Por Teresa M. Peces
zendalibros.com
A la sombra de una impresionante chimenea, en la que obró su pan y su obra Pío Baroja, se sitúa una modesta editorial que en diez años se ha consolidado como una de las de mayor prestigio para los lectores exigentes. Impedimenta nació con la intención de descubrir autores desconocidos en España, de potenciar “clásicos modernos” y de dar valor a un producto cada vez más empequeñecido entre el ruido del ocio digital y las Redes Sociales. Enrique Redel fue editor desde niño, cuando en las tediosas tardes de verano creaba sus propios cómics y los vendía entre los amigos del barrio. Un editor nace, y a veces también se hace, sin embargo no todos saben tocar la tecla correcta que les lleve a una armonía editorial digna de los lectores más exigentes. Él lo ha conseguido, sus libros son rentables, ha recibido premios que han consolidado su labor y tiene un público más que fiel. ¿La clave? Una buena selección, respeto por el creador y saber comunicar.
Cuando se cumplen diez años del nacimiento de Impedimenta, crisis económica ya casi superada, hablamos con Enrique Redel para conocer cómo es el día a día de un editor independiente, un editor intrépido.
—Impedimenta cumple diez años, ha pasado por una gran crisis económica. ¿Enrique Redel se considera un editor intrépido?
—No sé si intrépido, pero tienes que tener una especie de capacidad de riesgo importante. El dinero que se juega uno en cada libro es grande y a veces apuestas a cosas que no sabes si van a funcionar y en ese sentido tienes que ser atrevido. Si intrépido es lo contrario de complaciente…, soy intrépido. Tienes que tener una especie de colisión interna, hay que estar todo el rato eligiendo libros, apostando por ellos y nunca parar; siempre reinventarte, nunca hacer lo mismo. Es una labor para la que no todo el mundo sirve.
—El libro es muy caro, has dicho, por término medio, ¿cuándo puede costarle a un editor sacar un libro a la librería?
—Hay de todo. Algunos libros, los más sencillos de hacer, pueden salir por 4.000 o 5.000 euros, y otros libros suponen entre 20.000 o 25.000€. Se hace una inversión muy fuerte. Nosotros, además, hacemos un tipo de libro que está muy cuidado en su producción, nos vamos a libros con cubierta y sobrecubierta, en papel verjurado, el primer pliego a dos colores… En fin, nuestros costes de producción son muy altos. También tenemos la buena costumbre de pagar bien a los colaboradores, es algo necesario. Prefiero ser honesto con la gente que trabaja conmigo y ello conlleva que los costes se van acumulando y hay que hacerles frente. Siempre pagamos. Todo esto son intangibles que la gente valora mucho en la librería. Si un libro está bien hecho, bien traducido y bien ilustrado, nuestro lector lo paga sin problema. Nuestro público no es un lector de libro barato, es un lector que aprecia el trabajo bien hecho y su valor.
—Cuando un lector llega a Impedimenta es porque ya os conoce de antemano. La identidad es muy importante: ¿cómo se consigue esa fidelidad?
—Yo creo que si algo ha ocurrido con la crisis es que se ha hecho una depuración del tipo de lector; antes había un lector que leía para pasar el rato y compraba libros de consumo, esos lectores se han ido a las series, a los juegos de los móviles a otras maneras de ocio. Nosotros nos centramos en el lector hecho, aquel que le gusta leer y lo valora. Esta labor lleva tiempo. Saber que el tipo de libro que tú estás haciendo, podrá ser más o menos discutible de gusto, pero en cuanto a calidad, marca un nivel. Segundo, que haya una coherencia en el catálogo. Nuestro catálogo es coherente por los cuatro costados. Cuando el lector se acerca a Impedimenta hay una fiabilidad. Esto va dando marca: fiabilidad, libros que nos apasionan… Nosotros tenemos “lectores completistas” les gustan tener la colección completa y si les faltan tres títulos, se los compran.
— ¿Qué busca un lector que compra un libro de Impedimenta: el autor, el argumento, el título, la colección…?
—Yo creo que busca un sello, una filosofía, es lo mismo que en Anagrama o El acantilado. En nuestro caso es: buena literatura traducida, clásicos modernos, una edición muy cuidada, también una especie de sentido de la curiosidad muy exacerbado… Hay libros que en muchos casos dejan una huella emocional. Descubrimos autores desconocidos, esa es la labor del editor. Si no creas un nuevo autor la labor del editor no tiene gracia. Si algo tiene de satisfactorio montar una editorial, es que descubres nuevos autores. Soseki, Cartarescu…, la gente que se acerca a nosotros es porque busca algo diferente.
— ¿Se puede vivir actualmente de editar libros?
—Sí, se puede. Nosotros tenemos algo que no tienen los grandes grupos, y es flexibilidad. Ahora tenemos una estructura de cinco personas, que está bastante bien, pero no tenemos alquileres altísimos ni grandes gastos. Para mantenernos, cada título que sacamos tiene que ser medio rentable. No tenemos, en nuestro catálogo, libros que no sean rentables. Cuando monté la editorial empecé con 30.000€ y fui rentable desde el primer momento. Yo venía de Funambulista y desde el primer momento Impedimenta fue rentable. Tenemos poco tamaño y podemos adaptarnos a los cambios de situación; una editorial grande lo tiene lo más difícil, por eso también vamos más a lo seguro, a lo que puede funcionar. Crecemos poco a poco.
—En vuestra trayectoria de diez años habéis recibido ya varios premios: Llibreter, Premio a la Mejor Labor Editorial… ¿Los premios son importantes para consolidar la labor de un editor?
—Todos los premios que hemos recibido han venido en un momento crucial. Al comienzo de la editorial, en el sexto libro nos dieron el premio Llibreter, fue un gran espaldarazo, el segundo nos lo dieron por un libro infantil, lo cual nos dio seguridad en una colección que estábamos empezando. Yo no tengo niños, no sé lo que piensan y la colección la hicimos un poco a mi medida. El premio Llibreter nos dio confianza. En cuanto al premio Nacional (Contexto)…, cuando te dan un premio así puedes adoptar dos posturas: conformarte y pensar que ya has llegado a la cima, o, como nos pasó a nosotros, notar como si tuviéramos encima una lupa gigante que te estaba vigilando porque te tienes que mantener a la altura de ese premio, de hecho no nos quitamos nunca la coletilla “Premio Nacional” para recordarnos que no hay que bajar la guardia. Para nosotros los premios han sido importantísimos, pero no los hemos buscado, de repente hay alguien, El Gremi o el MECD que valora lo que estás haciendo.
—Casi desde vuestro inicio buscasteis sinergias con editoriales similares y formasteis el Grupo Contexto, ¿esta asociación con otros editores constituye un complemento a vuestra labor o en ocasiones sentís cierta competencia?
—Nos admiramos mucho. ¿Para qué me sirve esta relación? En primer lugar para estar a su nivel. Todos lo hacen muy bien y hay que estar a su altura, y segundo porque existe una especie de comunidad de información muy interesante: Dudas, ayuda. No hay competencia, lo que hay es una sensación de que lo tienes que hacer siempre mucho mejor. Pero nos pasamos contactos, la relación es excelente, somos muy amigos y eso está muy bien para compartir los momentos bajos. Es un grupo además que tiene mucha generosidad. En la Feria del Libro vendemos libros de todos, y somos cinco editoriales muy bien avenidas. Compartimos también distribuidores en el extranjero y en España.
—Tienes un distribuidor en EE.UU. ¿Vendes mucho en Norteamérica?
—En realidad no vendo nada. Muy poco, porque el lector norteamericano normalmente lee en inglés y si lee en castellano no lee autores traducidos, es lógico.
—Pero también tenéis autores españoles.
—Pero muy poquitos, Pilar Adón, Sergi Puerta, Pablo D´Ors… pero no funciona bien. ´Donde funciona muy bien en América Latina pero en EE.UU., no. Es nuestro mercado más flojo. Ellos se mueven con un sistema de catálogo y lo difícil es introducirte en él. Tienes que soltar mucho dinero sin saber muy bien a qué apostar. Hay que elegir y eso es difícil.
— ¿De dónde viene tu afición por los libros, quizá de tu familia?
—En realidad no hay ningún editor en mi familia, pero sí hay una clara tendencia a la las artes. Un tío abuelo era poeta cordobés, mi abuelo siempre fue muy “letraherido”, todos pintaban bien. Mis antepasados vinieron de Austria para montar el órgano de la mezquita de Córdoba. Hay como una especie de batiburrillo artístico. Mi madre era muy lectora y me hizo amar los libros desde muy pequeño.
—Pero cuando uno es pequeño, si te gustan los libros lo normal es que uno quiera ser escritor, ¿tú cuándo decidiste que querías ser editor?
—De pequeño íbamos a Hoyo de Manzanares, éramos muchos primos y algunos jugaban al escondite, hacían el cafre; yo me metía debajo de una encina, con 8 años, y con unas hojas me ponía a dibujar tebeos, le pedía a mi padre dinero y me bajaba a una fotocopiadora, los copiaba, los grapaba y los vendía. Yo ya sacaba pasta con la labor editorial.
—Eras el rarito del grupo, seguro.
—Clarísimamente, de hecho sigo siendo el raro de la familia, pero yo vendía periódicos usados. Ya tenía predisposición a los libros, quería estudiar Bellas Artes porque me encantaba dibujar, me encargaban los carteles de las fiestas del colegio, sin embargo estudié Derecho, porque fui a un colegio de curas y me dijeron que era mejor que estudiase una carrera con algún porvenir. Ejercí el Derecho, pero siempre me ha tirado el libro. Conocí a mi mujer, que es escritora, y ya con 30 años decidí dar el salto al mundo de la edición.
—Pero no empezaste con una editorial propia.
—No, yo empecé en varias editoriales pequeñas, alguna de ellas con un catálogo muy errático, me echaron de dos, monté Funambulista, pero al cabo de un tiempo lo dejé por discrepancias con mi socio y fue cuando monté Impedimenta, hace ahora 10 años.
— ¿Por qué Impedimenta?
—Yo la quería llamar Analfi o Gretel, pero en nuestra vida y en la de todos los del grupo Contexto y otras editoriales pequeñas se cruzó un distribuidor, Javier Cambronero (UDL), que nos apadrinó, en contra incluso del criterio de sus jefes. Él nos daba consejos que valían su peso en oro y que sin ellos no estaríamos aquí, sin duda. En nuestro caso el distribuidor fue un aliado. Y el librero también. Esto nos lo inculcó Javier, así como las buenas relaciones con la prensa. Ir a las librerías a conocerlas, invitar a la prensa… Javier descartó mis dos nombres desde el principio y entonces le comenté que tenía una colección llamada Impedimenta y me dijo, “Ese es el nombre”. Yo siempre voy cargado de libros, y pensé que cuando uno se muere, la biblioteca acumulada, que es casi como la vida de uno, tiende a ser desperdigada por los herederos y es una pena, yo pensé que con mi editorial quería aportar a la gente como una especie de canon. Estoy muy obsesionado por las palabras de canon y gusto, quiero dotar a la gente de una serie de libros que les expliquen realmente cómo son.
—Una de las líneas de tu editorial es aquella que difunde “clásicos-modernos” ¿Qué es eso exactamente?
—Son libros de los últimos 40-50 años que no son clásicos porque todavía están en nuestro aquí y ahora, pero que son libros que han dejado huella. Es este tipo de libro que se escribió hace décadas pero que tienen aún vigencia clara. No estamos en el clásico, porque el caladero está esquilmado, sin embargo en el clásico moderno hay muchas cosas todavía por rescatar y reeditar. Es un término que acuñaron los países anglosajones.
— ¿Cómo llegáis a los autores desconocidos, por catálogo de venta de derechos o a través de scouts, agentes, traductores?
—Hay muchos traductores que ofrecen cosas, no siempre de idiomas raros, también de lenguas más accesibles. También hay recomendaciones de algún librero que vende literatura extranjera. Siempre te dejas llevar por la curiosidad. Al final viene cada autor de una manera. Casi nunca me ha venido por una feria, y jamás por una subasta en las que no he participado en mi vida. No voy a servir de instrumento para que alguien suba un precio. Se debería buscar una editorial para cada autor y no caer en ese juego, esa sería la buena labor de un agente, no sacar el mayor beneficio posible.
—Cómo es el “día a día” de un editor, cuando tiene una pequeña editorial, ¿cuál es el precio de la independencia?
—Es la dedicación absoluta, nosotros sabemos que nos vamos de vacaciones y vamos a tener que trabajar dos o tres horas al día. Cuando nos casamos fue un 20 de julio porque es cuando baja la intensidad laboral en este sector. No existe tiempo propio, todo se organiza en función de la editorial. Todos los días me apunto tareas, pero cada día es impredecible porque siempre surgen imprevistos. Y cuando sales de aquí siempre te llevas manuscritos para leer, aunque lo combino con libros de otras editoriales o novelas que me apetezcan.
—De estos 10 años, ¿con qué te quedas?
—Uf, no lo sé, con el catálogo, seguramente. A veces miro con perspectiva y en ocasiones es decepcionante, a veces un libro no funciona bien y te desesperas, pero cuando miras el catálogo y ves los 10 años de trabajo y esfuerzo y lo que se ha publicado en el catálogo…, eso me anima. En una mesa en la que participamos Jorge Herralde, Irene Antón y yo, surgió una idea que no se me va de la cabeza: cuando el editor muere o deja de trabajar, desaparece, pero su catálogo permanece. Me quedo con el catálogo, sin duda, y con los colaboradores, son increíbles.
—Como editor, ¿Cómo te gustaría que te recordaran?
—Yo creo que el sueño de cualquier editor es que alguien te recuerde como el descubridor de un buen autor. Jorge Herralde es el creador de Anagrama y el descubridor de Bolaño, Vila-Matas o Marías. Jaume Vallcorba, por ejemplo, volvió a traer a Stefan Zweig. Al final, las editoriales o desaparecen o las vendes. Yo me conformo con que piensen que gracias a Impedimenta se trajo a Cartarescu, a Stella Gibbons o Penélope Fitzgerald; lo que me gusta es que mis libros gusten a mis lectores.
— ¿Cuál ha sido el libro estrella de Impedienta?
—El que más se ha vendido es La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, pero yo me quedaría con Mircea Catarescu, es un autor rumano que está entre los mejores escritores del mundo. Siempre está en las quinielas del Nobel. Herralde dijo que Impedimenta era la editorial de Catarescu y de unos autores más. Al final te quedas con tu autor insignia.
—Desde tu experiencia, ¿qué le dirías a un pequeño editor que quisiera empezar y también a un gran grupo editorial?
—Al que va a empezar le diría lo mismo que dijo una vez José Luis Sampedro cuando le preguntaron que qué le diría a un escritor que empieza. Él dijo: “Si puede dejarlo, que lo deje”. Si puedes dejar es que no eres escritor porque al final es una labor esclava y vocacional. Yo le diría a todo joven que quiera ser editor que, si tiene otra alternativa, no se meta en esto. Que no meta a su familia, que no se endeude, échale mucha pasión y cree en lo que haces. A un gran grupo le diría que cuiden mejor a sus autores, a veces sacan cosas muy buenas y como no es de un gran y afamado autor las descuidan y caen en el olvido, es una pena. Editan muchas cosas y el catálogo es muy disperso, se pierden buenas obras. Yo creo en los libros que edito y con cada libro hago política de autor. Al final los adelantos no son tan dispares, las ventas son razonables, y los autores se sienten mejor.
—La promoción es importante en un libro, ¿no?
—Es fundamental. El 90% de lo que hace una editorial es comunicación: el aspecto, el contenido, la prensa; el 10% que queda es hacer facturas, creo que es fundamental que exista la sensación de que lo que hacemos es sólido. Todo lo que hacemos es promoción. Me sale de manera natural.
—En el proceso de cambio que está sufriendo el libro, ¿qué es, a tu juicio, lo más inestable?
—Yo creo que la renovación de los lectores, es lo que está siendo más complicado. No sé si es el sistema educativo o qué, pero lo que hay que tener claro es que la lectura es un espacio de libertad. Ahora el entretenimiento es otro, se compite con las RR.SS., y esto es un peligro y un handicap. Ahora parece que se ha vuelto a las librerías y que el libro electrónico se estanca, sin embargo la venta digital de libros sí crece. Los lectores se han reducido y ha cambiado el tipo de lector, ahora los libros no son solo entretenimiento. Hay que mantener a esos lectores. Las estructuras también cambian, los equipos han de ser pequeños y muy versátiles. Hemos llegado en 10 años a lo que antes se tardaban 20 en llegar. La vida va muy rápida y hay que saber adaptarse a todos los cambios.
— ¿Qué es lo mejor que te ha pasado en 10 años?
—Me gusta que los lectores que compran libros en la Feria repitan año tras año. Que los autores te busquen, este es el reconocimiento de que vas por buen camino. Este año sacaremos unos 25 títulos, poco a poco nos vamos consolidando.
—La clave del éxito de Impedimenta ha sido…
—La selección y la estética. Nuestro reto de estos próximos años es separar la línea gráfica y la línea literaria sin dejar de ser Impedimenta y también simplificar, no perdernos, seguir nuestra línea editorial.
— ¿Cómo te gustaría que te recordaran a ti y a la editorial?
—Como una editorial cuyos libros les han emocionado, y a los editores como buenos recomendadores de grandes historias.