En la historia de la literatura siempre hemos oído hablar de generaciones. Tal vez por un interés didáctico de clasificación para permitir su estudio. Autores de un mismo tiempo que coinciden en actitudes y estilos y se adscriben a grupos, o representan sociedades que tienen el privilegio de ser llevadas a la literatura. O por tradición han sido entronizados como paradigmas.
En Colombia, son célebres la Generación de Mito, la Generación Sin Nombre, la del Frente Nacional, el movimiento Nadaísta, los Cuadernícolas, los Papelípolas, en fin. Esto ha permitido a sus integrantes la posibilidad de la divulgación, el conocimiento de su obra, y situar sus nombres en la historia nacional.
Sin embargo, en la actualidad, no podemos hablar de estas ventajas. Ya no existen los movimientos literarios ni los grupos, la única generación que existe es la de los invisibles, es decir, aquella cuyas obras pasan desapercibidas, no merecen comentarios escritos ni posibilidad de estudio en la academia y la sociedad duda de su existencia. Son los que no aparecen en las historias de nuestra literatura ni en los manuales y muy pocas veces son sugeridos en escuelas, colegios y universidades.
Esto es resultado de la globalización y la sociedad consumista que vivimos actualmente. Por otro, de la egomanía del escritor, su necesidad de fama para imponer su obra por encima de los otros. Un país inscrito en la sociedad de consumo como el nuestro, tan inculto, tan politiquero, tan corroído por el morbo de la violencia, aviva aún más estas posturas.
El reducido número de escritores que sale a flote se afianza después de múltiples contorciones y accede al poder para administrar desde ahí su egoísmo, su mezquindad y su oficio de dioses de un Olimpo inexistente.
Ellos son los que asumen el derecho de escoger quiénes pueden ser leídos, cuáles pueden pasar a la historia y ocupar las páginas antológicas nacionales y son los que elaboran los listados de quiénes deben representarnos en publicaciones internacionales.
No es una lucha de calidades literarias sino una soterrada de privilegios, muchas veces políticos, sociales y económicos, donde se mutilan las generaciones actuales en manos de los avivatos.
Esta generación sólo puede ser visible si el sistema educativo fuera libre en la lectura, si los medios abrieran sus puertas a todos sin ninguna discriminación; si las editoriales priorizaran la calidad artística y literaria por encima de la mercancía; si los organismos culturales estimularan sin privilegios a los creadores; si la academia estableciera su corpus de estudio sin prerrogativas, sólo guiados por la calidad estética y literaria de las obras.
Así, el lector tendría la posibilidad de acceder a la producción de tantos escritores valiosos que hoy pertenecen a la generación de los invisibles.
Benhur Sánchez Suárez
Tomada de El Nuevo Día