Cuando en 2009, este ameno e ilustrado escritor y periodista libanés, miembro de la Académie Française, publicó “El desajuste del mundo” advirtió de la posible desaparición de “La ilustración”, aunque mantenía la esperanza de que las nuevas generaciones evitaran el naufragio y así lograran preservar “la grandeza y la hermosura de nuestra civilización” por la vía de construir una “civilización común” pues la alternativa es naufragar juntos “en una barbarie común”. Ahora, en su último opus (2019) nos narra episodios -algunos de ellos vividos por él en Teherán, Nueva Delhi, Adén, Nueva York, Praga, Addis Abeba- que encadenados contribuyen a conocer la “historia” de cómo avanzamos hacia la destrucción de las conquistas civilizatorias de la humanidad. Por sus páginas desfilan líderes del Oriente Medio en diferentes etapas de la historia contemporánea en cuyas manos se han diluido oportunidades para evitar caer en la trampa del retroceso y el fracaso en el propósito de construir entendimiento, armonía y paz en el mundo.
Antes de entrar a comentar esta obra, hay que tener en cuenta que a raíz de la Primera Guerra Mundial y del Tratado de Versalles (1919), que repartió el antiguo Imperio otomano, se prometió, a propuesta del Reino Unido, asignar un “hogar” al pueblo judío en Palestina. Veintiocho años más tarde la ONU partió dicho territorio en dos y se erigió el Estado de Israel lo que, al año siguiente, provocó la guerra con los árabes. Desde entonces, no ha sido posible establecer el equilibrio de poder en el Levante, conflicto en el que los Estados Unidos han sido aliados incondicionales de los israelíes.
A mi parecer, los temas más sobresalientes de la deriva civilizatoria descrita de forma amena y a la vez apasionante por Amin Maalouf son los siguientes:
I. Los logros de la civilización levantina –“paraísos perdidos de mi infancia”- que no evolucionaron en la vía constructiva, sino que, a partir de la guerra árabe-israelí en junio de 1967 se sustituyeron principios y valores comunes y universales como la dignidad, la igualdad, como brújula ética de derechos políticos y culturales, la libertad de culto, y fueron reemplazados por valores identitarios en los que las personas se agrupan según sus particulares identidades o creencias. El ejemplo por excelencia es el de las religiones y sus sectas acomodadas a los intereses de grupos étnicos o castas. Identidades que en lugar de servir como sellantes actúan como “cementos falsos” que fragmentan, emponzoñan y desintegran la sociedad, las más de las veces de forma irreparable. En los identitarios prevalece la percepción del ser humano sobre sí mismo.
En cuanto a los comunitaristas que piensan y viven a imagen de su comunidad, como en Pakistán donde “ha llegado a algo así como un paroxismo desaforado, les bloquea el sentimiento de pertenencia a una nación por cuanto en ellos se imponen los valores de intolerancia del grupo”. Precisa añadir una referencia a la guerra de disolución de Yugoeslavia (1991-2006) y las atrocidades en Croacia, en la provincia serbia de Kosovo y en Bosnia-Herzegovina. El resultado de esta doble deriva: el islamismo político que se ha constituido en una amenaza real en todo el planeta que obliga a erigir la seguridad como prioridad colectiva e individual con lo que el principio de libertad ha sido relegado.
Escenario totalmente contrario a la convivencia de las diferentes religiones en el campo de la política como llegó a darse en el Líbano donde se repartieron entre ellas los altos cargos: El presidente de la República un cristiano maronita; el del Consejo, un musulmán sunita; el del Parlamento, un musulmán chiita. Además, paridad exacta entre ministros cristianos y musulmanes. Representación proporcional también en el poder legislativo y en la función pública. El autor nos recuerda que Nasser, el gran líder egipcio, era sunita, secta mayoritaria, y estaba casado con una chiita “pero por entonces eso no le importaba a nadie…La antigua hostilidad entre las dos ramas principales del islam parecía pertenecer al pasado… (Las bodas en el Líbano) eran incluso muy numerosas entre musulmanes y cristianos.” En busca de la revancha, Sadat con el apoyo de Rusia intentó la nacionalización del Canal de Suez en octubre de 1973, pero Israel de nuevo logró la victoria que llevó a Anwar el-Sadat, sucesor de Nasser, a renunciar a la guerra y firmar un acuerdo de paz.
Esos y otros sucesivos episodios dieron al traste con la cultura de convivencia: la invasión de la región por los israelíes a la par de las injerencias árabes que diezmaron el país durante tres décadas, a lo que hay que sumar las guerras intestinas que dejaron cientos de miles de víctimas y la economía destrozada. Tal el caso que se conoce como la guerra del Líbano (1975-1990) que le lleva al exilio con la convicción de que “todos los sueños de mi Levante natal ya estaban muertos o agonizaban. Los árabes habían caído en la trampa de sus derrotas y los israelíes en la trampa de sus conquistas, y todos eran incapaces de salvarse.”
En 1976, Maalouf se refugia en Francia donde seguirá atento el devenir de las civilizaciones camino del naufragio. Allí se consagrará como un gran humanista que batalla, con mucha objetividad y apreciable nostalgia, por la prevalencia de principios y valores que propician el reconocimiento de la igualdad entre nosotros y los otros.
El autor anota que “si aquellas experiencias levantinas hubiesen tenido éxito, si hubiesen podido brindar modelos viables, las sociedades árabes y musulmanas habrían podido evolucionar de forma diferente. Hacia menos oscurantismo, menos fanatismo, menos quebranto, menos desesperación… Quizá, incluso, la humanidad entera hubiese ido por otro camino que este de hoy, que nos lleva directamente al naufragio.”
II. Las “revoluciones conservadoras de 1979” que tuvieron lugar en diferentes escenarios y con diversas motivaciones, aunque dentro de un mismo fondo, la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Soviéticas -URSS. El primer suceso se da cuando China invade el 17 de febrero de 1979 el territorio de Vietnam y tres semanas después hace saber que tiene vía franca para continuar hacia el sur, pero que no lo harán pues lo que Den Xiaoping quería enseñarles a los vietnamitas era que la URSS no saldría en ayuda de su aliado, lección preocupante para Moscú y estimulante para Washington.
El segundo, denominado la “trampa afgana” fue el resultado de una operación secreta urdida por la CIA que culmina con la invasión de la Unión Soviética a Afganistán y que al decir del asesor del presidente Carter le daba a Estados Unidos “la ocasión de proporcionarle a la Unión Soviética su guerra del Vietnam” (en referencia a la derrota de Estados Unidos en esa confrontación).
La tercera, de gran trascendencia, es el ascenso del ayatola Jomeini a la jefatura del Estado iraní como resultado de la revolución islámica en febrero de 1979. A lo que hay que añadir la toma de la embajada de Estados Unidos y de rehenes por parte de estudiantes en Teherán el 4 de noviembre. Dos semanas más tarde, grupos de yihadistas sunitas de Arabia Saudí invaden la Gran Mezquita de La Meca, reconquistada en una batalla sangrienta en la que mueren varios centenares de combatientes, son decapitados 68 rebeldes y otros emigran hacia Afganistán. Entre ellos, Osama Bin Laden que crea el grupo de Al Qaeda como núcleo del militantismo radical sunita con proyección internacional.
La cuarta, de impacto global, se da en el Reino Unido con el triunfo de la conservadora Margaret Thatcher en mayo de ese mismo año y la entronización del neoliberalismo o neoconservatismo -previamente experimentado por Friedman en Chile bajo la dictadura de Pinochet- que será secundado por Reagan en Estados Unidos cuando en enero de 1981 toma posesión de la presidencia de los Estados Unidos, día en el que son liberados los rehenes de la embajada de Teherán, hecho que hizo suponer complicidad entre los ayatolas y el líder republicano durante la campaña electoral.
Como bien lo anota el autor, las prioridades en cada uno de los casos eran distintas “pero existía entre ellos una convergencia innegable, ya que el objetivo último de los tres (Xiaoping, Thatcher y Reagan) era construir una economía más dinámica, más racional, más productiva y más competitiva”. La conversión de China a la economía de mercado sepultó la teoría del socialismo científico, con lo que el gran ganador – “como boxeador capitalista”- de las revoluciones conservadoras ha sido China.
Cabe recordar que en los años setenta se dan dos hechos que causan sendas crisis globales: el fin de la convertibilidad de la moneda en oro (agosto 15 de 1971) que establecía tasas de cambio fijas (Bretton Woods 1944) y la crisis del petróleo que igualmente alteró la geoeconomía de forma sustancial, empoderó a algunas naciones del Oriente Medio lo que, en concepto de Maalouf, produjo un cambio radical en el equilibrio de fuerzas y tendió sobre “el mundo árabe -y desde él sobre el resto del mundo- algo así como un nubarrón de oscurantismo y de retroceso.”
Tales crisis hicieron perder confianza en la intervención del Estado en la economía y en la política social que se había fraguado durante la postguerra y florecido en la adopción de la social democracia por la gran mayoría de países europeos. También abrió el camino a la crisis del socialismo real soviético, el marxismo, que se había posicionado como el albergue seguro de los de su respectiva nación, trascendiendo así a una identidad amplia: . Quizá por ello se habló del marxismo como una religión universal a la que varios países levantinos adhirieron.
III. El final del enfrentamiento entre comunismo y anticomunismo -la guerra fría- a finales del siglo XX. Este hito, mirado de forma retrospectiva, dejó en el momento como dueño del mundo a los Estados Unidos. Visto ahora con ojo crítico se le imputa que no supo “aprobar el difícil examen que les había puesto la Historia…fueron incapaces de fijar un nuevo orden mundial, incapaces de asentar su legitimidad como e incapaces de preservar su credibilidad ética, que está probablemente más baja hoy que en ningún otro momento de los últimos cien años. Sus adversarios de ayer han vuelto a ser sus adversarios, y sus aliados de ayer no se sienten ya realmente aliados suyos”. Sin embargo, no hay que olvidar que la extinta Unión Soviética era, y sigue siendo, gran potencia militar nuclear y que la idiosincrasia del pueblo ruso es la propia de los pobladores de un Imperio.
Entre esos aliados, Europa, continente cuna de la civilización occidental y de la revolución industrial, también ha jugado a la baja, ha perdido la oportunidad de consolidar el gran experimento moderno de unidad entre casi treinta naciones con diferentes relatos, lenguas y culturas. En lugar de avanzar hacia una confederación de Estados, acaba de producirse la deserción del Reino Unido, y en lugar de infundir el sentimiento de ciudadanía europea a las sociedades de los respectivos países miembro, ha consolidado una tecnocracia ajena a la voluntad democrática y a la responsabilidad de rendir cuentas a los ciudadanos.
Además del recorrido histórico del naufragio de las civilizaciones, Maalouf nos deja el sabor agrio del agotamiento de la ideología progresista o de izquierda que ya no tienen otro objetivo que “la conservación de lo conseguido”.
Néstor Hernando Parra
Especial Pijao Editores