo color. El sitio, Madrid (España).  Para mí algo sorpresivo desde mi visión de colombiana tercermundista. La pandemia que no ha respetado ni a ricos ni a pobres, ni a  nacionalidad alguna,   irrumpió con la fuerza de la muerte y la miseria por todos los ámbitos del mundo entero. Refería la mencionada noticia que el número de solicitantes de comida gratuita que reparten en dicha ciudad europea a los desposeídos, había crecido enormemente dadas las condiciones de desempleo y pobreza que ha acarreado el COVID 19 desde Marzo del año pasado hasta la fecha.

El HAMBRE, el hambre; algo tan ajeno a mí privilegiada posición de profesional con suficientes ingresos monetarios y casada con hombre exitoso en todos los campos.  Los dos pertenecientes a “acomodadas” familias de clase media, en las que jamás faltó nada.  Provenientes de hogares en los que se contaba con todo lo necesario, incluido en primer término el  AMOR.

Y es que el alimento, la comida, el saciar el hambre, se constituyen en elemento básico-indispensable para la supervivencia. Sin comida no hay vida. Y algo más, en el acto primigenio de ser amamantados está implícito el benéfico intercambio de humores, el tibio y húmedo calorcito que proviene de ése imprescindible roce piel a piel, de la caricia, del “contacto”. La protección, el arrullo, el cuidado, el acercamiento amoroso. El beso.

Volviendo a la desgarradora noticia de las FILAS DEL HAMBRE, vino a mi memoria la lectura de tres novelas que me han impactado desde siempre del gran escritor colombiano José Antonio Osorio Lizarazo, brillantísima pluma literaria algo olvidada, pero que por fortuna recientemente ha sido rescatada por los jóvenes editores de “Laguna”, quienes  publicaron tres de sus fundamentales  obras literarias, las que rememoro como representantes estremecedoras pero magníficas del tema que me ocupa, el HAMBRE: “Garabato”, “Casa de vecindad” y “El camino en la sombra”.

En estas desgarradoras y monumentales obras literarias del mencionado escritor colombiano, José Antonio Osorio Lizarazo, de indispensable lectura, algunos de sus protagonistas “mueren de hambre”. La pobreza absoluta. Las carencias de diverso orden narradas en forma magistral, minuciosa y realista, con personajes y lenguaje contundentes que alcanzan a grabar en la mente del lector, y para siempre, el impacto del hambre. El hambre que se da cita con el hombre para impedir la natural progresión de la vida.

Desde mi experiencia profesional como Psicóloga Clínica he atendido varios casos de la muy frecuente enfermedad llamada ANOREXIA NERVOSA, presentada especialmente entre las jóvenes. Recuerdo mí primera paciente con dicha patología hospitalizada en Clínica para enfermos mentales. Tenía que atenderla en su habitación, la número 103. Me alertaron al solicitar mis servicios profesionales: Paciente de 15 años. Pues bien. Llegué puntualmente, abrí la puerta del 103 y encontré en la cama a una anciana, pequeñita, arrugada, casi sin pelo. Exclamé de inmediato, perdón, me he equivocado. Salí, volví a ver el número de la habitación colocado en el dintel, 103. Llamé a la Enfermera Jefe para rectificar. Me respondió que sí, que  esa era la habitación 103 de la paciente T.M de 15 años de edad a quien se le solicitada Estudio Psicológico Completo. Ante tal rectificación volví y entré en la habitación, con tono interrogante pregunte: ¿T. M.?  Sí,  me respondió con débil voz una famélica figura femenina. Enjuta. Con arrugas en su rostro y sorpresivo lanugo; escasísimo y quebradizo cabello, y, a más de todos estos rasgos de  impacto, de una palidez cerúlea. Pesaba 30 kilos. Medía 1.55 y sus condiciones físicas hacían temer por su vida, dado el prolongado periodo de disminución y a veces suspensión de la ingesta alimentaria.

Y así seguí viendo varios casos, con variantes que van de la ANOREXIA (dejar de comer) A LA BULIMIA (comer excesivamente) y algunos presentes al tiempo en la misma persona, quienes hacen atracones de comida para luego desembarazarse de ella con el uso indebido de vomitivos y laxantes,  e infinidad de inimaginables técnicas a las que bajo su angustia recurren.   Estos cuadros clínicos mixtos se dan aunados a Depresiones, Obsesiones, Compulsiones, Ansiedad y entidades pre-psicóticas y psicóticas de variada etiología. Algunas, de difícil manejo y Pronóstico reservado; y, otras,  con afortunadas mejorías bajo tratamientos profesionales interdisciplinarios, a cargo de Médicos Psiquiatras, Endocrinólogos, Psicólogos, Nutricionistas y Terapistas Ocupacionales, dedicados a brindar los grandes beneficios de sus conocimientos profesionales.

Asombrosa la mente humana. Inexplicables al parecer estas conductas. Y otras en el campo de la Economía y las costumbres. Me lastima en demasía leer las noticias, con registro gráfico además, de las toneladas de alimentos que inmisericordemente se desechan. Tanto en desperdicios de barcos, aviones, hoteles, restaurantes y mercados; como en las casas mismas. En nuestros propios hogares. Y qué decir de cuando hay superproducción de un producto; recurren a tirarlo. He visto con indignación, cómo los lecheros derraman la leche traída en tanques enormes en carreteras despobladas. Y algunas costumbres de jolgorio popular como las “tomatinas” en Buñol-Valencia (España) y otras poblaciones inclusive colombianas, consistente en, literalmente bañarse en tomates maduros; es indignante. En festivales y Ferias de diversos pueblos de Colombia y otras latitudes  se lanzan huevos y harinas unos a otros. Costumbre, según algunos, muy folclórica y divertida, y otros,  absolutamente  grotesca. Y así infinidad de hechos en los que la comida, tan escasa para muchos, carente para otros, es objeto de “burla carnestoléndica” entre la abundancia, versus la consternación y la impotencia en la carencia. Niños famélicos y desnutridos en proporciones que anonadan el ánimo  en nuestra amada población de la Guajira y otras muchas. Retardos mentales a causa de falta de proteínas. Malformaciones. Enfermedad y Muerte.  HAMBRE vs. DESPERDICIO.

De otra parte, registra la población mundial, en unos pueblos más que en otros, la preocupante situación que alcanza a ser problema mundial de salud,  la OBESIDAD, con implicaciones serias a nivel físico y psicológico.

¿Qué pasa en esa fina, compleja y delicada dinámica mental que abarca intrínsecamente lo BIOLÓGICO-PSICOLÓGICO-Y SOCIAL?

Desde mi ángulo de profesional dedicada al diagnóstico y con base en mi larga experiencia tanto profesional como existencial develo en éstos casos un innegable compromiso AFECTIVO-EMOCIONAL. Para ilustrar esta posición traigo a colación el clásico experimento del conocido psicólogo Harry Harlow en los años 60s con monos Rhesus (macacos). A modo sucinto es el siguiente. Nacieron tres bebés macacos y a cada uno se le proporcionó una madre diferente. Al primero su madre natural, al segundo una madre  hecha de alambres con peluche a la que se le colocó un biberón con buena y tibia leche; y la tercera madre de alambre pelado, es decir sin peluche, pero también con buen biberón. Pues bien cada crio fue colocado en cada una de ellas. El resultado, pues que comieron los tres ávidamente, durante semanas, pero al cabo del tiempo el tercer bebé, el de la madre de alambre pelado, murió. El segundo, el de la madre de peluche sobrevivió, pero en su etapa de adolescente presentó desordenes de socialización a mas de desviaciones sexuales; y el primero, con su natural y amorosa  madre que lo lamia, arrullaba, protegía, calentaba y amamantaba, pues fue individuo fuerte, sano y “adaptado”.

Como se ve, el experimento ilustra en forma contundente la trascendental importancia del afecto, del contacto amoroso, del enlace diádico Madre-Hijo. Todos tenían comida, pero el dos y el tres carecieron de afecto.

De tal suerte que la COMIDA, la ALIMENTACIÓN conlleva el binomio inseparable del AMOR. De la interrelación afectiva. Lo experimentamos en primera instancia en nuestras iniciales etapas evolutivas y luego a lo largo de todo nuestro devenir vital. Las celebraciones en general van acompañadas de comida. Se invita a comer. Se especializan los anfitriones en brindar platillos especiales a sus invitados. Las parejas de enamorados salen a comer, a beber. Los esposos “cuidan” de sus parejas y sus hijos asumiendo la responsabilidad de alimentarla, de proveerle comida. Sin comida no hay vida y la comida procura enlaces afectivos, dar-recibir. Atender. Amar. ¿Ustedes no han utilizado en forma alegre y desprevenida la consabida expresión “Me lo como a besos”?

Sin embargo, qué cruel resulta que  algunas personas priven a su empleada de esta obligación fundamental. Algunos casos he venido a conocer últimamente.  La patrona de la casa restringe la cantidad de alimento a su empleada. Horror, incluso en hogares donde reina la abundancia, pero para ellos, para sus hijos, para sus invitados.

Y qué decir del hambre que está rondando en la actualidad, sobre todo en nuestras clases menos favorecidas y en algunas más, en las que por la pandemia no hay empleo. Se lee en las noticias que las tres comidas reglamentarias en muchos hogares ha pasado a dos, en otros casos a una y en casos extremos casi que reducida a cero.

 

                                                            

RUTH AGUILAR QUIJANO

Especial Pijao Editores


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