Por Daniel Ferreira
El Espectador
Lo que demuestra la discusión y repercusión que ha tenido entre el gremio, es el peso que tienen los funcionarios en las decisiones culturales que configuran lo que “Debe ser” la cultura colombiana y las relaciones ambiguas entre intelectuales y creadores frente al poder cultural. La burocratización de la cultura en ministerios y secretarías produjo que los creadores fuesen sustituidos por gestores culturales. Esos gestores, familiarizados por el travestismo electoral, ocupan los cargos culturales de las principales dependencias tras ser aceptados como cuotas políticas por los partidos en el poder. Ese sistema perverso de politiquería cultural desata un enfrentamiento en centro y provincias sobre la administración de las partidas que el gobierno destina a cultura y las formas de administrar los recursos.
El enfrentamiento de hoy parece ser entre mujeres que escriben y funcionarios que toman decisiones (que las excluyen por razones ajenas a ser mujeres, a juzgar por el comunicado del Mincultura con respecto al tema). Pero lo que ha avivado la discusión es la participación de intelectuales que cuestionan la legitimidad de los funcionarios que toman las decisiones.
Esos intelectuales hipócritas que cuestionan la labor de los “patriarcales” funcionarios también han ocupado cargos con poder desde medios y facultades desde donde han ejercido tanta o idéntica exclusión ya no por políticas diferenciales como por sesgos de clase, raza, lengua, grado de escolaridad donde afloran los conceptos de bajacultura-altacultura que es el corazón del elitismo cultural colombiano. Los que nunca podrán siquiera participar en las discusiones de los poderes culturales seríamos para ellos algo así como los “sin cultura”. Es decir casi todos los que observamos desde fuera de cualquier foco de poder.
Hay muchos escritores que no fueron invitados a Filbo, a Fiesta del libro, a Oiga Mire Lea, a la red de ferias de La Cámara Colombiana del Libro, no solo a Francia, y cuya obra los situaría en la primerísima línea de la literatura del nuevo siglo, pero no están fuera por su género sino porque estas obras no serán tenidas en cuenta ni por las revistas editadas por egresados de Los Andes y Javeriana ni por doctorados en facultades norteamericanas y menos por los mercaderes de la literatura y los comisarios culturales de ministerios y secretarías.
La política diferencial en literatura haría que te inviten a un evento porque eres escritora mujer y no por tu obra, lo que resulta peor humillación que no ser convocada.
Sería absurdo pensar que la historia de la literatura la van a decidir los egresados de una maestría de escritura creativa o los funcionarios de un ministerio. Por eso un sindicato o parlamento de escritores (de todos los sexos y todas las formas) sería una buena forma de empezar a cuestionar el sistema de premios y de exclusiones y de medios que están tomando las decisiones culturales referentes a la literatura que se hacen con plata pública. Un sindicato de egos es lo más difícil de convocar, pero si lo consiguieron gremios más ruines, los que hacen cine degollando las vanidades, y los maestros inspirados por sus escalafones, y los obreros que lograron las 888 de la jornada laboral, ¿por qué no se puede unir para cuestionar estos abusos a la cenicienta de la cultura que ha sido siempre la literatura?