Por Carlos Restrepo Foto Claudia Rubio
El Tiempo
Como el aire, no pasa un día sin que las necesitemos. Aunque suene paradójico, en este momento son más utilizadas que nunca, gracias al auge de los dispositivos electrónicos. Se trata de las letras, los signos gráficos que conforman los alfabetos y nos permiten comunicarnos, y a las que acariciamos con nuestros ojos.
Ellas “son la voz de los textos”, marcan la cadencia de lo que se escribe, anota el diseñador Ignacio Martínez-Villalba, quien ganó este año el prestigioso Lápiz de Acero, otorgado por la revista ‘Proyectodiseño’.
Este profesor bumangués es considerado uno de que más han investigado en Colombia sobre la historia de las letras. Desde pequeño se apasionó por el movimiento y la línea de las distintas tipografías que encontraba en los cuentos, en los libros del colegio, en las revistas y los periódicos.
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Ese embrujo lo llevó a estudiar diseño gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, de Bogotá, así como una especialización y una maestría en las universidades de Colorado (EE. UU.) y de Barcelona (España). Además, ha participado en los doctorados de diseño y revoluciones tipográficas de esa institución catalana.
Para él, una de las características más emocionantes de su campo de estudio es que es inagotable. “Cuando la gente me pregunta para qué se hacen más letras, yo les respondo: ‘Porque la gente cambia’. Y habrá tantas letras como personas. Una letra entona diferente a otra. Por eso, las letras para mí son voces”, comenta.
De allí que no sea lo mismo la letra de un periódico que la de una novela o la de una revista cultural, científica o económica, o la que usamos en el computador.
“El periódico tiene una voz por la letra que usa. Y claramente no será la misma voz si se lee en internet, por la luz y los contrastes. Hoy se están diseñando letras únicamente para pantallas, porque pasamos del papel a la tableta. Y el tipógrafo tiene que ajustarse a ese nuevo formato”, admite Martínez-Villalba.
Tras el rastro de las letras
La relación entre la tipografía y la arquitectura es otra de las pasiones del diseñador. En el mundo de la diagramación, explica, uno de los elementos centrales es la arquitectura tipográfica. “Si uno se remite a las partes de la diagramación, como la cornisa, el pie y la columna, son palabras derivadas de la arquitectura. Por eso, varios arquitectos se convirtieron en destacados diseñadores gráficos, como Dicken Castro”, agrega.
En cuanto al trazo, “detrás de una letra siempre está la herramienta con la que fue hecha, que le deja su ADN –destaca–. Es muy diferente la hecha con un pincel a la pintada con una pluma. Recuerde que estas herramientas han venido cambiando y, con ellas, el sustrato, es decir, los papeles, las texturas. Todo eso va conformando el ADN de las letras”.
Y a todos estos elementos se une el momento histórico. “No es lo mismo una letra diseñada en los 70 a punta de ácidos, ‘hipposa’ y psicodélica, a una de mediados del siglo XV”, acota con humor.
Saber escoger la letra ideal es lo que más deleita a Martínez-Villalba, no solo cuando se lo enseña a sus estudiantes, sino al frente del equipo que comanda como director de arte de la revista El ‘Malpensante’.
“Cuando busco las letras, pienso en qué tipo de lector tendrá este libro o esta revista. Si es una persona pausada, que va a pasar horas en compañía del texto, es diferente a si lo que quiero es avisar que llegó el circo o si tengo que dar una noticia. Entonces comienzo a apasionarme por todo lo que logran las letras, que pueden ayudarle a ese lector a sentir o imaginarse cosas, a apropiarse de la lectura. Ese es el poder de la tipografía”, afirma.
Un hallazgo de premio
En ese trasegar por archivos curiosos, en busca de tipos de letras, uno de los hallazgos más fascinantes de Martínez-Villalba tuvo lugar hace dos años.
Margarita Valencia, compañera de investigación en el Instituto Caro y Cuervo, le propuso que dictara un curso práctico de cómo hacer un libro, aprovechando la Imprenta Patriótica de la entidad, que data de 1959.
Para eso, Martínez-Villalba necesitaba saber con qué tipo de letras contaba. Entonces se trasladó a la histórica hacienda de Yerbabuena, al norte de la capital, sede la imprenta del Caro y Cuervo.
“Cuando llego, a finales del 2015, me dicen que solo hay dos tipos de letras: una para el diccionario y otra para las demás publicaciones. Entonces les propuse que hiciéramos un catálogo, así fuera pequeño, para la gente y para los estudiantes”, recuerda.
Pero lo que parecía una sencilla tarea de clasificación, en compañía del director del instituto y los operarios del taller, se prolongó durante cerca de año y medio.
El balance final maravilló a los propios linotipistas que llevaban años trabajando en la imprenta: Martínez-Villalba descubrió 27 tipos de letra distintos para las máquinas Ludlow (usadas exclusivamente para los titulares) y 14 para las de linotipia, los dos sistemas utilizados en esta imprenta.
El resultado de sus pesquisas es un particular libro-objeto que el profesor elaboró en forma manual, con los operarios del taller.
La publicación, llamada ‘Tipos heroicos: letras, orlas y rayas de la Imprenta Patriótica’, ganó este año el Lápiz de Acero (al mejor proyecto de diseño editorial gráfico), el premio nacional más prestigioso al que puede aspirar un diseñador.
De Gutemberg a la fotocomposición
Al hablar de su descubrimiento, Martínez-Villalba no puede dejar de lado lo revolucionario que resultó el invento de la linotipia.
Si se pudiera hablar de las tres invenciones claves en la historia del texto escrito, dice, estas serían la imprenta de Gutemberg, el linotipo y la fotocomposición, que tienen el común denominador de haber hecho más rápida y fácil la impresión.
“Lo que inventa Gutemberg es el sistema de tipos sueltos, de poner una letra al lado de la otra para hacer líneas de texto que se juntaban con otras y se imprimían”, explica. Esta técnica fue trascendental en la democratización del conocimiento.
Después, en plena Revolución industrial, apareció en Estados Unidos la linotipia. “Esta volvió más ágiles los periódicos y las revistas con mayor periodicidad y un mayor volumen de páginas. Revolucionó la producción editorial a finales del siglo XIX y principios del XX”, acota el investigador.
El linotipista se sentaba frente a una especie de máquina de escribir gigante, de dos metros de alto, y componía matrices (una para cada línea de texto) en las que se fundía plomo. La Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo trabaja todavía con este sistema, gracias a cinco máquinas que conserva como joyas.
Martínez-Villalba resalta que, si bien este sistema no puede competir con los actuales, es valioso en la medida en que permite que la gente tenga contacto de primera mano con la “materialidad de las cosas”. “Ver, tocar y oler. A veces, la publicación necesita eso que yo he llamado la nueva interactividad del libro. De allí este renacer de la novela gráfica y la movida de los editores independientes”, argumenta.
Finalmente, su equipo se llevó una segunda sorpresa hace un año, el 28 de octubre, cuando terminaron de imprimir su alabado libro.
“Cuando acabamos, pregunté qué santo caía o qué hecho histórico relevante había pasado en un día como ese. Pues no salíamos de nuestro asombro cuando vimos que el 28 de octubre de 1899 murió Ottmar Mergenthaler, el inventor de la linotipia”, cuenta el diseñador.
Ahora, cuando usted esté leyendo su novela predilecta o escribiendo una carta con alguna de las decenas de tipografías que Word le ofrece, sepa que detrás de cada una está el talento creativo de un artista o un diseñador que duró meses –y hasta años– imaginándose por qué esa letra podría ser la mejor opción para usted.