Por Luz Gómez García Foto George Ourfalian / AFP / Getty
Babelia (Es)
En las letras árabes existía un tópico que el siglo XXI ha echado abajo: “Los libros se escriben en El Cairo, se imprimen en Beirut y se leen en Bagdad”. Como en tantas otras cosas de la vida árabe, tras las revueltas de 2011 ya nada es como era, ni tampoco lo contrario. Las certidumbres escasean, y el pensamiento paradójico domina también la literatura y la vida literaria árabes, más plurales que nunca.
Tras un siglo de construcción de grandes relatos, en que la novela se impuso como el género de los nuevos tiempos, aunque no lograra hacerse del todo con el aura popular de la poesía, la literatura árabe afronta las miserias de un presente más miserable de lo que nunca hubiera cabido imaginar. Los autores iraquíes y sirios lo vienen haciendo desde hace dos décadas, rompiendo sin tapujos tabúes cuando en otras latitudes árabes se buscan válvulas de escape más oníricas, más líricas o más simbólicas. Hoy iraquíes y sirios dominan el panorama literario árabe y han acaparado premios y reconocimientos, lo cual no siempre es muy bien recibido por sus colegas, sobre todo egipcios y libaneses, un poco mal acostumbrados.
Siria e Irak, Damasco y Bagdad, nombres de resonancias míticas en el imaginario colectivo, viven hoy el desgarro de la violencia sectaria y el autoritarismo más brutal, por no hablar de la injerencia extranjera en unas sociedades bien conocidas por su orgullo nacional. Ante el aplastante peso de esta realidad, que determina cualquier quehacer artístico, una generación de escritores que ni siquiera disfrutó de los cantos de sirena panarabistas, se enfrenta a la represión en el interior o al dolor de la libertad en el exilio. Aunque represión y exilio son experiencias bien conocidas por sus mayores: ya en 1975 Abderrahmán Munif, el impulsor de la renovación narrativa posmahfuziana, agitó la calma chicha de la progresía acomodada publicando Al este del Mediterráneo (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo), el relato en primera persona de un exprisionero político; y en 1981 Alia Mamduh, tras abandonar Irak, publicó Laila y el lobo, una Caperucita árabe contra el patriarcado y el autoritarismo.
La brutalidad de las dictaduras de Siria e Irak ha marcado a fuego sus literaturas. La represión, la tortura, la prisión, el exilio, el sectarismo, la delación son temas omnipresentes en la novela, aparentemente obsesivos para un observador ajeno, presto a sentenciar que los novelistas árabes “son todos muy tétricos”. Es posible que este “todos” casi sea cierto, pues la desmesura de la situación no permite andarse con muchos paños calientes. Lo cual no significa, como la generalización supone, que todos sean iguales ni que el resultado desmerezca. En todo y en nada se parecen el yo de Viaje a lo desconocido (2009; inédito en español), de Aram Karabet, y el de El caparazón (2007), de Mustafa Khalifa, por poner dos ejemplos cercanos entre sí y ambos sirios. Sin embargo, y es lo más llamativo en la actual renovación, no son los personajes fuertes masculinos los principales protagonistas. Ciudades y mujeres destacan por encima de ellos, a menudo confundidas entre sí. Sobresalen Alepo y Bagdad, que nutren respectivamente la narrativa de Khaled Khalifa (No hay cuchillos en las cocinas de esta ciudad, 2013; inédito en español), guionista y novelista sirio, una de las voces literarias de la revolución de 2011, y de Sinan Antoon (Fragmentos de Bagdad, Turner), poeta y novelista iraquí. Una reciente obra maestra es Frankenstein en Bagdad (2013), del también iraquí Ahmed Saadawi, de próxima aparición en español, en la que, borrada la frontera entre lo verosímil y lo inverosímil, lo personal y lo colectivo, un Frankenstein bagdadí fagocita a la ciudad y a sí mismo.
Estas urbes literarias, corroídas por el peso de la familia y de la religión, están densamente pobladas por mujeres castradas que se rebelan, siempre a un coste demasiado alto, cuando no inútil. Son inolvidables las yihadistas avant la lettre de Elogio del odio (Lumen), también de Khaled Khalifa, publicada en árabe en 2008, y las tres amigas de clase media damascena de Los guardianes del aire (2009; inédito en español), de Rosa Yasin Hasan, que luchan contra la frustración acumulada en dos decenios de brutal represión política, que también lo es sexual.
No es fácil para un novelista árabe remar entre la gravedad y el humor, medio negro medio absurdo, o entre el realismo y el intimismo mientras se acumulan las ruinas personales y colectivas. Hasta la fuerte lengua literaria árabe sucumbe a la descomposición reinante y se pliega a la oralidad. Yo, el más inteligente de Facebook (Mardulce), del sirio Aboud Saeed; El loco de la plaza Libertad (Galaxia Gutenberg), del iraquí Hassan Blasim, o La frontera. Memoria de mi destrozada Siria (Stella Maris), de Samar Yazbek, incorporan nuevos tonos que en su contar entierran el antaño sagrario de los árabes, su lengua. Que sea para bien o para mal está por ver.