Por Paola Guevara
El País de Cali
A esa hora la Biblioteca Departamental tendrá un conversatorio entre los escritores Jorge Carrión (España) y Santiago Gamboa, colombiano que se declara amante de las ciudades de dos sílabas (ha vivido en Madrid, París, Roma, Delhi y, ahora, Cali).
Gamboa no solo tiene la perspectiva del extranjero que hace suya una ciudad tras vivir en ella por mucho tiempo sino, además, la sangre caliente del viajero que ansía devorar nuevos destinos, sentirse desorientado en otros códigos y saberse realmente libre allí donde nadie lo conoce.
Los relatos cortos que contiene el libro ‘Ciudades al final de la noche’ son una colección de crónicas de viaje que han sido publicadas por revistas nacionales y extranjeras a lo largo de los años y en forma dispersa, y que ahora podemos apreciar en su conjunto -editadas y ampliadas- para una experiencia completa.
El libro es la primera gran apuesta del sello Ébano, de la editorial Angosta, iniciativa del escritor Héctor Abad Faciolince y que nace como un espacio editorial independiente que publicará obras de firmas consagradas, junto a las de nuevos talentos literarios.
Sobre viajes hablamos con Santiago Gamboa, como un abrebocas de lo que los caleños podrán escuchar esta tarde en el conversatorio ‘Literatura de viajes, literatura de ciudades’.
El título ‘Ciudades al final de la noche’ tiene qué ver con Rimbaud...
“Y en cuanto llegue la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades”.
Sí. Los lectores míos saben de mi relación intensa con ese poeta, con Rimbaud. Quise hacer una crónica de viajes muy personal sobre ciudades, y tiene que ver con esa idea tan poética de llegar al amanecer a un lugar, para comenzar algo nuevo, para empezar otra vida y para “ser otro”, otra idea de Rimbaud.
Hablamos hace tres años sobre su llegada a Cali. Lo retraté como un “conquistador de ciudades”. Sin embargo, tras leer este libro veo que el hambre no es de conquista, sino de libertad. ¿Es eso cierto?
Sí, efectivamente. La conquista es personal, para mí mismo, no una conquista fuerte, arrogante o agresiva. La libertad, para mí, es mucho más importante. Cuando llego a una ciudad me siento como un escritor frente a una página en blanco. En muchos de los viajes que he hecho, el primer día en una ciudad me produce euforia, casi como el detenido que sale del centro de reclusión. En una nueva ciudad todo es posible, es un lugar donde puedo ser quien yo quiera y tener el nombre que quiera. Me gusta mucho sentarme en las terrazas y fingir que soy del lugar.
¿Qué es cada ciudad para usted?
Cada ciudad es una manera de ver las cosas, porque en las ciudades es donde uno conoce las culturas. La naturaleza no la hicimos nosotros, en cambio moverse por una ciudad es transitar por las creaciones culturales del ser humano. La ciudad es el resumen de una sociedad.
¿Qué tipo de viajero es usted?
Me gusta no tener un plan preconcebido. Mi papá tiene una expresión muy bonita, dice: “Vamos para allá, porque allá hay presión”, esa palabra me gusta, “presión”, formar parte de la multitud. Y eso implica caminar. Por eso me gusta fingir que soy del lugar, para meterme en la corriente y, bueno, una crónica de viajes en el fondo es un diario personal, es un diario en movimiento.
¿Qué hábito particular tiene?
Me gusta ir a las calles traseras, del museo, de mi propio hotel, ver la otra cara de la luna de una ciudad y tener la idea de que no voy a agotar absolutamente nada.
¿Qué es una buena crónica de viajes?
Una crónica que me guste a mí no es una crónica informativa que me ayude a moverme en un lugar. Es más bien un texto que me acerque al lugar a través de la sensibilidad de un escritor, es más una experiencia literaria. Leer una buena crónica de Cees Nooteboom, de Villoro, de Caparrós, es estar en contacto con escritores muy poderosos que ponen su talento al servicio de la ciudad que surge a través de su escritura. Una buena crónica de viajes es la que convierte una geografía en un espacio literario. Es vivir un lugar como una experiencia estética y humanista.
En su libro hay una crónica sobre Abu Dhabi, donde contrasta la fastuosidad y la opulencia con la abominable esclavitud moderna...
Es que en las ciudades están todos los matices: está la crueldad, lo más duro, lo más opulento, la superficialidad, la banalidad, todo lo que atraviesa al ser humano. En mi juventud me gustaban mucho las ciudades europeas, pero hoy yo veo en las ciudades más derruidas la belleza más grande de la gente, una belleza que no veo de forma tan patente en las ciudades europeas, porque las ciudades opulentas son como la gente opulenta: arrogantes, superficiales, insensibles, mientras que en la austeridad, en el desorden y el caos hay una esperanza en los ojos, en la sonrisa, solidaridad y alegría.
Cuando narra Adís Abeba, Etiopía, no cae en la tentación de describirla miserable. ¿Por qué?
Yo llegué a un lugar muy privilegiado, la residencia del embajador de Portugal, y conocí así la ciudad. Yo ya había viajado por África y conocía la terrible miseria y el caos, y en el caso de Etiopía dirigí la mirada hacia otras cosas. No me gusta estar repitiendo el estereotipo. El Rey Salomón aparentemente habría tenido un romance con la reina de Saba y los 10 mandamientos podrían estar en Etiopía. Etiopía es el país más interesante de África, nunca fue colonizado, es la Bélgica de África.
Hay viajes que no son hacia fuera. Usted tuvo un viaje psicodélico hacia adentro, en Amsterdam...
Te voy a contar el detrás de bambalinas. Ese texto lo escribí para Soho por petición de Daniel Samper, él me llamó y me dijo: “Usted se iría para Amsterdam a fumarse un bareto? Se estaba discutiendo en ese momento la despenalización. Llegué allá y le pedí al señor de la recepción que me recomendara algo suave....
Es como pedirle a un mexicano poco picante
Exacto, todo era fuerte para mí, es que a diferencia de lo que creen mis lectores -porque mis personajes beben y son drogadictos- yo soy lo más zanahorio que puedas imaginar; con decirte que, a mi edad, yo ni siquiera he visto la coca. Todo lo que yo no me atrevo a hacer lo hacen mis personajes.
En otra de las crónicas de su libro retrata a los parisinos como hostiles. ¡Y usted vivió en París!
El parisino cree que el que llega a su ciudad ya tiene que estar agradecido, por el solo hecho de estar allí. Es una frase que ningún parisino verbalizaría, pero su actitud lo dice. Y cuando digo parisimo no necesariamente me refiero a los franceses sino al que vive en París. Es que son ciudades difíciles, duras, y la gente se vuelve así. En París el extranjero que se instala sin ser millonario tiene historias duras, hay gente que trabajó limpiando cosas y eso hace que se vuelvan duros e insensibles. Te miran como diciendo “tú estás aquí fácil, toma, págame”. Los espacios privados donde vive la gente en París son pequeños, incómodos y caros. La gente tiene espacios públicos bellos pero no tiempo para disfrutarlos.
¿A qué se debe el fenómeno del odio al turista en las grandes ciudades europeas?
Es una situación extraña. Los vecinos de un barrio turístico están desesperados. Es el caso de Venecia. Las responsables son las compañías de low cost, que producen un tipo de turista: un muchacho que llega en chanclas, camiseta y morralito, que compra seis botellas de vino, dos de whiskey y tres panes, jamón y queso, y se sienta con cinco amigos en una plaza. Vienen de Copenhague, de Londres, y así son sus vacaciones, dormir en plazas y parques públicos. Es un turismo que no le deja nada a la ciudad salvo envases, ruido, ocupación del espacio público, ebriedad, temas sexuales delante de todo el mundo. Yo no soy moralista y para mí no sería problema, pero entiendo que haya gente local que se moleste. A mí no me molesta, solo te describo el fenómeno, yo también viajé haciendo dedo.