Revista Pijao
Federico, el poeta que reverdece
Federico, el poeta que reverdece

Por Madeleine Sautié

Diario Granma (Cu)

Para decirlo de manera poética, el crimen fue en Granada. Con esa aseveración nombraría Antonio Machado el poema que escribió al saber asesinado a una de las más altas voces de la poesía y el teatro de todos los tiempos en lengua hispana.

Se le vio, caminando entre fusiles / por una calle larga, / salir al campo frío, / aún con estrellas, de la madrugada. / Mataron a Federico / cuando la luz asomaba. / El pelotón de verdugos /no osó mirarle a la cara. / Todos cerraron los ojos; / rezaron: ¡ni Dios te salva! / Muerto cayó Federico / —sangre en la frente y plomo en las entrañas—. /… Que fue en Granada el crimen /sabed — ¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!…

En la misma tierra que lo vio nacer un 5 de junio de 1898 dejó de existir, con solo 38 años, hace 81 años, el poeta español Federico García Lorca, cuya vida arrebató el fascismo sin más razones que su odio monstruoso a aquellos que marcan la diferencia cuando se disponen a hacer el bien y a tomar partido cuando el mundo se pinta como una larga estera de injusticias.

Una sacudida vehemente e intelectual, con nombres y apellidos de proyectos entre los que se encontraban giras con grupos teatrales, lecturas y creación de poesía y teatro del bueno, conferencias impartidas en disímiles escenarios e impulsos vigorosos marcaron los últimos años del autor de La casa de Bernarda Alba cuando se suponía que el azar deslizara la alfombra para el paso de un hombre que sabía hacia dónde iba.

Los primeros se remontan al campo en Fuente Vaqueros. Con 11 años cumplidos la familia se mudará a la ciudad de Granada, la que será escenario perfecto para que la sensibilidad adolescente de Federico halle trigo con que cebar su famélico apetito artístico, que tuvo sus primicias en la música, al fascinarse con Beethoven, Chopin y Debussy, por solo dar fe de algunos. Matricula en la Universidad de Granada Filosofía y Letras y Derecho.

Madrid lo acoge más tarde en la residencia de estudiantes, y allí le reserva el conocer al pintor Salvador Dalí, al cineasta Luis Buñuel y al poeta Rafael Alberti, con quienes entablaría afectos entrañables. Aprovechará la oportunidad de conocer a Juan Ramón Jiménez, todo lo cual marcará sus aspiraciones, que se nutren en este momento con la avidez de una esponja.

Entonces crea. Una excelente impresión había causado en Jiménez el joven, quien le pareció portador de un «un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo». Por eso lo ayudó a publicar versos en diferentes revistas y lo animó a que editara él mismo su Libro de poemas, donde verán la luz versos escritos desde 1918. El autor de Platero y yo fue uno de sus guías bienhechores y lo condujo al estudio del folclor, de modo que abundó en los títeres, el cante jondo y la canción popular.

Merecida referencia debe hacerse a la influencia que recibiera Lorca del poeta Luis de Góngora. Una pléyade de autores que se propusieron honrar al creador barroco en el   tricentenario de su muerte (1627), entre otros, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Gerardo Diego, Luis Cernuda, y el propio Lorca, constituyeron por esa causa lo que se denominó la Generación del 27.

Lorca estaba en su punto poético; sin embargo no estaba feliz. La conquista alcanzada con la publicación de Canciones (1927) y el éxito popular de Primer romancero gitano (1928) no significaban una alegría. «Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Los gitanos son un tema. Y nada más. (…) No quiero que me encasillen. Siento que me va echando cadenas».

Sin dejar de trabajar en otros giros encontró un escape: Nueva York. Hasta la primera tierra extranjera que pisaría llega en la primavera de 1929. «Una de las experiencias más útiles de mi vida», dice Lorca. La temporada lo hizo chocar con un mundo inexplorado, multicultural e industrializado. Allí devoró el cine y el teatro, se deleitó con el jazz y el blues, escribió su libro Poeta en Nueva York. El próximo destino era Cuba donde aseguró haber pasado los mejores días de su vida. «Esta isla es un paraíso. Si me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba».

Invitado por Don Fernando Ortiz quien presidía la Sociedad Hispanocubana de Cultura, llegó a La Habana. La estancia hizo fraguar grandes amistades. Entre los amigos de Federico cuentan, por solo mencionar algunos, José María Chacón, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Jorge Mañach, Juan Marinello, Emilio Ballagas y Flor Loynaz, quien junto a sus hermanos Dulce María, Carlos y Manuel Enrique, serán permanentes anfitriones del poeta. 

Federico regresa a España con el ánimo exaltado. Llegaba reverdecido. Llovían los proyectos -conferencias, lecturas, organizar el teatro universitario La Barraca- con su talento en ristre. Sueña con construir un espacio para resucitar «la farándula ambulante de los tiempos pasados». Se va de gira con La Barraca. Mientras, su drama Bodas de Sangre «arrasa» en Buenos Aires. Es invitado a Argentina y Montevideo. Allí dirige Bodas de sangre, Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa… La fama lo habita. Lorca es más que nunca un triunfador.

De vuelta a la península termina Yerma, Doña Rosita la Soltera y La casa de Bernarda Alba. Los sueños cuajan. Todo en él es creación. Habla del compromiso humano del artista, de la acción social que representa el teatro. Está a punto de estallar la Guerra Civil. Sin pertenecer al Partido Comunista cobra fama de liberal. En varias ocasiones criticó ante la prensa la injusticia social y se ganó la antipatía de los opositores de la República.

Lo que vino después ya lo dijo Machado y está al inicio de estas líneas. La fecha del crimen es imprecisa, se dice que fue el 18 de agosto de 1936, y aunque en los documentos oficiales reza que falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, todo el mundo sabe que fue asesinado por el fascismo, el que no cambia de rostro. El inconfundible.


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