Revista Pijao
Gabriel Tortella: “La superpoblación es el gran problema de nuestro tiempo”
Gabriel Tortella: “La superpoblación es el gran problema de nuestro tiempo”

Por Alberto Gordo

El Cultural (ES)

Gabriel Tortella (Barcelona, 1936), catedrático emérito de la Universidad de Alcalá de Henares, se queja porque ya no le permiten trabajar. “Tengo 80 años y estoy perfectamente. Me paso el día leyendo y escribiendo y podría seguir dando clase...”, se lamenta. La frase ilustra una de las ideas con que arma la última parte de Capitalismo y Revolución (Gadir), su historia interdisciplinar del mundo desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. Dice Tortella que, en un sistema terciario como el nuestro, la gente debería poder trabajar hasta cuando quisiera, más aún en unas sociedades tan envejecidas. Y que la superpoblación -al contrario de lo que dicen los agoreros que alertan contra la inversión de la pirámide demográfica en Occidente- es el “gran problema de nuestro tiempo”.

Pregunta.- ¿Se puede hacer algo contra la superpoblación?

Respuesta.- Hay una solución muy sencilla: educar a las mujeres. Las mujeres educadas tienen menos hijos y los cuidan mejor. Es una formula win-win, como dicen los ingleses. Todos ganamos. Tenemos menos hijos, más sanos y mejor educados, e incorporamos al sistema productivo a la otra mitad de la humanidad. Pero hay que vencer los prejuicios de determinadas sociedades, como la musulmana o la india. En China había también una gran resistencia a educar a las mujeres, pero se han dado cuenta de que es una cosa absurda. Y hoy una de las grandes ventajas de China frente a, por ejemplo, la India es que su población crece menos.

P.- Dice en su libro que el problema de África no es Occidente, sino también la superpoblación. ¿Pero no entran en juego otros factores?

R.- Sí, claro. Es evidente que todos los europeos que han ido a África no eran misioneros llenos de dulzura y buena voluntad. Muchos pueblos africanos fueron brutalmente torturados, saqueados, explotados. Pero hay que decir también que ellos se han tratado muy mal a sí mismos: la esclavitud nacía en sus propias sociedades. Los esclavistas europeos compraban los esclavos a los autóctonos. El problema de África hoy, en todo caso, ya no es la explotación, sino una población que crece de manera vertiginosa y está acabando con todos sus recursos.

P.- ¿Se está produciendo un debate serio sobre la superpoblación o hay demasiados tabús?

R.- Es un tema muy delicado. Pero es que la situación es realmente seria. Estamos esquilmando al planeta. El calentamiento global es consecuencia de la superpoblación, que consume una cantidad enorme de energía. Somos demasiados.

P.- Pero en Europa, escribe, lo tenemos controlado. ¿Cómo se ha conseguido?

R.- Es difícil saberlo. Desde finales del siglo XVII en la zona templada de Europa la natalidad se ha venido acompasando a los niveles de vida. Aquí la gente, por lo general, tiene los hijos que puede mantener.

La era de las revoluciones

P.- Si la Revolución Francesa no es el origen de la edad contemporánea, como dice en su libro, ¿cuál sería?

R.- Antes pensaba que había dos grandes revoluciones: la francesa y la rusa. Pero esto es superficial. La francesa es la más aparatosa de su tiempo, pero es parte de una revolución mundial: está la Revolución Americana, la Guerra de la Independencia española, una cantidad enorme de guerras y revoluciones en Alemania, los decembristas en Rusia... todo en muy pocas décadas. Pero es que además ni la francesa ni la americana fueron las primeras revoluciones. La primera gran revolución de la modernidad fue la inglesa, que lleva a la caída de Jacobo II y a la creación del sistema parlamentario inglés, que luego se extiende. Esto por no mencionar que los ingleses cortaron la cabeza a su rey un siglo y medio antes que los franceses.

P.- ¿Qué consecuencias tuvieron en Europa esas primeras revoluciones?

R.- Lo ocurrido en Inglaterra puso tan nerviosos a monarcas europeos como Carlos III, Federico de Prusia o el propio Luis XVI, que se inventaron el despotismo ilustrado...

P.- Usted trata de demostrar que las revoluciones y el nacimiento del capitalismo son fenómenos paralelos. ¿No se pueden entender por separado?

R.- Las revoluciones posteriores a la inglesa lo primero que hacen es fundar un parlamento, a donde generalmente llegan los comerciantes ricos, los banqueros, los nobles que se han enriquecido en la bolsa o en el comercio. Es una clase nueva que desprecia a los antiguos terratenientes y al rey absoluto. Este es un hito importantísimo en la historia de la humanidad.

P.- En su relato, el siguiente hito fue, ya en el XX, la otra gran revolución: la rusa.

R.- Sí, y se produce porque la revolución burguesa, el capitalismo, había traído consigo la aparición de otra nueva clase, que es el proletariado, una clase muy empobrecida. Ni siquiera podían votar durante el siglo XIX. Las elecciones eran por lo general censitarias; es decir, solo votaban los que pagaban impuestos, o sea, los ricos. Marx pone a estos proletarios en el centro de sus teorías y dice que han de unirse y luchar y crear un estado socialista, aunque no se sabe muy bien lo que es eso.

P.- Dice que, de entre los discípulos de Marx, podían haber triunfado los no violentos. Pero, ¿en qué momento se truncó esa posibilidad?

R.- En realidad, triunfaron ambos, y a la larga los moderados. Los discípulos de Marx se dividen entre revolucionarios y reformistas. Los revolucionarios triunfan en Rusia, pero los reformistas triunfan sobre todo en Alemania. Consiguen el sufragio universal y van poniendo las bases del Estado del Bienestar. La revolución rusa fue un callejón sin salida; la revolución violenta de Marx acaba en la dictadura del proletariado, que es un desastre. La verdadera revolución se hizo en Occidente de una manera más callada, y llega hasta hoy.

Marxismo y socialdemocracia

P.- Habla de la clarividencia con que Marx y Engels supieron leer su tiempo. ¿Es esa su principal aportación?

R.- Eran dos genios. Tengo la impresión de que Engels terminó pensando que se podía llegar al socialismo sin la revolución que Marx había descrito. El socialista alemán más importante de entre los reformistas, Eduard Bernstein, fue discípulo de Engels. Bernstein fue insultado y menospreciado por Lenin, pero nunca por Engels.

P.- ¿Es la revolución socialdemócrata la única feliz, sin sangre, que ha completado el hombre? ¿Podemos, por cierto, llamarla “revolución”?

R.- Es una revolución que empieza después de la Primera Guerra Mundial. Alemania es pionera. A finales del XIX, Bismarck impulsa un embrión de Estado del Bienestar para parar los pies a los socialistas. Alemania tenía unos sistemas de pensiones y retiros mucho más avanzados que el resto de Europa. Lo que no hace Bismarck es democratizar el sistema electoral, que excluía a los trabajadores. Después de perder la guerra, cae el Káiser, los socialdemócratas llegan al poder e inmediatamente convocan unas elecciones con sufragio universal de hombres y mujeres. Después de esta revolución socialdemócrata llega a EE. UU, con el New Deal de Roosevelt. Keynes es el gran ideólogo. Dice que hay que hacer una política anticíclica para que la economía no se estanque, y que gastar en bienestar es bueno. Es lo que ha hecho Draghi en el BCE y lo que hizo Bernanke en la Reserva Federal americana.

P.- Ha pasado muchos años en EE. UU. ¿Hasta dónde llega allí la influencia de Keynes?

R.- Cuando estudiaba economía en EE. UU en los años 60 Keynes era como Dios. Nadie discutía el déficit, la política keynesiana era la biblia. En los 70 y 80 hubo un reflujo antikeynesiano con Milton Friedman, pero el keynesianismo ha vuelto con las depresiones, con la gran recesión. Hoy está más vivo que nunca.

P.- ¿No existe ya esa clásica división entre el capitalismo anglosajón puro y la economía social de mercado a la europea?

R.- Claro que existe. El Brexit en cierto modo es una protesta de los ingleses contra una economía que les parece demasiado intervencionista. En 2016 se ha producido la gran ruptura anglosajona contra la economía social de mercado, en EE. UU e Inglaterra. Donald Trump ha encarnado este derechazo anglosajón contra el liberalismo asistencial a la europea.

Adoctrinamiento en Cataluña

P.- Hace un año publicó junto a otros autores un libro muy crítico con el independentismo catalán. ¿Ha cambiado algo desde entonces?

R.- Han pasado muchas cosas desde entonces, pero el diagnóstico que dábamos era correcto. En Cataluña hay gran minoría -pero minoría- que piensa que si Cataluña fuera independiente ellos serían los reyes del mambo. Todos los latrocinios de Pujol y de sus secuaces no se hubieran aireado y no habría habido efectos judiciales. Luego hay un racismo considerable.

P.- ¿Desde cuándo lleva el estado español equivocándose con respecto a Cataluña?

R.- No ha dejado de hacerlo. Ha permitido que en Cataluña se viole la Constitución y las leyes de una manera sistemática desde que Pujol llegó al poder. Ha habido un adoctrinamiento continuo en las escuelas, donde la historia se falsea de una manera atroz, empezando por esa patraña de que Cataluña es una nación. Jamás lo ha sido. En 1980 había menos de un 5% de independentistas en Cataluña y ahora que las generaciones adoctrinadas ya han llegado a la edad madura hay entre un 30% y un 40%.

P.- Ha escrito que, a nivel económico, hay un origen del nacionalismo catalán en el desastre del 98. ¿Qué ocurrió entonces?

R.- Es bastante increíble. La burguesía industrial catalana se empobreció entonces porque los grandes mercados de la industria textil algodonera -catalana en su mayor parte- eran Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La pérdida de las colonias fue la ruina para los algodoneros catalanes y echaron la culpa al estado español. España lo hizo mal, pero no dejaba de ser un estado pobre y militarmente débil del que los catalanes formaban parte.

P.- El PSOE ha asumido lo de “España, nación de naciones”. ¿Qué le parece?

R.- ¿Eso qué significa? España, como todos los estados europeos, se empezó a considerar nación después de la Revolución Francesa. Con la Constitución de Cádiz, concretamente. De la nación catalana nadie habla hasta que Prat de la Riba se lo saca de la manga en 1906. Pero Prat de la Riba decía que Cataluña era una nación porque le daba la gana. Sin fundamento alguno. Formaba parte de la misma invención de la tradición que hemos visto después.

P.- Esa manera que tiene cierta izquierda de sobrevivir a su propio triunfo, adoptando todo tipo de ideologías identitarias, desde el nacionalismo al feminismo, ¿no es un suicidio a largo plazo?

R.- Es natural que la izquierda, que ha conseguido que todas sus reivindicaciones se hayan convertido, a lo largo del último siglo, en pilares básicos del mundo en que vivimos, no quiera cerrar tan pronto el chiringuito. Defender a las minorías no está mal, pero las minorías no dan muchos votos: por eso son minorías. Mi opinión es que les iría mucho mejor si se reivindicaran como los inventores del Estado del Bienestar, y como los que mejor lo personifican. Pero parece que la estrategia es la opuesta: ponerse en contra de todo lo que defendieron. Si antes defendían el universalismo y a las clases oprimidas, ahora defienden la nación y a los estibadores, que son los nuevos privilegiados. O a la peor clase catalana. Eso es el antiprogresismo.

P.- Políticamente usted viene del PSOE, pero se desencantó hace años. ¿Por qué?

R.- Yo fui de la agrupación socialista universitaria en tiempos de Franco, y a mí me metieron en la cárcel más de una vez. Salgo en los informes de la policía. Tengo aún simpatía por el socialismo, pero me han decepcionado. He leído en profundidad a Marx, al que admiro enormemente. Y algunos de sus temas son también los temas de mi vida.


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