Creo que desde siempre, este fenómeno ha invadido los ámbitos de la expresión. Palabras cuyo uso se pone de moda; y, lo más llamativo, nombres de personas también.
Así, por ejemplo, según el año de nacimiento de los bebés, predominan en el repertorio, tanto masculino, como femenino, nombres que se utilizan en forma generalizada. De tal manera que por oleadas de bautizos, existen niños llamados Camilo, Nicolás, Pablo, Juan Pablo y Juan Camilo; Juan Sebastián y Juan David. Felipe, Alejandro, Santiago, Simón. Y en los tiempos de rigor católico, apostólico y romano, en los que los curitas llevaban la voz cantante frente a sus feligreses, exigían a los progenitores que los nombres con los cuales se bautizara a los bebés fueran aquellos que reposan en el santoral; lo más cómodo, era echar mano al nombre del santo cuya conmemoración coincidía con la fecha de llegada al mundo del respectivo bebé. Por lo tanto, en las niñas, las María, las Esther, las Sofía, las Catalina, las Magdalena, las Edith y Judith; Ana, Isabel, Sara y Rut eran comunes de encontrar. Un poco menos ésta última, a decir verdad y en beneficio de mi propio nombre. Porque eso de encontrarse tocayas por todo lado puede ser de dos caras: Una un poco halagüeña, la otra un poco molesta; y si el apellido también coincide ¡aterrador! Es la llamada “homonimia” que se presta para múltiples molestias, hasta alcanzar percances penosos, como le sucedió a una amiga quien fue detenida en el aeropuerto al intentar viajar a los Estados Unidos, pues su nombre y apellido era homónimo con alguna traficante de narcóticos. Por eso es que el usar los dos apellidos, paterno y materno, de alguna manera nos singulariza en este conglomerado humano que cada vez va siendo más populoso. Para fortuna mía, hasta ahora, no me he encontrado ni en colegio, ni en universidad, ni en campo laboral o de amistad, ninguna Ruth.
En los tiempos que corren, no es tan usual la utilización de nombres bíblicos para las niñas, un poco aún para los nenés. En cambio vemos que según la reina de belleza de turno, o la cantante o la princesa más popular, encontramos Nini Johannas, Elizabeths, Carolinas y sorprendentemente hasta palabras inglesas vueltas nombres como el cada vez más frecuente “Leidy” y “Leidy Di” lo que causaría no solo espanto, curiosidad e intriga, sino hasta burla y descalificación en personas de habla inglesa o incluso pertenecientes a la monarquía británica. (Si es que se han llegado a enterar).
Esto en el campo de los nombres de las personas, que hay muchísimos y cada cual me podría brindar numerosos ejemplos, pues el repertorio es de nunca acabar.
Sin embargo, cada vez que nace una niña o un niño es algo encantador el hecho de buscar su nombre, llegando a elegir muchas veces alguno, según tradiciones familiares. Entonces se le llama al primogénito con el mismo nombre del padre y ya de adolescente el muchacho tendrá alguna confusión al respecto, la que se soslaya con el Junior. Cosa parecida acontece con el nombre de la hija, llamada igual que su madre y hasta igual a su abuela. Llegando a configurar toda una cadena generacional de Anas, Teresas, Cielos, Rosas, Raqueles, Glorias, etc.etc. Otros acuden a nombres del todo exóticos como los Duvan, las Trixis, los Arbeys, las Ferney, las Yaneidis, los Rosalinos, las Precelias, las Neris, las Yurani, hasta agotar la imaginación.
Con alguna frecuencia nos encontramos con personas que ostentan apellidos de grandes personajes de la historia vueltos nombres, debido a la consagración de sus padres a lecturas. Así, Lincon, Newton, Beethoven, Rosenberg y demás, que todos nos vamos encontrando a lo largo de nuestras relaciones de amistad.
Cada cual se siente atraído por la sonoridad, la nostalgia, el cariño, el recuerdo y admiración por algún personaje del mundo literario, musical, político, familiar … o el sentido estético en relación con que se ajuste en forma agradable al oído con el apellido haciendo juego armonioso; aunque casos hay, y muy numerosos, que se llega a configurar todo un espectro bastante gracioso. Por ejemplo aquellos de: Armando Casas; Dolores Fuertes … luego casada con un señor de apellido Barriga: “Dolores Fuertes de Barriga”; “Abraham Tirado Rico”; “Nori Navas”; “Alma Rojas”, “Norma Bravo”, “Melinda Castro Toro”. Y del otro lado, otros, insólitamente bellos, como Aquiles Pinto Flores, Zoila Rosa de Verano; y muchísimos más que todos conocemos y que llegan hasta el colmo mismo en el juego de palabras, estimulando el hecho de ser compilados por parte de estudiosos de aconteceres curiosos de la humanidad.
Todo este anecdotario en relación con los nombres propios de personas. Y si pensamos, también, en otros muchos escenarios, como el nombre que adjudicamos a nuestras mascotas y el que ponemos hasta a las fincas de recreo, las poblaciones, las ciudades, en fin, todo aquello que “bautizamos” de alguna manera está impregnado por el influjo de alguna moda. Es por esto que si vamos leyendo los letreros de las casas y haciendas, lugares o corregimientos, en un largo recorrido por carretera, nos encontramos con que se repiten los nombres sorpresivamente. “El Refugio”, “La Esperanza”, “Bella Vista”, “Las Delicias”, “El Paraíso”, “Santa María”, “Bella Helena”, etc.etc.
¿Y qué decir del lenguaje que utilizamos a diario? Igualmente está nutrido por términos que de tiempo en tiempo se van introduciendo en nuestro repertorio comunicativo, sin casi darnos cuenta. Qué tal el “chévere”, el “excelente”; el “divino” para calificar ¡hasta un apetitoso plato de comida! Y, claro está, nuestro lenguaje con sus diversos léxicos, también nos clasifica en regiones, en nacionalidades con la misma lengua, en edades y hasta en niveles culturales y socio económicos.
Así mismo acontece con las muletillas que nos ayudan a llenar vacios momentáneos en nuestro discurso, bien sea cotidiano o académico. En esta época me ha llamado la atención el cada más frecuente “digamos” que aflora en forma reiterada en los conferencistas, expositores y hasta académicos; también, “el hecho”, “justamente”, “paradigmático”, excluyente”, “ominoso” Y en la conversación informal: “para nada”; “o sea”, “total”, “pues” etc.
En fin. Cada uno de nosotros cuenta con sus recursos idiomáticos personalizados y plenos de la influencia recibida por nuestro entorno regional, social y educativo. Algunas muletillas del todo incorrectas según las reglas gramaticales, como aquella del “dequeísmo”; otras graciosas, simpáticas, sonoras y muchas sumamente aburridoras. Los “sonsonetes” que cada cual va apadrinando; ahora “engalanados” con las expresiones propias de la tecnología. Tanto así, que esa terminología tecnológica ya ha sido tema de largo y actual estudio por parte de académicos dedicados a ello y con posterior aceptación de algunas incluidas en los diccionarios de la lengua, con la subsecuente enseñanza acerca de una gran verdad: El idioma es absolutamente dinámico, cambiante; abierto siempre a nutrirse, sobre todo, eso, flexible … siempre vivo. Palabras que entran totalmente en desuso “mueren”; otras que “resucitan”, alguien las saca de algún sarcófago donde reposan muchísimas del riquísimo vocabulario y las coloca en escenario de primer orden con atractiva e influyente presentación. Otras que surgen, casi “nuevas” los llamados neologismos, como aquella que las feministas nos han brindado, un poco difícil de aprender pero sumamente “sonora”: SORORIDAD. Expresa solidaridad entre mujeres ante las lesivas discriminaciones que imperan lastimosamente aún en el mundo en general.
Me encantan aquellas que vemos cada vez más utilizadas y que han emergido de la insistencia necesaria y “salvadora” en nuestro mundo tan convulsionado y confuso con respecto a los valores éticos y que coadyuvan a una sana interrelación: EMPATÍA, tomada de la psicología y que quiere decir “tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro y entender sus emociones”. Habilidad que debemos cultivar y aplicar para ejemplo modelador de niños y juventudes, así evitaríamos muchos atropellos e injusticias. Otra de estas palabras, es la tan mentada RESILIENCIA procedente también de la psicología y que significa “capacidad para superar circunstancias traumáticas”; circunstancias tan inherentes a la existencia humana, e infortunadamente, tan propias de nuestra historia colombiana, signada por toda suerte de desgracias sociales, políticas y de génesis VIOLENTA. Éstas dos palabras, una preventiva: empatía; otra sanadora: resiliencia, parecen estar haciendo cada vez más presencia nominal y comportamental en las personas, desde mi visión optimista.
Dificultades salen a nuestro encuentro desde muchos ángulos, unas, entre grupos en extremo heterogéneos que utilizan sus jergas muy propias de integrantes, a veces marginados, a veces juveniles; y otras, dadas por estrechos regionalismos.
Recuerdo una de mis primeras experiencias como Psicóloga: debía entrevistar, para una rápida selección, a recogedoras de flores en una importante empresa exportadora y las candidatas pertenecientes al medio campesino utilizaban palabras que yo conocía su significado pero que para ellas quería decir cosa diferente. Por ejemplo al indagar acerca de su salud, la pregunta era si alguna vez había estado inconsciente, a consecuencia de un golpe en la cabeza. Notaba que no me entendían, entonces les decía: ¿ se ha desmayado? tampoco… su lenguaje corporal me informaba que no acertaba en la comunicación; entonces seguía diciéndoles algo así como caerse al piso muy desalentado y mal, enfermo…. Ah, respondíanme ¡descuajado! Si, si, varias veces. O si les preguntaba si “conocían” a alguien dentro de la empresa, pues esta expresión para ellas tenía el sentido bíblico y abrían tamaños ojos, lo que me indicaba que no era por ahí mi interés. Ellos, los campesinos, utilizan el “distinguir”, diferente para nosotros en significado. Bueno al final de dos meses en mi ejercicio profesional terminé haciendo un pequeño glosario de términos con significados propios para el grupo social con el que estaba tratando y creo que logré algún éxito en la comunicación, a juzgar por la acogida que luego tuve. Podía hablarles en su mismo “idioma” significante y eso los acercó tanto a mí, que luego me convertí en su consejera psicológica, lo cual ayudó enormemente al bienestar de las relaciones dentro de la empresa.
Finalmente conservamos dentro de nuestro repertorio lingüistico palabras que nos han acompañado a lo largo de nuestro devenir histórico, social, familiar y personal y que compartimos con otras lenguas en forma casi idéntica en escritura y pronunciación: AMOR y PAZ.
¡El Lenguaje! Raíz misma de nuestra propia identidad. Inagotable. Dinámico.
!MARAVILLOSO!
RUTH AGUILAR QUIJANO