Revista Pijao
Guillermo Arriaga, guionista de 'Amores perros', presentó libro en la FIL Lima
Guillermo Arriaga, guionista de 'Amores perros', presentó libro en la FIL Lima

Por Enrique Planas

El Comercio (Pe)

“Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. La frase, tan brillante como fatalista, se le atribuye a muchos pensadores, desde Diógenes hasta Lord Byron. Uno podría pensar que Guillermo Arriaga, autor del guion de la premiada “Amores perros” y voz autorizada para denunciar la violencia y la decadencia moral en México, podría suscribirla. Pero él se niega: “Me considero un humanista, alguien orgulloso de pertenecer a la raza humana”, afirma.

Ciertamente, en sus historias los valores humanos se encuentran más en los animales que en el mismo homo sapiens. Para Arriaga, quien presentó ayer su novela “El Salvaje” en la FIL Lima, hombres y mujeres estamos hoy más cerca del gremio animal que del mundo civilizado. Dice: “Si observamos con cuidado a los animales, descubrimos una cantidad de similitudes con nosotros, lo que nos deja estupefactos. Hay que reconocer la parte animal de los seres humanos y no rechazarla”.

“El Salvaje”, novela de casi 700 páginas que le tomó más de cinco años escribir, tiene mucho de furia animal: en tiempos de la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, la violencia también atenaza la Unidad Modelo de Iztapalapa, en Ciudad de México. Allí, Juan Guillermo, de 17 años, narra el asesinato de su hermano mayor, dedicado a la lectura y el tráfico de drogas, en manos de una pandilla de jóvenes católicos aliados a la policía corrupta. Sus padres han muerto de la pena. Su abuela les sigue los pasos. Y Juan Guillermo decide vengarse. Hay que pelear por zanjar quién será el Macho Alfa.

— ¿Cuánto de autobiográfico hay en “El Salvaje”?

Está basada en hechos reales que nunca sucedieron. Hay personas que luego de leer la novela lamentan que mis padres hayan muerto tan jóvenes. Y en realidad, mi papá está por cumplir 93 años y mi mamá 88, en perfecta salud.

— ¿Cuándo sientes la necesidad de novelar el territorio de tu infancia?

Desde joven tenía esta historia en la cabeza, pero no sabía cómo organizarla. Al escribirla, me pareció interesante mantener el barrio y la época. Para mi alegría, los jóvenes que han acogido esta novela no la ubican en los años 60, sino como algo contemporáneo para ellos, aunque no existan televisores a color, computadoras ni celulares.

— Como si en México la violencia fuera un estado permanente, sin cambio...

Es una situación que vive toda América Latina, donde campea la corrupción y la impunidad. Pero al mismo tiempo se habla de personajes generosos, solidarios, de una sociedad dispuesta a convivir.

— Viviste tu infancia en la Unidad Modelo de Iztapalapa. “Modelo” parece un término orwelliano, pues es más bien un lugar donde campea la violencia.

Un barrio siempre tiene aristas múltiples. Hay gente que lo vivió como si fuera Riverdale, el pueblo apacible de Archie. Pero tenía rincones muy oscuros. Fue diseñado para el sindicato de maestros por Mario Pani, un arquitecto y urbanista muy importante en México. Pero como sabes, los maestros no son los que mejor ganan y eso crea un marco de violencia cuando sus hijos se sienten al margen. Porque el hijo de un maestro es alguien crítico por naturaleza. Eso sucedió en ese barrio de clase media baja.

— ¿Cómo viviste el movimiento del 68 en México, tema que abordas en la novela?

Fue un gran golpe emocional para los jóvenes. Incluso a los 10 años de edad, siempre tienes la ilusión de transformar el mundo. Pero cuando hay represión, te puede costar la vida intentarlo. Conocí a personas que perdieron familiares en el 68 y luego en el 71. Te dejó con la idea de que, si protestabas, te mataban.

— Fue una época marcada por la presencia de una juventud de izquierda, rebelde e idealista. Pero también hubo grupos de jóvenes paramilitares y ultracatólicos. ¿Cuál fue su origen?

Hubo grupos muy fuertes de ultraderecha mexicana en los años 60, que salían a amenazar, golpear y matar. Eran muy conocidos. Un episodio poco conocido fuera de México fue la Revolución Cristera, terminada la Revolución Mexicana. Fue un movimiento de reacción, aplastado violentamente por el nuevo Estado revolucionario. Eso provocó mucho encono en sectores católicos. Dentro del conservadurismo, existió por muchos años una rabia al sentirse sin cabida en el sistema político. Incluso prepararon su propio movimiento para tomar el poder.

— En “El Salvaje” encontramos vasos comunicantes con guiones tuyos como “Amores perros” o “Babel”. ¿Tu novela sintetiza las preocupaciones de tus filmes?

Hay una conexión entre esta novela y todo mi trabajo previo. “El Salvaje” condensa todas mis preocupaciones, en todos los sentidos. ¡No en vano me tomó cinco años y medio escribirla!

— ¿No tienes miedo de repetirte?

No. No puedo estar pensando en eso. Las obsesiones están allí y hay que respetarlas. Si Faulkner, Hemingway o Baroja se repetían, ¿por qué yo voy a estar angustiándome?

— En el libro muestras la estrecha relación entre la delincuencia marginal y la legalidad oficial. ¿Cómo ves hoy esta sintonía perversa?

Me lo dijo hace poco un amigo que fue jefe de la policía en una ciudad de la frontera de México: “No hay crimen sin Estado que lo proteja”. Vivimos en estados que promueven la desigualdad social, la corrupción, la impunidad. No hay manera de que el crimen no fermente en esas condiciones.

— En el Festival de Venecia participaste en un diálogo con Tarantino sobre la violencia en el cine. Él abordaba el tema como una apuesta estética, mientras para ti era testimonio de vida. ¿Cómo ves esta diferencia de miradas?

No hay que ser injustos con él. Tarantino busca sacar la violencia soterrada que existe en EE.UU. Ahora, en Latinoamérica, estamos sujetos a la violencia real. Pero Tarantino no banaliza la violencia, ironiza sobre ella.

— ¿En ese sentido, cambia la responsabilidad de un cineasta latinoamericano?

La responsabilidad de un cineasta o un escritor es con la historia que cuenta. Si comienzas a ponerle responsabilidades sociales a tu obra, ese peso termina por destruirte.


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