Por Mercedes Alvarez Foto Alejandro Ernesto.
Revista Ñ
Belén Gopegui se define como alguien que creció en la introversión. Se prodiga poco en entrevistas, pero mucho en libros. Publicó, entre otras, las novelas La escala de los mapas, La conquista del aire, Lo real, El Padre de Blancanieves y El comité de la noche. Quédate este día y esta noche conmigo acaba de editarse en Argentina, que visita invitada por FILBA y el CC de España. Antes de su llegada a Buenos Aires, contestó por mail algunas preguntas.
– ¿Cómo surgió esta serie de novelas que reflexionan sobre la realidad, la política y las posibilidades de un cambio y que empezó con La conquista del aire? ¿Lo planeó o es producto de una “íntima orden de batalla”?
–Gracias por traer aquí las palabras de Clarice Lispector, a quien leí con fervor. Íntima orden de batalla es una expresión de esas que dan valor y calman. Hoy no sé si la asumiría. Tal vez porque la intimidad, como las redes parece poner de manifiesto, “es una cosa práctica y relativa”. Aunque se la suela considerar un recinto sagrado, lo atraviesan miedos y deseos ajenos. La intimidad, en cuanto fortaleza habitada, se encuentra a veces a la intemperie. En las novelas trato de argumentar, en muy diferentes circunstancias, una respuesta a la realidad en que vivimos a través de una historia y unos personajes.
– ¿Siente que hay autores en España que trabajan o han trabajado en el camino en que usted lo hace?
–Mi manera de entender la narrativa es diferente a la de la mayor parte de la crítica, que prefiere establecer subconjuntos: aquí lo social, aquí lo metaliterario, aquí las pasiones intensas, etc. Por eso, aunque en los últimos años y como consecuencia de la crisis económica se ha despertado un mayor interés por las tensiones que se suceden en el interior de una sociedad como la española, creo que esto no tiene demasiado que ver con la forma de escribir. Me veo cerca de autoras y autores que en principio parecería que no trabajan las tensiones políticas pero que sí lo hacen, digamos Luis Magrinyà o Natalia Carrero, por dar dos ejemplos.
– ¿Y fuera de España? ¿Qué piensa de ciertas obras de ficción social como Sumisión de Houellebecq, donde el protagonista, a diferencia de los suyos, es un sujeto pasivo de la historia?
–No he leído al último Houellebecq, leí con interés sus primeras novelas pero llegó un momento en que me pareció que ya no estaba añadiendo nada a su relato de la posmodernidad, esa idea de que si bien el sentido de la vida estaría, según su criterio, en que cada sujeto pueda decidir su vida a partir de un proyecto generado por el deseo personal, al mismo tiempo el hecho de que la realidad social ponga constantemente límites a su deseo genera infelicidad, angustia y un resentimiento sin salida. Lo que viene predominando, no sólo en las obras de ficción social, sino en varias obras “sociales” a secas, es una poética narrativa en la que sobresale un yo existencialista y en las que el pesimismo se convierte en actitud estética.
–El Tribunal Europeo acaba de fallar a favor de un trabajador rumano despedido por Google, y en contra de la intromisión de la empresa en la vida privada de los trabajadores. Quédate este día y esta noche conmigo, su última novela, trata un tema afín. ¿Cómo se documenta para su ficción?
–Los caminos por los que te lleva la escritura son impredecibles, y me parece útil conocer de manera previa el paisaje. Graham Greene hablaba de reconocer los signos del terreno para poder, si no predecir, sí deducir por dónde seguirá la acción.
–¿Tiene la esperanza de que sus lectores pasen a vivir la historia a través de la lectura de sus libros, así como algunos de sus personajes lo hacen luego de leer a determinados autores, por ejemplo a Simone Weil?
–Frente a la lectura global de la industria cultural, la publicidad, los medios de comunicación, la política, la autoayuda, según la cual cada individuo puede escoger, de algún modo, su destino, otras narraciones cuentan que en la mayor parte de las vidas no es así, que a veces se puede elegir al enemigo y otras veces ni siquiera esto. La invención es una forma de organización y, como se dice al comienzo de El comité, si el poder de una historia tiende a ser ínfimo, lo cierto es que también resulta incontrolable. La historia social o personal no deja de aparecer como una narración de narraciones, y la novela encuentra ahí un pequeño lugar.
–Hace un uso magistral del narrador testigo. Sus personajes parecen encontrar su destino al contar la vida de otros. ¿Cree que las historias de resistencia deben ser contadas, y preservadas para no ser destruidas?
–Sí, aunque también me importa decir, siguiendo con Simone Weil, que no basta con contar las historias, que las derrotas borran vidas, cuerpos, civilizaciones, que recordar a las personas y colectividades derribadas por el abuso es necesario pero nunca es consuelo.
–En El comité de la noche, Alex llama a su padre y a su madre “mis madres”. Ella dice que no debería haber diferencias entre “padres” y “madres” ya que el género de todas formas falsea la existencia de un hombre y una mujer en ese plural, pero no puedo evitar pensar que hay un significado más allá. Una de sus novelas se titula El padre de Blancanieves. Un padre que está, por ende, ausente.
–Cada novela es distinta, en El padre de Blancanieves aludía al grupo social que se describe a sí mismo como clase media y que, como en el cuento, sabe pero no actúa y, en esa medida, permite.
–En Lo real, Irene dice: “No es en la competencia ni en la corrupción ni en la mentira donde se asienta nuestro modo de vida sino en la bondad”. ¿Podría ampliar un poco esta idea?
–Creo que Irene se refiere a la convicción, expuesta por César Rendueles, de que los privilegios legítimos son aún peores que los espurios, y que las desigualdades sociales son en sí mismas degradantes, para quien las disfruta y para quien las padece. Da igual que sean un castigo a la pereza o una recompensa a la lotería genética, lo cierto es que impiden vivir una vida, vale decir, honorable, y en comunidad.
– ¿Cómo fue leída en Argentina?
–Si bien hay puntos en común con nuestra realidad, partimos de un escenario mucho más frágil a nivel político, social y económico. En Argentina he encontrado buenas lecturas de mis novelas. Mi impresión es que la literatura argentina dedica mucha más inversión –personal, de autoexplotación y con talento– a lo que en ciencia se llamaría investigación y desarrollo. Los textos buscan subvertir e innovar porque hacen falta nuevos caminos. En la española diría que este aspecto está más descuidado, no veo demasiado riesgo y el riesgo, en momentos de estrés social como este, es necesario.