Revista Pijao
Joe Hill: 'El terror y el humor son dos caras de la misma moneda'
Joe Hill: 'El terror y el humor son dos caras de la misma moneda'

Por Marta Ailouti

El Cultural (ES)

Joe Hill (Maine, 1972) no solo gana en las distancias largas. Prueba de ello es que su presentación en el Espacio de la Fundación Telefónica, donde acudió para conversar sobre su última novela, Fuego (Nocturna Ediciones), resultó lleno total, con aforo completo y entradas agotadas. Sino que destaca también en los espacios cortos. Escritor de novelas, cómics y guiones, durante diez años se granjeó una carrera por sí mismo, ocultando su verdadero apellido, King, el del reinado del terror.

Hijo de Stephen King y Tabitha Jane King, confiesa que fueron más sus ventajas que los inconvenientes. "A los 18 decidí firmar como Joe Hill. No quería que me publicaran porque mi padre era famoso. Necesitaba sentir que las novelas eran buenas por méritos propios. Me pasé muchísimos años firmando así, aprendiendo la profesión. Cuando tuve cierto éxito nadie sabía quién era yo y eso estaba bien", explicó en el encuentro orquestado por dos directores de honor, Arturo González Campos y Juan Gómez Jurado, y organizado por el festival Celsius 232 en colaboración con la Fundación Telefónica.

Precisamente de esa época, es su premio Bram Stoker por su libro de relatos Fantasmas (Suma). "Creo que una historia corta bien escrita es casi una obra maestra por su fuerza literaria", respondió al ser preguntado por esta faceta. "Escribí un montón de relatos horribles pero poco a poco empecé a desarrollar una serie de capacidades que formaban parte de lo necesario para escribir una historia".

Con todo, y a pesar de haber crecido en un entorno donde lo normal era "volver del colegio y escribir durante horas historias por las que luego te pagaban", no lo tuvo fácil en sus inicios. "Escribí cuatro novelas que no pude vender. Me tiré varios años escribiendo un libro que todos los editores de Nueva York, Londres y hasta de Canadá rechazaron. No era capaz de vender ninguno ni aunque me dejara la vida en ello, pero sí conseguí entrar en el mundo del cómic". Aunque según reconoció él mismo "no hay que pasarse, mi familia tenía mucha pasta. Tenía mucho apoyo material. Soy blanco y varón. No tuve que enfrentarme a muchos de los prejuicios con los que se enfrentaron otros colegas u otras colegas de profesión. Podía firmar con mi propio nombre. No tenía problema. Era una cuestión de respeto propio".

Gran defensor del formato del cómic como un medio más de expresión artística, el escritor recordó que su padre siempre les contaba historias sobre Spiderman cuando eran pequeños. "Él entendía que lo de amenazar con matar a un superhéroe no funcionaría porque éramos demasiado listos como para darnos cuenta de que a él no lo iban a matar. Y que si él lo mataba en uno de los cuentos pues no molaba, además de que seguiría vivo en los cómics después. Entonces lo que hacía era humillarle".

Precisamente, uno de sus grandes hitos y de sus primeros trabajos fue escribir un guion de unas diez páginas sobre el hombre araña. "Hice una historia supermediocre. La más mediocre de la historia". A pesar de ello, aquello supuso una gran oportunidad profesional para él. "Creo que los cómics son una forma de expresión artística típicamente americana -afirmó-. Hay algo muy estadounidense en ellos, igual que en el béisbol y el blues. Y yo quería formar parte de ese gran río de la cultura americana."

Terror y humor

Hill, que si por algo destaca, además de por su altura, es por su sentido de humor y su aparente honestidad, reflexionó a lo largo de casi dos horas sobre su escritura, su vida familiar, sus problemas de ansiedad, las redes sociales, a las que calificó como "aterradoras" porque "la humillación pública es, en cierta medida, más terrorífica que la muerte", e incluso sobre el presidente de Estados Unidos. "El mayor logro literario de mi padre es que Trump le bloqueara en Twitter. Es el punto álgido de su carrera", bromeó antes de añadir "y lo sabe".

Quizás porque para él, "el terror y el humor son dos caras de la misma moneda". En este sentido afirmó que "uno de los motivos por lo que nos fascinan estas historias sobre el fin del mundo es porque sabemos que es algo que nos va a ocurrir a todos y hablar de literatura de terror es una forma segura de lidiar con esos miedos". No obstante, "otro de los aspectos del apocalipsis es que es divertido. Podemos imaginarnos lo que ocurriría en una situación básica de supervivencia. Por ejemplo Fuego es una historia acerca de una epidemia que crea combustión espontánea, tiene la escama de dragón, que es una especie de virus y no tiene cura, no te lo puedes quitar, y cuando tienes estrés, cuando tienes ansiedad acabas por humear y si no controlas el miedo, acabas ardiendo".

Sin embargo, en esta última novela, la heroína que no es un bombero, es un personaje fuertemente optimista al que le gusta Julie Andrews y Mary Poppins. "Me pareció un contraste muy interesante. Cuando te enfrentas a lo peor es normal venirse abajo, pero también hay gente que saca lo mejor de sí misma. De eso quería escribir yo".

El suspense y los problemas de ansiedad

Mitad en broma, mitad en serio, el también autor de cómics como Locke and Key (Panini) o La capa (Planeta de Agostini), confesó que no desprecia "ningún truco barato, siempre y cuando el lector siga leyendo. Soy así de desesperado". Y explicó que uno de los motivos por los que le gusta el género de terror es "porque es una forma de suspense en que subes el volumen a tope. Quieres que se sienten al borde de la silla a punto de caerse por ver qué va a pasar. Todos los escritores tienen que lidiar con el suspense".

En su faceta más humana y familiar, admitió, no obstante, que su miedo más profundo es que le ocurra algo a sus hijos. "Nunca sabes cuándo vas a ser tú el que está en el Titanic". Y recordó su peor momento, tras el éxito de Cuernos. "Soy un tipo un tanto ansioso. Presa de la ansiedad. Siempre pienso en lo peor. Eso es muy útil como escritor de terror. Respondí al éxito de mi primera novela con una crisis nerviosa y divorciándome. Pasé a una fase de una paranoia aguda. Me volví paranoico de verdad. Cuando volvía a la habitación del hotel en aquella época empezaba a cargarme las habitaciones buscando cámaras ocultas. Esa fase me duró un año. Hablaba solo. Tenía muchas ideas chungas. Pero entonces descubrí que era más importante ser un ser humano funcional que un escritor funcional. Temía que si me ayudaban con la ansiedad -concluyó- iba a tener menos capacidad creativa. Y me di cuenta, después de solicitar ayuda, de que ser un paranoico y depresivo era lo que estaba haciendo daño a mi creatividad".


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