Un auténtico escritor que refleja desde el punto de vista temático los conflictos del hombre contemporáneo en sus diversas facetas y desde el punto de vista narrativo la utilización de técnicas o modos de contar que marcaron, junto a otros escritores, el camino cierto de entrada a la modernidad de las letras colombianas, tal es el caso de Eutiquio Leal, quien nació el 12 de diciembre de 1928 en la ciudad de Chaparral.
El escritor, que fuera jornalero, periodista, agente viajero, soldado raso, guerrillero y profesor universitario por casi treinta años, es el único en Colombia que construyó una hermosa casa en Cali con el producto de sus primeros premios en la mayor parte de concursos literarios de la época.
Participó en numerosos eventos internacionales y está incluido en las más representativas antologías de cuento. Objeto de estudio en historias literarias y en ensayos, sobresale como director y cofundador de revistas nacionales y extranjeras dedicadas a la cultura en general y a la literatura en particular. Publicaciones suyas, fuera de la dirección ejercida por un tiempo en las revistas Letras Nacionales y Gato Encerrado, aparecieron regularmente en importantes medios. Eutiquio Leal, viajero infatigable por Europa, Asia, Sur y Centroamérica, obtiene la traducción de algunos de sus textos y se convierte en miembro fundador y directivo de la Unión Nacional de Escritores, UNE, dirige talleres literarios de los cuales fue su iniciador en Colombia y continúa como catedrático universitario, decano y director de postgrados.
El hijo legítimo de la violencia que conoce desde la infancia mitos, espantos y muerte en las montañas de su tierra natal, que identifica desde esos años a Julio Flórez o José Eusebio Caro leídos por su madre, está marcado por los recuerdos de su abuela Laura, recurrente en sus cuentos y novelas. Estudia el autor sus primeras letras con Soledad Medina, maestra de Darío Echandía y Antonio Rocha y luego se le verá leer de corrido, hacer piropos en verso, fundar en tercero elemental el periódico El Tablero, fungir de monaguillo y catequista, saber de memoria el catecismo del padre Astete y hasta ser presidente de la Cruzada Eucarística de Chaparral. Esta circunstancia le ofrece las condiciones para convertirse en sacerdote pero su padre, liberal radical, lo deja preparado con su ajuar y su cupo en el seminario para enviarlo, con ayuda de Darío Echandía, a estudiar en la Escuela Normal Superior en Bogotá.
Su temperamento díscolo, su esencia rebelde, le hacen participar en una huelga que le vale expulsión y debe instalarse en Tunja a terminar sin interrupciones sus estudios. De vacaciones en su casa, Tiberio Vidales, fundador de la revista Calarma, publica sus primeras palabras en imprenta. Ya graduado, su paisana Carmenza Rocha Castilla, a la sazón Secretaria de Educación, lo nombra maestro en la próspera ciudad del Líbano, pero su espíritu de aventura lo hace escuchar a un agente viajero que lo invita a vincularse a las Escuelas Internacionales de Estudios por Correspondencia. Por Caldas, con maletín en mano, comprando a su paso en una feria del libro el manual Cuestiones de Leninismo, se brinda un primer encuentro con el caudillo bolchevique, establece contactos con las comunidades indígenas y pide un carnet en el Partido Socialista Demócrata Colombiano que le llega por correo con martillo cruzado y un machete.
Tras vender el diario popular del partido comunista vestido elegantemente con un sombrero azul oscuro y un reluciente maletín y dormir en un parque de Pereira, ahora sin empleo, termina por recomendación de un amigo dirigiendo en Tuluá las escuelas a distancia y de empleado en el Banco de la República de Cali cuando el calendario marca el 9 de abril de 1946.
A la muerte de Gaitán se vuelve agitador de la C.T.C., hace parte como voluntario de la toma de un cuartel y huye a Chaparral donde escucha por la radio que su tutor, Darío Echandía, ha sido nombrado Ministro de Gobierno. Su camino a la guerrilla empieza cuando en el partido requieren dos hombres letrados, como lo pide Eliseo Velásquez, uno para el llano y otro para el Tolima. Atrás deja las tertulias en Cali con Enrique Buenaventura, Ramiro Andrade, Lino Gil Jaramillo y adelante queda la montaña donde funda el periódico Frente Rojo y ayuda a organizar los famosos Comandos de Autodefensa, origen de las FARC. Combates, victorias y derrotas, ven en Eutiquio Leal al hombre que cruza por los caminos con una máquina de escribir portátil y un mimeógrafo.
Formado el Estado Mayor Conjunto, el intelectual es hecho Comandante y en el escalofrío de la huida pasan de pronto al sur inexplorable para fundar un pueblo: el Davis, donde las avionetas llegan vomitando volantes y ofreciendo recompensas. El futuro escritor muere supuestamente varias veces con sus diversos nombres y es enterrado alegóricamente por su madre, quien lo llora en repetidas ocasiones. Escribir el himno guerrillero, salir acosado en columnas hacia El Pato, Guayabero, Rio Chiquito y Marquetalia, tener bajo sus órdenes a quienes serían más adelante Tirofijo y otros destacados militantes del frente comunista, es una etapa suya que deja en el recuerdo para iniciar una nueva, ésta sí permanente, de irrevocable disciplina: la literatura.
De Viotá, en 1953, pasa a la capital de la república, participa en el Primer Congreso Nacional Guerrillero, se clandestiniza en una zapatería y llega a Barranquilla sin señas de identidad ni documentos. Gracias a sus habilidades, consigue un puesto como dependiente en la librería Nuevo Mundo donde ve lanzar La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio gracias a la gestión de Germán Vargas y contempla de lejos a todos los integrantes del famoso grupo de La Cueva. Luego, enganchado en un laboratorio, ejerciendo como visitador médico, asiste al consultorio de Manuel Zapata Olivella quien lo estimula y hace que le publiquen algunos relatos en los diarios.
Después, a partir de un concurso nacional organizado por el Primer Festival de Arte de Cali, gana el primer premio con su excelente cuento Bomba de tiempo que se convierte en clásico. Polémicas literarias, honores tipográficos en páginas centrales del magazín de El Espectador y títulos que refieren «muestras de literatura comprometida», darán a la postre con una modalidad en la nación.
De ahí en adelante Eutiquio Leal funda en Cartagena el Primer Taller Literario del país, instaura los viernes del Paraninfo en la Universidad, gana muchos otros concursos convirtiéndose en un participante invencible, compra su casa en la capital del Valle, se vincula como profesor de medio tiempo en la Universidad de Santiago de Cali, se labra un nombre importante dentro de la literatura, regresa al Tolima como director de Extensión Cultural de la Universidad, cofunda el grupo Pijao, instala más talleres, dicta conferencias, participa en congresos internacionales, dirige el suplemento literario de El Cronista y viaja a Bogotá donde ejerce la cátedra en la Universidad Pedagógica, en la Piloto, en la Central, en la Autónoma, la Libre como Decano y en el Rosario como director de un postgrado en crítica.
Tantas actividades en las que se mostró con cumplimientos rigurosos y ese deseo de socializar el conocimiento del mundo cultural con devoción encarnizada, van dejando la huella de un hombre de acción que no se quedó quieto, salvo esas fugas sumido en el silencio de largas horas dedicado a escribir.
Doce libros publicados hasta 1993 conforman el acervo de su laborioso tránsito por la literatura. Mitin de alborada, editado por la guerrilla del sur del Tolima en 1950; Agua de Juego, cuentos, en 1963; Después de la noche, novela ganadora de un concurso en 1964; Cambio de luna, cuentos, aparecido en 1969, editado por Populibro; Vietnam, ruta de libertad, en 1973; Bomba de tiempo, Pijao Editores, 1974; Ronda de hadas, poemario para niños en 1978; Talleres literarios, dos volúmenes con teoría y métodos, 1984-1987; Música de sinfines, poemario en 1988 y La hora del alcatraz, su más acabada novela, en 1989, fuera del amplio volumen de cuentos El oído en la tierra, de próxima aparición por Pijao Editores.
El absurdo social, el clamor trágico, el coro de resonancia rebelde y de lucha, la dinámica colectiva que ausculta la vida de un pescador mutilado, su familia, con todo ello logra una comunicación estética en Después de la noche y La hora del alcatraz, novelas que, partiendo del criterio del disciplinado y agudo Raymond Williams en su libro Novela y poder en Colombia: 1844-1987, es la encarnación de la narrativa contemporánea moderna cuyo arranque es situado por el crítico norteamericano con la publicación de libros claves como La hojarasca, 1955, de García Márquez, La casa grande de Cepeda Samudio y Respirando el verano, de Héctor Rojas Herazo, ambas de 1962 y Después de la noche, de Eutiquio Leal en 1964.
Buscar una nueva manera de contar una historia, incluir una técnica diferente a la utilizada hasta entonces, acercarse a la maestría de Ernest Hemingway en El viejo y el mar, con una vitalidad y vivacidad de gran clase, según lo califica Uriel Ospina, fuera de un agudo cortometraje sobre la miseria de los pescadores en alguna costa del país colombiano, algo así como doce horas en la vida de seres indigentes, enfocada con la objetividad de un camarógrafo pero también con la dominada sensibilidad de un artista, forman parte de las cualidades precursoras y de aporte a la narrativa del país.
En su cuentística apunta igualmente a la renovación, tales los casos de Mitin de alborada o Agua de Juego, pero en esencia las realizadas en Cambio de luna, Bomba de tiempo y El oído en la tierra. Su experimentación con el lenguaje y con diversas técnicas narrativas contemporáneas donde el monólogo, la combinación de los tiempos, la aprehensión del libre movimiento de la conciencia de sus personajes, el punto de vista del narrador, la multiplicidad de voces al estilo griego, dan la medida de una preocupación formal al entender, con claridad, cómo la literatura es la vida vuelta lenguaje.
Narrar historias violentas como en Es mejor que te vayas, tiernas como las de El rosal amarillo, con fondo de muerte y sexo en No mirarse a los ojos, marcan un camino novedoso frente a una narrativa pacata y tradicional, poco dada a los riesgos y sumida en la retórica simple y el supuesto escribir bien.
Ya con Bomba de tiempo y sus otros relatos, converge en la vertiente de la autenticidad, claridad social y política que va a un realismo más inteligente que el anterior a los años 30, como puntualiza Isaías Peña Gutiérrez. Así mismo se verifica una especialización del trabajo literario, conocimiento y uso de técnicas, abocamiento a la tradición oral con mayor destreza que antes para alejarse del costumbrismo y el formalismo académico precedentes.
Consolidar el conocimiento profesional y tener conciencia de tal, es ya un panorama que va a caracterizar a la generación de escritores posterior a García Márquez donde se ubica a Eutiquio Leal cronológicamente atrás pero «secularmente joven», al decir acertado de Peña.
Inaugurar esta nueva era, atenerse menos al documento y más al signo, a los símbolos y a las imágenes, atreverse a lo experimental, reflejar la violencia política, la mentalidad, la sicología y el clima respirado por los colombianos, romper con lo tradicional y hacer de su vida y de su obra un testimonio vital, rebelde y valeroso, especializar su trabajo como obra de arte comprometida en la lucha popular, convierten a Eutiquio Leal en uno de los protagonistas del Tolima en el siglo XX.
Fue campesino por temporadas cuando realizaba sus estudios primarios, encarcelado en abril de 1948 por agitador, finalista del Premio Esso de Literatura con la novela Guerrilla 15, y del concurso latinoamericano de novela Monte Ávila de Caracas con El tercer tiempo. Alcanzó primer premio en el concurso literario de la extensión cultural de Bolívar en 1964 con su novela Después de la noche, entre los muchos otros concursos en los que participó, empleado del ICFES, Premio de Literatura Tolimense en 1979, y en 1996 le fue concedido el doctorado Honoris Causa en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. Pareciera que la vida de Eutiquio Leal pertenece más a la ficción que a la historia de un departamento y un país que ayudara a gestar, no sólo desde la militancia sino también desde las trincheras ideológicas.
Le apasionó la poesía hasta publicar en este género cuatro libros como Mitin de alborada en 1950; Ronda de hadas en 1978; Trinos para sembrar en 1988; Música de sinfines en el mismo año y Trinitarias en 1996.
En 1980, Marina Sánchez de Buitrago y Dora Bazurto González, realizaron un interesante estudio titulado Eutiquio Leal, escritor de la nueva narrativa colombiana, presentado como trabajo de grado a nivel monográfico en cumplimiento parcial de los requisitos exigidos para optar el título de Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad Lenguas Modernas, y en 1987, Pijao Editores publica el libro Vida y Obra de Eutiquio Leal, escrito por Carlos Orlando Pardo.
Ambos trabajos son muestra del interés que ha causado la obra de uno de los mejores escritores colombianos. Inclusive en su fundado taller Literario Gabriel García Márquez de la Universidad Piloto, que aún sigue funcionando, cada año, en el libro que publican sus integrantes, se rinde un homenaje a su memoria y se estudia su obra.
Este hombre alto, de pelo largo, caminar rápido y vigoroso, con una capacidad de trabajo impresionante, con una actitud juvenil y una vigorosa autenticidad en todo lo que hace y escribe, lleva el nombre de Eutiquio en memoria de un héroe del Partido Comunista Colombiano, Eutiquio Timoté, y el apellido Leal por tratarse del más importante atributo del hombre, como él lo declarara, puesto que en realidad su partida de nacimiento refiere a Jorge Hernández Barrios.
Su nombre de ayer quedó enterrado en una legendaria montaña de Calarma, del Valle de las Hermosas en el Chaparral de sus querencias y ostentó en esencia el de un intelectual alrededor del cual se han escrito varios libros y que hasta su muerte, el 13 de mayo en 1997, cabalgó rebelde e indomable sobre el lomo de la literatura.
Carlos Orlando Pardo
Director Pijao Editores