Revista Pijao
La épica de la novela colombiana
La épica de la novela colombiana

Por Jorge Eliecer Pardo

Todos hemos perdido en esta larga guerra. Sufriendo crueldad, despojo, irrespeto. Mi abuelo, mi padre, mi familia: trashumantes, que es lo mismo que decir desplazados.

Nací en El Líbano, Tolima, donde la guerra del 50, la carnicería entre liberales y conservadores, dejó cientos de asesinados y miles de víctimas que abandonaron los pueblos y fueron a las ciudades, en el comienzo de la modernidad colombiana. Mi madre salió disfrazada como esposa de un policía, junto con sus hijos y papá, por la montaña hasta llegar a San Lorenzo de Armero y luego a Bogotá. Muchos de sus amigos se enmontaron en las guerrillas liberales luego del 9 de abril y la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Escribo como un compromiso con la memoria. De ahí surge mi nueva novela Trashumantes de la guerra perdida. Los primeros Guzmán, personajes de la novela, salen de Santander, “… no los persiguen, sólo huyen de la guerra y sus horrores. No cargan los huesos de sus muertos porque quieren borrar las cicatrices de los odios”, quieren olvidar la llamada Guerra de los Mil Días o de los Tres Años, del siglo XIX, cuyo tratado de paz se firmó en 1901. La herencia del dolor anhelan dejarla atrás, por eso van hacia la montaña, la cordillera Central, el Tolima. En la travesía rememoran sus pasados. Arriban a un pueblo cafetero, el Líbano, fundado por Isidro Parra, un antioqueño, general excombatiente de los Mil Días, que llegó a la zona en busca de minas de oro y plata sin saber que hallaría una ventana celestial, más arriba del Parque de los Nevados. Traspuso las arrugas de las montañas con una imprenta de pedal, un piano y unos papeles que le entregó el general presidente Tomás Cipriano de Mosquera. No tuvo escuela ni educación formal, hablaba cinco idiomas, creía en el esoterismo, la reencarnación, la teosofía y el culto a los muertos. Desde entonces los iniciados discernían la claraboya mágica y la veían abrirse en tiempos de prosperidad y cerrarse en tiempos de sangre y dolor. Los Guzmán se establecieron e hicieron una familia de anónimos trabajadores del café. Creyeron huir de los recuerdos de una guerra y encontraron otra, más feroz e inhumana. La novela cuenta la manera como sobreviven los protagonistas en medio de hechos atroces que se conocerían como la Violencia. Ante las amenazas, “desocupen o no respondemos”, una parte de la saga de los Guzmán debe trashumar. Clandestinamente van al sur del Tolima, donde el aire también huele a café: Chaparral. Villarrica, nuevo lugar de las travesías, sería bombardeada: la población puso candado a sus casas, amarraron las camas a los demás muebles y emigraron, en una gran marcha, mientras las explosiones despedazaban todo. Los habitantes fueron hacia la zona del frailejón y la neblina. Periplo de mujeres, niños, ancianos, un gran éxodo. Creen que van a regresar algún día y jamás pierden la esperanza. Esos son los anónimos que deambulan por Trashumantes de la guerra perdida. Una novela sobre el café, la tierra y el despojo. Historias de seres derrotados que no tuvieron voz y siempre vivieron en medio del miedo. Un libro que busca la reescritura de la memoria, de la nueva historia de Colombia. Relatos y microhistorias traslapadas en el tiempo, los espacios, el amor, la sensualidad y la ilusión de la paz. Épica, epopeya, lucha y resistencia. Una narración de viajes y aventuras. En sus páginas se cuentan hechos coyunturales, como los asesinatos de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, la incidencia del Frente Nacional, la exclusión de cualquier pensamiento distinto al liberal y el conservador, la dictadura de Rojas Pinilla, el nacimiento de las guerrillas modernas. La novela va y viene desde 1920 a 1970, cuando la familia es diezmada por la confrontación, la inequidad, la vejez anticipada. La guerra se narra de manera simbólica, no es un inventario de muertos sino de miedos y dolor. La novela responde a la más reciente tradición del género de la novela histórica de América Latina como el Santo oficio de la memoria, de Mempo Giardinelli: La república de los sueños, de Nélida Piñón; Palinuro de México, de Fernando del Paso, y El hombre que amaba los perros, de Leonardo Padura.

Trashumantes de la guerra perdida (Cangrejo Editores, 2017, 424 págs.) forma parte de El quinteto de la frágil memoria. Es el tercero de la gran saga familiar que es también Colombia, luego de El pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, cuatro ediciones) y La baronesa del circo Atayde (Cangrejo Editores). Incluye fotografías, mapas, canciones, poemas y grandes reflexiones sobre la condición humana.

También publica Les violes de la Mémoire, la traducción al francés de su libro de cuentos Los velos de la memoria, en el marco de Francia, país invitado. Traducido por el Jean-Pierre Dezaire que tradujera al francés el Martín Fierro y editado por la misma casa (Éditions Folle Avoine) que publicara un libro de Álvaro Mutis, en Rennes, dirigida por el poeta Ives Pré.


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