Alicia en el País de las Maravillas, novela del matemático y fotógrafo Charles Lutwidge Dogson, revelado al mundo en –forma de escritor inglés- como Lewis Carroll, ve la luz pública en el año 1865. Nace la “extraña” historia durante el Siglo XVIII europeo, acunado entre niebla y frío y... ráfagas de silencio. Era la época cuando partían cabizbajos los robles de Sherwood... caminaban al albur de su peregrinar constante, de su ir interminable. Iban como soldados en derrota hacia los linderos del sueño. Para el arte y la literatura mundial fue una centuria ambulante entre el Barroco que declinaba en su “estación de filigranas doradas”, allende la nostalgia por la lejanía del Renacimiento y su legado perenne, y - quizás- se vislumbraban en las visiones de las hechiceras, Las Vanguardias, que germinarían en la esperanza de una madrugada, amparadas en los intrépido soles creativos del porvenir artístico.
Desde la génesis de su edición –pagada con recursos propios del escritor- se convierte Alicia en el País de las Maravillas en una obra referente (necesaria) de la literatura –infantil- de todos los tiempos. Podemos decir, sin ruborizarnos, que para los lectores niños y adultos, es: ¡La suprema fábula! Sin que este sea un imperativo tasado en la búsqueda y en el hallazgo de -una sola moraleja-, sino en el encuentro de una cosecha, en bonanza, de ellas. Crea, el autor de Daresbury con su novela, un vértice literario entre la palabra –fabulada- del pretérito, del presente... y del futuro, que no desconoce el nacimiento hindú de la fábula y su posterior trasegar por Persia, Arabia, Grecia e Italia. Quizás, sin pensarlo, Lewis Carrol, aprehendió lo anónimo-inédito de los fabulistas que le precedieron: Esopo, Fedro, La Fontaine, Samaniego o Iriarte... y otros. Este autor –algebraico- con un lenguaje escueto y sincero, nos conduce a través de las páginas oníricas en una performance que navega entre la -realidad verdadera- y la -fantasía milagrosa-.
Sólo en los inicios del Siglo XX en Suiza, Francia y luego en Yugoslavia, Rumania, se habló de la posibilidad de crear con lo literario y lo pictórico y la fotografía: sueños verdaderos y ficción-ados, que van más allá de lo soñado durante el sueño natural... en el dormitar cuotidiano del Hombre. Apollinaire fue quien acuñó por invento el término “surréalisme”, que posteriormente apareció publicado en una revista de París. Se dio inicio al Surrealismo como ismo (Movimiento) con base en un soñar despierto y un soñar dormido desde el ámbito creativo. ¿Qué decir, de Breton, Ernst, Tanguy, Tzará, y los demás fundadores, si consideramos que son -los primeros surrealistas-? Son estos creadores los encargados de narrar la “pesadilla social” padecida por la comunidad europea de su tiempo (inicios del Siglo XX) en una admonición al improperio y la ignominia y la miseria y la guerra y la muerte. ¿Se puede colegir entonces que Carroll no es surrealista porque este Movimiento aún no existía... ni se vislumbraba en la edad primaveral de Alicia en el País de las Maravillas? Si la novela Alicia de Lewis Carroll, más que la paradoja, más que la metáfora, más que la irrealidad, más que el símbolo, es la queja... frente a una sociedad con las mismas vivencias y condiciones ambulantes entre víctimas y aprovechados que conoció el autor en el mundo británico de su correspondiente siglo. Así como conoció Verlaine (coetáneo de Carrol, pero en otro lugar) “las delicias” de la época parisina donde abundaban la prostitución y la tisis y la gente muriendo en las calles y los jóvenes sin esperanza enseñando frentes fruncidas bajo la luz de los faroles y las ruidosas hecatombes de los trenes en desahucio. Incluso, yendo por el tiempo secular, muy anterior a Lewis Carrol; y según Salman Ruhsdie, quien nos “plantea” que la India “medieval” era –surrealista- bajo la creencia que tenían los hindúes que si navegaban, llegarían al final del océano y sus incipientes barcas caerían con las aguas al -pozo profundo- donde todo lo vivo, anegado, perece.... y las embarcaciones también. Creo, si asumo por deducción, con base en lo dicho por el escritor de Bombay, que: ¡En el pozo eterno, el óxido muere!
¿Es Lewis Carroll, escritor, el creador de –otro- sueño? O el sueño, ¿lo creó -a él de carne y hueso- desde el vientre de la novela fantástica de Alicia? Antes del Primer suspiro –del Hombre-, Alicia ¡niña y viva! jugó a la inocente apuesta en la baraja del destino. ¡Ella... era niña: mujer y muñeca! Una caída infinita por una madriguera la perdió de su bitácora existencial. Vivió la ambivalencia de no saber si descendía... o ascendía. Sucedió –lo incierto- en un paraíso de otra estirpe... una región anónima y escondida llamada: ¡País de las Maravillas! En mitad de una “congregación de animales con voz y discusión y decisión” apostó asumiendo consecuencias. Los arco iris de la media noche sabían de las migraciones de animales –no humanos- que escondidos en los jardines y los pinares, hablaban en corrillos del antagonismo hacia lo monárquico y lo gubernamental. Unos obedientes, otros rebeldes. Un hongo sanador de las profundas heridas, le otorgó a la desconcertada muchachita, visiones resplandecientes. La proveyó de formas y estaturas y aromas. Las cartas del naipe español -que según la novela recalaron en algún lugar británico-, durante una Era sin nombre, son las forjadoras de las monarquías con reyes injustos... y tal vez perversos, con una reina sibarita y regañona.
El tiempo sideral guardado en un reloj-planeta encumbrado sobre el cielo de un país particular es el símbolo de la eternidad. Un conejo blanco más grande que el universo, dueño de la pureza y la virtud y lo creado, se creyó omnipotente dios... y lo fue. Con singular gesto bendijo los jardines, y de un canasto que llevaba, sacó la sorpresa iluminada del neón, y le regaló un sábado al atardecer, las gamas de los colores a las flores. Sucedió a los ojos que fueron comunal testigo: el nacimiento de las policromías y de las primaveras y de los carnavales. Hubo fiesta en la campiña. El gato mira desde el corazón del crepúsculo el baile de los colibríes y las mariposas, y calcula la embriaguez bonita de las libélulas vecinas de la fuente palaciega... y descubre que son seguidoras de la música viajera de los arroyos. Alicia en el País de las Maravillas –novela- tiene el prodigio de poseer un inmenso caudal de magia. Leerla es ir silaba tras silaba por las rutas conductoras al asombro. Así como van saltando sobre las piedras el sombrerero y la sota que no recuerdan las tristezas padecidas sino los agradables augurios de la sonrisa. Nosotros, lectores, nos enteraremos a través de la imagen nuestra que vemos dentro del espejo, si somos capaces de sonreír... de ser felices, tal lo hizo la infantil protagonista en desvarío. Una niña llamada Alicia nos invita a despertar de ¡otra manera...! ¡Vamos de paseo matutino por el País de las Maravillas! Que nadie falte a la hora de la merienda. Nos espera Lewis Carroll. Esta vez no habrá admonición al instante de soñar. Solo abrazos encontraremos en la leyenda de la fábula. Es el pregón de una paloma que lee el recado escrito en el rostro de una esquela.
Jesús María Stapper
Especial para pijaoeditores.com