Revista Pijao
Genio, esquivo y elegante: los duros golpes de Nabokov
Genio, esquivo y elegante: los duros golpes de Nabokov

Por Javier García

La Tercera (Ch)

“Mis aversiones: la estupidez, la opresión, el crimen, la crueldad, la música dulzona”, dijo Vladimir Nabokov cuando le preguntaron qué le gustaba o disgustaba, en una entrevista realizada a inicios de los 60. “Mis placeres, los más intensos conocidos por el hombre: escribir y cazar mariposas”, agregó.

Por esos años, el narrador de origen ruso ya intuía que estaba entre los grandes nombres de las letras contemporáneas, luego de publicar Lolita (1955). A partir del éxito de su novela dejó de hacer clases en la Universidad de Cornell, donde se hizo famoso por sus cursos de literatura rusa y europea. A su retiro, el número de matriculados había llegado a 400. Entre ellos figuraba un joven Thomas Pynchon. Además de participar en el guión de la adaptación de Lolita para el cine, a cargo de Stanley Kubrick, Nabokov se fue a vivir junto a su esposa Vera al sexto piso de un hotel de Montreux, Suiza, de donde no se movió hasta su muerte ocurrida hace 40 años, el 2 de julio de 1977, cuando tenía 78 años.

“Está claro que eclipsó por completo mis otras obras (…) pero no puedo guardarle rencor. Esa nínfula mítica tiene cierto encanto extraño, tierno”, dijo Nabokov sobre el influjo de Lolita en su producción, a la revista Playboy en 1964. Esta conversación es parte de las 22 entrevistas incluidas en Opiniones contundentes, volumen que en una nueva edición publica ahora editorial Anagrama y que acaba de llegar a Chile.

“Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”, escribió Nabokov para este título cuyas entrevistas ya habían aparecido en formato libro. Esta vez los diálogos, con medios como The New York Times, The Sunday Times, Vogue, Life, Times y The Paris Review, agregan dos secciones inéditas en español. Se trata de un conjunto de artículos de prensa y cartas al director, que abarcan desde reflexiones sobre la inspiración, su molestia porque su nombre figura al lado de Sartre y Bertrand Russell, en un programa del Festival de Edimburgo, hasta escritos sobre el estudio de los lepidópteros.

Pura imaginación

Nacido en San Petersburgo en 1899, a los 5 años Vladimir Nabokov era trilingüe. Según él, a los 15 años ya había releído todo Shakespeare en inglés, Tolstói en ruso y Flaubert en francés. Cuando le preguntaron en qué lengua pensaba, respondió: “En ninguna. Pienso en imágenes”, sostuvo el también traductor, quien en su última década solo dio entrevistas respondiendo con papel y lápiz. “Siempre he sido un orador lamentable”, se quejaba.

A los 19 años, el escritor dejó Rusia. Se instaló en Alemania, donde dio clases de tenis y boxeo, y luego viajó a París. Su padre, uno de los líderes del Partido Constitucional Democrático de Rusia, había sido asesinado. Su hermano murió en un campo de concentración alemán, en 1944.

Para esa fecha, el autor de Pálido fuego se había instalado en EEUU; poco después obtenía la nacionalidad norteamericana. Fue profesor asistente en la Universidad Wellesley, y siete años después pasó a Cornell.

“El arte del escritor es su verdadero pasaporte”, respondió cuando fue consultado sobre qué era para él la patria. Y respecto a Lolita, dijo que el “primer latido” para su creación lo tuvo mientras estaba postrado debido a una neuralgia intercostal, y que la protagonista de 12 años era “un invento de mi imaginación”.

El autor de Ada o el ardor era un profesor y un lector exigente. En una entrevista para un canal de televisión de Nueva York, en 1965, reproducida en Opiniones contundentes, afirmó que las obras maestras en prosa del siglo XX eran Ulises, de James Joyce; La metamorfosis, de Kafka y la “primera mitad del cuento de hadas” de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

De sus contemporáneos destacaba por lejos a Borges por la “lucidez de su pensamiento, la pureza y la poesía”. Y sobre Joseph Conrad, con quien era comparado habitualmente, dijo que su estilo era de “tienda de souvenirs” ante sus descripciones de “barcos embotellados y collares de caracolas de lugares comunes”.

El esquivo y genial autor no compartía para nada el estudio del psicoanálisis. A Freud lo trataba de “curandero vienés”, decía que la interpretación de los sueños era “pura charlatanería”, y repetía que no pertenecía a ningún club ni grupo: “Ningún credo ni escuela ha tenido influencia sobre mí”. Nabokov creía que la imaginación sin conocimiento “no conduce más allá de los corrales del arte primitivo”.

En el mundo literario quizá su gran amigo fue el crítico estadounidense Edmund Wilson, con quien también tuvo algunas discusiones a través de la prensa. En el artículo Respuesta a mis críticos, en referencia a su traducción de Eugenio Oneguin, de Pushkin, agradece las sugerencias, y examina con detención un texto “extenso, ambicioso y temerario” de Wilson.

En el texto La primera tentativa de Sartre parte de entrada apuntando que su nombre se asocia con “un tipo de filosofía de café muy a la moda”, y se refiere a la deficiente traducción en inglés de la primera novela del filósofo francés, La náusea. No tiene reparos en clasificarla en títulos de segunda fila.

Cinco años antes de su muerte le preguntaron: “¿Cuáles son los grandes problemas por los cuales no puede llegar a interesarse”. Su respuesta estuvo a la altura de su fama: “Cuanto más grande el problema, menos me interesa. Algunos de mis intereses mejores son manchas microscópicas de color”.


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