Por Carlos Orlando Pardo
No son pocos los libros que se enmarcan en el crimen cometido contra el líder popular liberal Jorge Eliécer Gaitán. Tampoco son escasas las novelas publicadas a lo largo de estos setenta años transcurridos desde ese momento en el que cambió la historia de Colombia. Muchas fueron escritas bajo el furor de los acontecimientos cuando aún los hechos no se decantaban y tomaron partido en los señalamientos bajo el calor de la militancia política. Otras se quedaron en la simple descripción de los hechos y algunas no tuvieron ninguna trascendencia desde lo literario y quedaron como valiosos testimonios de un hecho perdurable.
Durante los últimos veinte años el panorama ha cambiado, pero sigue siendo un tema atractivo para los novelistas, mucho más cuando existe la afortunada tendencia de reconstruir y recrear hechos que la gente en general desconoce en sus detalles, sus causas y consecuencias. Para saber que lo que somos hoy es producto de aquellos sombríos episodios, salta la literatura que sensibiliza y ofrece perspectivas novedosas desde el lenguaje, la técnica y los datos reveladores de un execrable asesinato.
Precisamente es lo que logra el ya curtido novelista Jorge Eliécer Pardo en su novela La última tarde del caudillo. Pudiera decirse que en virtud a la saga que viene trabajando desde hace un cuarto de siglo bajo el nombre El Quinteto de la frágil memoria, aquí, con esta cuarta entrega, redondea un período de la historia colombiana y se conocen nuevas facetas de sus personajes que deambulan por El pianista que llegó de Hamburgo, La baronesa del circo Atayde, y Trashumantes de la guerra perdida.
Es vertiginosa la estructura de La última tarde del caudillopor cuanto los episodios van en pequeños segmentos sucediéndose las escenas que poco a poco completan el cuadro de acciones y personajes en el mismo momento, inclusive en otra hora, pero que trascurren como si viéramos varias pistas en una sola página. Lo simultáneo ofrece agilidad y una manera particular de presentar la historia, tan usual en el cine o en las series televisivas, pero no en la novela, que si bien es cierto puede ir desarrollándose de un plano a otro, en este caso como juego sincrónico mostrado al lector, para que cada quien vaya armando el camino como un rompecabezas o simplemente como una figura para armar.
Los detalles que rodean el antes del crimen, el momento en que sucede y lo ocurrido luego, reflejan una larga tarea investigativa en donde recuperamos escenarios urbanos de la Bogotá de los años cuarenta a sesenta, marcas comerciales, personajes, nombres de artistas, canciones, costumbres, comidas, olores, titulares de prensa, actitudes, conductas y posiciones de quienes intervinieron en el suceso y cuyas actitudes hoy se encuentran olvidadas pero aquí resucitan. No es por fortuna una novela sesgada que magnifique al mártir sino que lo muestra con sus flaquezas y defectos y narra la variedad de posturas asumidas por sus amigos y enemigos y por múltiples estudiosos del hito nacional. Reveladores trascienden los nuevos pormenores que aquí surgen como descubrimiento en el desarrollo de la historia y que eran desconocidos, resultándonos un regalo valioso para quienes somos contemporáneos del suceso y vivimos sus consecuencias.
Paralelo a los hechos de Gaitán que son la columna vertebral de la novela, bajo una atmósfera de alto contenido poético con lirismo filosófico sobre el amor y la muerte, todos los héroes y antihéroes centrales de las obras anteriores de Pardo alcanzan de nuevo su protagonismo y nos familiarizamos enterándonos de otros ángulos de sus aventuras y desdichas, producto de los desplazamientos y la guerra donde, por ejemplo, Hendrik, el pianista que llegó de Hamburgo que si bien es cierto no nace en este país sino que lo padece, además de sus recuerdos de la ignominia, se interna en sus sentimientos e evocaciones, así como lo hacen Matilde, Sofía, Augusto y el mismo Carlos Arturo que surge en las acciones y nostalgias.
Con La última tarde del caudillouno se tropieza con un libro poco usual en todo sentido y nos queda, gracias a la destreza del autor, la sensación de haber estado no solo visitando sino sintiendo lo que se respira en cada página donde la felicidad es esquiva y la violencia el aire natural. Lo que se palpa es la condición humana y la condición de nuestra nación que no solo se sume sino consume a los demás en una atmósfera de desamparo y desasosiego permanentes, gracias a la injusticia y sectarismo que todos los bandos asumen para ir por la vida.
Comprometido cada lector con sus razones y militancias, con sus ideologías y gustos, con su postura de clase social en donde los unos declaran a los otros sus enemigos, tenemos un panorama poco grato para el entendimiento y al final, lo que siempre sucede donde los muertos y la pobreza campean como una bandera triunfante y nadie responde ni por la vida ni por la muerte de generaciones que van sucediéndose bajo el mismo ritmo. La lección de la historia no se aprovecha y la lectura de esta novela, independiente de los sucesos, nos deja la lección de una gran literatura sobre unos años indignantes.