Por Laura Isabel Rivera
Aunque Ricardo Camacho, fundador y director del Teatro Libre, quería ser futbolista, siempre sintió pasión hacia el teatro. Con los años su profesionalismo y su trabajo se volvieron memorables, y es por eso que acaba de ganar el premio Vida y obra del ministerio de Cultura.
Aún así, Camacho es pesimista. Dice que el teatro en Colombia ha estado siempre en crisis, que no existe un apoyo real del gobierno y que actualmente pululan las academias, de las que se gradúan jóvenes que no son conscientes de lo difícil que es la profesión. También dice que no hay tradición teatral en el país; que 40 o 50 años de recorrido no es mucho si se compara con el de países de la región, cuya historia teatral se remonta al siglo XVII. Y sin embargo, al teatro terminó dedicándose de lleno.
¿Me podría contar un poco sobre la historia del Teatro Libre?
Cuando estudiaba Filosofía y letras en la Universidad de Los Andes yo ya tenía la goma del teatro, y con el auspicio del maestro Antonio Roda, que fue como un mentor para mí, empecé a preguntarles a algunos compañeros si querían hacer teatro. Efectivamente quisieron e hicimos un grupo de la universidad. Muchos de los que empezaron ahí trabajan conmigo todavía.
Con ellos hice teatro durante toda la carrera y, al terminar, todos sabíamos que queríamos hacer teatro de manera más profesional. Aparecieron personas de otras partes, como de la Universidad Nacional y la Escuela de Teatro del Distrito, y con todas ellas nos juntamos para formar el Teatro Libre, sin pretensiones de que llegara a ser una entidad cultural. Era simplemente un grupo para hacer teatro.
¿Por qué no estudió Teatro?
Facilísimo, porque aquí no había cómo. Había una Escuela Nacional de Arte Dramático que era informal. Tú podías entrar ahí a los siete u ocho años, y no tenía utilidad universitaria, no era seria. Yo ni siquiera consideré eso. Había otra escuela que era la del Teatro del Distrito que no funcionaba. A veces la cerraban, era un caos total. Decidí estudiar Filosofía y letras porque me parecía que era más importante tener un bagaje cultural. Vine a estudiar Teatro después, cuando me fui a Inglaterra, aunque en ese entonces yo ya hacía teatro.
Usted amaba el fútbol cuando era joven. ¿Cómo fue ese salto del deporte a las artes dramáticas?
Yo jugaba fútbol todo el día y me encantaba. Me fui a probar suerte a Millonarios cuando estaba en el colegio, porque siempre he sido un hincha frenético. Eso es un problema, es como tener diabetes. Pero bueno. En la escuela me dijeron: "Chino, si quiere jugar aquí está bien, pero tiene que entrenar por la mañana". Como yo estaba en el colegio, hasta ahí llegó mi sueño. Seguí jugando pero descarté la posibilidad de hacerlo profesionalmente. El teatro ya me gustaba, entonces unas por otras.
¿Cómo ha sido la evolución, en su trayectoria, desde la primera obra que dirigió?
Lo primero que dirigí fueron tres obras cortas de Antón Chéjov y una adaptación que hice de un cuento de Vargas Llosa, "Un visitante", y las monté con el grupo de la Universidad de Los Andes. Con eso participamos en el festival de teatro universitario que había en esa época. Pero sobre mi evolución lo que hay que decir, y esto incide directamente en mí, es que en Colombia no hay tradición teatral. Cuando uno sale del país y va a otro que sí tiene una tradición, como es el caso de los países europeos, uno siente un choque violento. Incluso Argentina, Chile o Uruguay tienen una mayor tradición, para no ir tan lejos. Aquí no hay tal por una razón muy concreta: no hubo una inmigración europea, como la hubo en los países del sur o en México. Aquí empezamos con las uñas. Sin embargo, yo estudié en el Liceo Francés y los profesores tenían un grupo. Ahí empecé a ver teatro y me fascinó. Paralelamente, vino al país [el dramaturgo] Santiago García, que llegaba de haber estudiado en Europa, y trajo la vanguardia del teatro europeo y norteamericano. Acá no había nada, había un teatro costumbrista. Con García empecé a ver los clásicos contemporáneos, y así fue como me lancé. Yo era como un ciego guiando a otros ciegos, pues no tenía formación, pero sí la pasión y el instinto. Duré mucho tiempo haciendo las cosas así. Ahora es diferente, tengo más experiencia, aunque siempre que empiezo un nuevo proyecto siento que estoy en ceros.
¿En Colombia hay una escena teatral consolidada?
Aquí hasta ahora se está empezando a hacer teatro, esa es la verdad. En la vida de una persona, 40 o 50 años es mucho, pero en la vida de un país eso no es nada. El teatro en Colombia empezó apenas en la segunda mitad del siglo XX cuando Rojas Pinilla inauguró la televisión. Ahí fue que se dieron cuenta de que no había actores. Pero, por ejemplo, en México hay teatro desde el siglo XVII.
¿Qué cree usted que puede ayudar a que el teatro tenga más protagonismo en Colombia?
Las artes representativas no subsisten sin una ayuda del gobierno, un subsidio importante. En ese sentido, el Estado cumple un papel primordial con la música sinfónica, por ejemplo, porque es imposible mantener a las grandes agrupaciones a punta de taquilla. Pero el Estado también debería subsidiar, no totalmente pero sí de una manera representativa, al teatro. ¿Cómo es posible que en este país no haya una compañía nacional? Costa Rica, Uruguay y muchos otros países cercanos tienen una con actores muy profesionales. Tienen temporadas de funciones muy serias. Aquí no, y eso es inverosímil. Ahora hay una industria que se está desarrollando cada vez más, pero falta apoyo. Sí que falta.
¿Cómo está la situación para las nuevas generaciones que se interesen en la actuación como profesión?
Eso es muy sencillo: nadie vive en Colombia del teatro. Todos los actores, con excepción de algunos de televisión, tienen otro trabajo. En gran medida, el teatro sigue siendo una actividad vocacional. Lo más importante es la pasión y que la gente piense en vivir para el teatro, no del teatro. Actualmente, hay una proliferación de academias y estudios, pero las oportunidades de trabajo no son muchas. Aquí sobrevive el que tiene una pasión tremenda; pasión y talento. De 30 que se gradúan, solo uno es exitoso... Y eso. Lo que pasa es que muchos jóvenes no lo aceptan. La cosa está peor ahora con la moda de los "actores naturales" que se consiguen en gimnasios y en pasarelas de moda. Entonces, un actor que se clavó cuatro años estudiando llega allá pero no es bonito y pues... Se jodió.
¿Qué impacto tiene en el Teatro Libre el premio Vida y obra que le fue otorgado hace unos días?
Ese premio no es para mí. Es decir, sí tiene mi nombre pero yo hago parte de un grupo. Ese premio realmente va dirigido a todos los del teatro y el premio es una muestra de toda nuestra trayectoria. Evidencia lo mucho que hemos crecido.
¿Qué cree usted que le falta por hacer?
En lo personal... Ver si Millonarios sale otra vez campeón. En lo profesional, me gustaría hacer una serie de obras que admiro y buscar promover a los actores jóvenes que trabajan conmigo. Ahí hay todavía mucho que hacer.
Especial para la Revista Arcadia