Por Maria Paula Lizarazo Cañón
Especial para El Espectador
Mientras trabajó con el teatro, se hizo obrero de las horas y logró que el tiempo también guardara un espacio para que avanzara en Yerma, Doña rosita la soltera, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba.
Recuerdo que en el colegio tuve que representar La casa de Bernarda Alba. Nos quedamos a ensayar una tarde después de clases, en nuestro salón, que era relativamente grande, de baldosines blancos cubiertos por figuras circulares de tonalidad gris, sobre los que cada día se regaban jugos y agua sin falta; tenía cuatro vidrios que, casi, iban de pared a pared y en cuyos extremos había una ventana que servía de escenario para gritar a los cuatro vientos.
Hoy comprendo que por ese tiempo no era tan lectora; pero me emocionaba que, como parte de mis deberes, yo tuviera que leer a Federico García Lorca y mutar en alguno de sus personajes.
Esa experiencia se la debo a un profesor. En esa lectura, como en las otras pocas, insisto, que hice por ese entonces, me reafirmé en que dedicaría mi vida a la soledad alimentada de literatura, tal vez impulsada por algún determinante y anónimo gen que recibí de mi madre, quien, casualmente, igual que el profesor que aquí refiero, ha estudiado la literatura de la mano de quién sabe cuántos grupos de muchachos en el establecimiento público como en el privado y en las llamadas educación básica y superior, al tiempo.
Según la historia, el tiempo floreció para García Lorca en 1898 y se le acabó en 1936. Según la mística de lo pactado en el papel, el tiempo, por el contrario, nunca se le acabará a causa de todo lo que dejó.
Dejó cerca de cuarenta obras. En total, un millar de letras para aliviar las primaveras de los afortunados que se topen con sus versos, sus prosas y las obras teatrales que escribió, un millar de letras que vinieron de su voluntad y fueron su fuerza para sobrevivir ante aquello que había sido establecido y que García Lorca no podía ni quería concebir. Alguna vez escribió: “Soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego, no creo en la frontera política”, mientras que el resto de Europa se encaminaba hacia los primeros bordes de la cúspide de un holocausto.
La obra de este intuitivo, de este hombre que escuchó la mística, de este pulso herido que presintió el más allá, permitió que sus pasos devinieran en inmortales junto a los de los otros grandes “perros que hicieron muy bien su trabajo”, como definiría Dostoievski a los escritores.
Precisamente, la inmortalidad de García Lorca da cuenta del argumento de su obra: vida y muerte son los conflictos del alma humana centrales en su obra. Se trata de todo un oleaje de opuestos perpetuos. Aunque sus intereses no sólo fueron las palabras en el papel: se dedicó también a la guitarra, el dibujo y el piano.
En 1927, se dio a conocer entre diversos lectores con su poemario Canciones, algo que no logró en la misma proporción en 1921, cuando publicó Libro de poemas, su primera obra en verso.
Una de sus obras con mayor acogida en su época fue Poeta en Nueva York, publicada hacia 1929 y escrita bajo la influencia que en él tuvo el repudio a la minoría negra que reconoció cuando viajó a esa ciudad. Un caso similar ocurre con Romancero Gitano, obra también influenciada por una minoría, los gitanos perseguidos en España, y en la que el amor es el tema central de la narración.
Antes de los llantos desamorosos y confundidos que dieron origen al viaje de García Lorca a Nueva York, entre 1918 y 1928 estuvo en la Residencia de Estudiantes de Madrid, por la que también pasaron, por ejemplo, Albert Einstein y Marie Curie, y en la que coincidió con los escritores Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, el cineasta Luis Buñuel y el pintor Salvador Dalí (receptor de gran cantidad de sus cartas, forjadas por una absoluta amistad), entre otros.
Luego de su año en Nueva York, a donde fue para cursar en la Universidad de Columbia, García Lorca regresó a España. García Lorca entendió que la trascendencia del razonamiento humano se halla en capacidad de sentir lo creado y crear. Por ello, dos años después de haber llegado a su país, en 1932, aceptó llevar obras de teatro a lugares recónditos de España: fue nombrado codirector del teatro universitario La Barraca, una organización que pretendía viajar reviviendo las obras del Siglo de Oro español.
Mientras trabajó con el teatro, se hizo obrero de las horas y logró que el tiempo también guardara un espacio para que avanzara en Yerma, Doña rosita la soltera, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba.
“Soy hombre del mundo”, cité de Lorca unas líneas atrás. Pero el mundo, representado por las fuerzas franquistas en 1936, no lo trató como suyo, sino que lo… “¿Para qué hablar de lo que hicieron con él?”, como preguntó alguna vez María Matas, su casera.
Baile
La Carmen está bailando
por las calles de Sevilla.
Tiene blancos los cabellos
y brillantes las pupilas.
¡Niñas,
corred las cortinas!
En su cabeza se enrosca
una serpiente amarilla,
y va soñando en el baile
con galanes de otros días.
¡Niñas,
corred las cortinas!
Las calles están desiertas
y en los fondos se adivinan,
corazones andaluces
buscando viejas espinas.
¡Niñas,
corred las cortinas!
Federico García Lorca