Por Elsa Fernández-Santos
El País (Es)
Cualquier árbol genealógico puede deparar desagradables sorpresas. En el caso de Jennifer Teege (Múnich, 1970) la sorpresa, descubierta al azar en 2008 en una biblioteca pública de Hamburgo, se convirtió en el duro trauma que expone en Mi abuelo me habría pegado un tiro (Nagrela editores), editado en Alemania en 2013 y que ahora se publica en castellano. Su abuelo, ese que no hubiese tolerado su piel mulata, era Amon Göth, el comandante nazi del campo de concentración de Plaszow, en Cracovia, conocido por la película de Steven Spielberg La lista de Schindler—donde le encarnó Ralph Fiennes— y por sus sádicas costumbres, como disparar a los prisioneros del campo desde su balcón o pegar a sus sirvientas judías con un vergajo.
“Una crónica familiar”, dice Teege, que pretende amplificar lo que parece un mantra en su vida: “La culpa genética no existe. Mi única responsabilidad como alemana es no callarme. He luchado contra un secreto tóxico”. Escrito con la periodista Nikola Sellmair, el libro discurre en paralelo entre la voz en primera persona de la nieta y en tercera de la reportera. “Necesitaba su distancia y también incluir, de su mano, otras voces. Era la forma de centrarme en mi propio viaje sin dejar fuera el resto de la historia”, dice.
La historia de Teege es la de Monika Göth, su madre biológica e hija única del comandante nazi, y la de su abuela Irene, que se acabó suicidando en 1983. Cuando su madre nació, el oficial nazi estaba preso. Bajo su mando, al menos 8.000 prisioneros fueron asesinados y otros 80.000, en su mayoría hombres, mujeres y niños judíos, fueron enviados a las cámaras de gas de Auschwitz. En 1946, un año después del nacimiento de su hija, fue condenado a muerte y ahorcado.
Cuando la niña tenía seis meses y su madre la paseaba en carrito un hombre acuchilló al bebé en el cuello. Se salvó de milagro. “Ese padre es el tema de su vida, algo que constituye su identidad. Algo que ha ocupado tanto que quizá no le quedaba espacio para otras personas, para el papel de madre, para mí”, escribe en el libro.
Fruto de una aventura con un joven nigeriano —“no, ella no pretendía demostrar nada; fue una verdadera historia de amor que duró poco”, afirma la hija— su madre la entregó a un hospicio y luego a una familia de adopción por su incapacidad para cuidarla. Desde entonces han mantenido una tortuosa e intermitente relación que, al menos a Teege, le ha costado años de terapia por depresión.
Cuando Spielberg estrenó La lista de Schindler (1993), la figura de Göth se hizo famosa. Monika Göth se prestó para un libro y un documental que destapaban su origen. Fue ese libro el que Teege descubrió años después en una biblioteca de Hamburgo. “Hace tiempo que mi madre no me habla”, explica. “Ella lo ha decidido así y no puedo hacer nada. No diría que la he perdonado, pero con el tiempo he aprendido a sentir empatía por ella. Nuestra relación es muy complicada ¿Acaso no lo es con una madre?”, se resigna.
“Cada historia es diferente, pero lo cierto es que muchas de las familias de los nazis han crecido con una carga difícil de gestionar y sin la oportunidad de construirse una identidad que no esté ligada a su familia”, continúa.
Sobrevuelan las historias de Bettina Göring, nieta de Hermann Göring, quien se hizo esterilizar, o de Niklas Frank, hijo de Hans Frank, gobernador general de la Polonia ocupada por los nazis y uno de los criminales de guerra ejecutado tras el juicio principal de Núremberg, que se regodea en su culpa llevando en la cartera la fotografía del cadáver de su padre desnucado por la horca. Para Teege, que tiene dos hijos y una vida acomodada como publicista en Hamburgo, el problema no es el pasado, sino el silencio: “Con mis hijos he sido transparente y cuidadosa, les he protegido mucho para que conozcan la verdad sin que les duela y, cuando sean adultos, que decidan por ellos mismos dónde la colocan en sus vidas”.