Por Enrique Planas
El Comercio (Pe)
En una entrevista a Juan Rulfo le preguntaban al autor de "Pedro Páramo" cómo se calificaría a sí mismo. "Soy un pobre diablo –diría–. La persona más triste de toda América Latina". Recordando esta respuesta, la escritora mexicana Guadalupe Nettel piensa que Rulfo es el Ribeyro mexicano, y ríe tras la comparación. "¿Quién sería más triste de los dos?", reflexiona para luego responderse: "ninguno". "Los dos, a su manera, eran muy austeros y áridos. Pero al mismo tiempo, dueños de una enorme sensibilidad", afirma una de las voces imprescindibles de la narrativa mexicana actual.
Cierto es que peruanos y mexicanos tenemos muchas semejanzas, que parecemos pensar en la misma frecuencia. Sin embargo, a Nettel le gusta también buscar las diferencias más asombrosas. En ese sentido, pocas cosas la sorprenden más que la literatura peruana. "Y las he ido descubriendo por casualidad, si esta existe", dice. En efecto, quien lea "Después del invierno", novela con la que obtuvo en el 2014 el premio Herralde, encontrará el homenaje a dos autores claves en el libro: el poeta César Vallejo y el narrador Julio Ramón Ribeyro.
—Hay una frase tuya que podría definir tu trabajo: "Hay que mirar donde nos duele mirar". ¿Qué quieres decir con ello?
Cuando yo tenía 20 años, ya sabía que quería escribir, pero no sabía aún sobre qué. Tampoco tenía tantas experiencias de vida, o eso creía yo. Y una experiencia muy importante para mí fue cuando participé en el movimiento zapatista en Chiapas. Una vez, desde una especie de podio donde estaba el comité revolucionario indígena, los zapatistas decían que para que México recuperara su integridad, tanto ética como de integración como nación, hacía falta mirar allí donde nadie quería mirar, donde más nos dolía, más nos avergonzaba, más nos aterraba de nosotros mismos y que escondíamos de los demás. Empecé a preguntarme entonces cómo sería hacer este ejercicio no solo a nivel nacional, sino personal.
— ¿Y qué es lo que más te duele?
El haber nacido diferente [Nettel nació con un ojo menos fuerte que el otro. Tiene una catarata, nistagmo y una mancha arriba de la córnea, lo que le hace mover los ojos como si tuviera estrabismo]. La diferencia física, la del "defectuoso", la del "lisiado", y todo lo que implica en lo social: el rechazo, la lástima, la hipocresía de la gente que trata de que no se note lo que está pensando cuando te ve. Yo estuve relegada, era la niña defectuosa, una vivencia personal y única mía, que los demás no tenían. Mirando desde allí, poco a poco, asumiéndolo, me fui dando cuenta de que era una vivencia muy compartida. Que mucha gente tiene una herida que la determina. Escribir o hacer arte es una forma de darle sentido.
— ¿La cicatriz es para ti un símbolo?
Se puede interpretar de muchas maneras. Para unos es como un trofeo conseguido en una batalla. Para otros, el recuerdo de una herida que estuvo abierta y ya cerró.
—¿De qué depende la forma en que asumimos nuestras cicatrices?
Creo que uno debe hacer las paces con sus cicatrices. Sin embargo, por más que lo hagamos, habrá un momento en que, por la humedad ambiental o por alguna circunstancia interna o externa, volverán a doler. ¡Yo tengo cicatrices en el cuerpo que siempre me duelen! Me recuerdan la experiencia que me las hizo.
— ¿Cicatrices producto de un accidente?
De varias operaciones [señala su cabeza]. Tengo aquí la que me hice con un columpio que de niña casi me abre la cabeza. Sufrí también un accidente automovilístico, pero ese no me dejó marcas. Pero hablo de las cicatrices más bien como vivencias, las pérdidas grandes, las grandes humillaciones. Solo sintiéndonos orgullosos entendemos el sentido de esas cicatrices, o cuando encontramos a otro ser humano con cicatrices parecidas. Entonces podemos hablar como iguales, sabiendo que es un momento privilegiado. Muy poca gente en este mundo va a entender de lo que estamos hablando.
—De eso justamente trata "Después del invierno": el encuentro de dos personas cuyas cicatrices interiores resuenan...
Así es. Uno de los temas más importantes de "Después del invierno" es el encuentro, en el sentido que le daban los surrealistas: una experiencia mística y trascendente. De repente te encuentras con un ser humano que te entiende, porque resuena su infancia con la tuya, su presente con el tuyo. Muchas veces surge de allí el enamoramiento o las grandes amistades. Para mí eso es algo sagrado, como bien decía Breton. Y creo que la lectura es eso también. Cuando descubres un autor, no importa si nació en el siglo XII o en el XXI, en Lima o en Hong Kong. Está hablando de ti, está contando lo que te pasó o lo que sentiste. Y esos encuentros son tan importantes como el amor o la amistad.