Revista Pijao
La hora esperada de Juan Ángel Palacio
La hora esperada de Juan Ángel Palacio

Por Alonso Aristizábal

El Espectador

Como tantos colombianos luchadores que han logrado lo mejor con su vida, dice haber nacido en un pueblo perdido de Antioquia, que se llama Santa Rita, en un rincón de Ituango. Llama la atención este escritor por su trabajo callado, paciente  y sin alardes como creo que debe ser el oficio literario, apenas consciente de lo que se propone. Sin duda, por lo mismo ha faltado una valoración crítica e informativa que lo acerque más a los lectores colombianos. Casi hay que hacerlo hablar de su obra porque es de pocas palabras. Me cuenta que su madre le puso ese nombre en homenaje al personaje de La María de Isaacs que le gustaba mucho. Por eso de allí viene su amor por las letras. Precisamente a ella dedica su libro. Quizá por esto la literatura lo ha perseguido siempre, y en una conferencia hablando de su libro La hora esperada, dijo que narrar es su parche y que este libro ha sido producto de un trabajo de no poco tiempo porque la literatura le ha enseñado que hay que trabajar casi palabra por palabra, frase por frase.

Pero estudió derecho y se ha destacados  como uno de sus tratadistas en Colombia. Ha sido profesor durante más de treinta años y escribió unas cuantas obras sobre el tema que son textos de estudio en las universidades del país. Llegó a ser magistrado del Consejo de Estado. Hace una década Panamericana publicó este libro y ya lleva tres reimpresiones. La última apareció este año. La primera conclusión para el lector, que se trata de un texto que resume buena parte de la experiencia como abogado y juez, conocedor de la letra menuda de la realidad colombiana de los últimos cincuenta años. Por eso se refiere a ella como si fuera la reflexión que hace alguien del mundo contemporáneo. Desde Flaubert siempre se ha dicho que hay que escribir sobre lo que se conoce, y más de aquellos hechos que nos pesan como parte de nuestra propia vida. Cuenta que trabajó muchos otros relatos sobre estos mismos aspectos y con el paso de los días los que publica son los que debían quedar. Otro libro suyo se llama El último domingo (2008), una novela también sobre el tema policíaco que merece comentario aparte porque posee otras implicaciones personales que no aparecen en el libro que nos ocupa.

En La hora esperada la vida aparece como la expresión de los hechos cotidianos en  una sociedad en decadencia con la injusticia absurda, y que el autor describe a modo de testimonio rotundo. Están allí el conocimiento del enmarañado social y los  relatos directos de muchos de sus protagonistas que por alguna razón lo buscaron  para confesarse con él como si pensaran que los podía absolver. Por esto mismo cita a Lambroso cuando dice que la apariencia denuncia al bandido. Son el material que llevaron al autor a que sintiera la necesidad de dejar constancia como una condición que se le impuso y tenía que liberarse de ella a través de las palabras. Dicho peso, otra razón para que no tengan parecido con ninguno de los autores conocidos sobre el tema en Colombia. Su fuente es directa y por lo mismo expresan la fuerza de sus mismos orígenes. Estos relatos  que se adentran en los vericuetos del crimen con bandidos que se mueven con la rapidez de un cometa, como afirma, pensando que por encima de todo la finalidad de la literatura es divertir. Estos cuentos se hallan escritos a manera de libreta del escritor que se propone narrar lo esencial de su historia, y como si fuera un conjunto de hechos meditados largamente y de los cuales ha escogido lo más significativos porque una de sus finalidades es ante todo sugerir. Otra razón para que haya escogido el relato como forma de contar. Por ello son atmósferas con seres con un destino personal que enfrentan desde la soledad entre la hipérbole y la verdad. Sin embargo, el libro corresponde a una especie de catarsis no solo de alguien sino de la misma conciencia colectiva.

En definitiva, uno de los elementos claves de estas narraciones, está en su naturalidad como literatura basada en la realidad, más allá de la misma crónica. Su conjunto narrativo está más cerca de la novela que el lector puede armar siguiendo sus claves secretas. Estos personajes parecen encerrados en sí mismos en lucha con el rescoldo de su propia subjetividad, y de allí proviene su accionar delictivo. Sobre todo por ser conscientes de la vida dura que deben enfrentar buscando los escapes necesarios. Por eso les pesa el recuerdo de sus padres como si en sus temperamentos primarios estuviera el reclamo de ellos por lo que vino a ser su existencia. Al final tienen que decir a manera de voz lapidaria, que nadie muere antes. Así parecen tomar su camino en uno de sus mejores cuentos, “El gran regalo” que se convierte en una historia de gran humor e ironía. Allí se rompen todas las leyes de la lógica para que surja la carcajada. De esta forma llega a la definición de los personajes como una condición que ahora los arrastra hacia lo imprevisible. Este relato y “El exterminador o la sanción injusta” son de lo mejor que se puede leer sobre el tema en la literatura colombiana. Estas, nuestras calles y barrios con sus esquinas como parte del reflejo del país de los últimos cincuenta años. Hay que admirar también la autenticidad de estos personajes empezando por nombres como Pinocho y Espinaca. Reconoce que ellos son de su invención. Se trata de una escritura que oscila entre la espontaneidad, el lenguaje popular  y la expresión literaria, hechos que le dan otros méritos como su capacidad de llegar al lector y que ponen a este escritor en la lista de nuestra narrativa.


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