¿Jugo o salsa?”, le preguntaba una vez a la semana a Philip Roth un mesero de la cafetería Valois, en Chicago, tras servirle una ración de roast beef. Corría 1956 y él, recién licenciado del Ejército, se pasaba el día estudiando o escribiendo en su Olivetti. Había publicado cuentos en revistas, pero aún no enojaba a ningún rabino con sus textos, su especialidad.
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Una noche tormentosa fue a Valois por su cena de tres dólares, optó por jugo para su roast beef y se fue a una mesa vacía. Pero no estaba del todo vacía: había una hoja de papel con un largo párrafo mecanografiado. Alguien la había abandonado u olvidado. Rápidamente, Roth se dio cuenta de que era un texto literario y, también, de que ninguna de las 19 frases que lo componían tenían relación entre sí. Quedó tan intrigado que se la llevó.
Confundido, lo leyó innumerables veces intentando encontrarle un sentido. En algún momento entendió que, en realidad, esas 19 frases eran una lista de tareas. “Lo que acabé comprendiendo fue que estas eran las primeras frases de los libros que me había correspondido escribir”, contó Roth en una charla en el tradicional Lotus Club de Nueva York, en 1994.
Si es verdad todo lo que dijo en esa velada, lo que hizo fue una enigmática revelación, pues informó que fue desde esa hoja, hallada en un restaurante de Chicago, en 1956, de donde salieron las primeras frases de los 19 libros que escribió en los años sucesivos, desde Goodbye, Columbus (1957) a Operación Shylock (1993). “Desde 1994 hay una pequeña cruz al lado de cada frase en ese trozo de papel, cuya existencia ha sido un secreto que nunca había contado a nadie”, añadió.
En la charla, Roth leyó la hoja encontrada y, es cierto, se puede revisar, ahí están las primeras líneas de todas sus novelas. Por supuesto, no hay forma de comprobar que esa noche el autor no estuviera jugando, una vez más, a mezclar realidad y ficción. Lo descabellado sería creer que hubiese hablado en serio, en vez de aceptar su alocución como una ironía sobre el origen azaroso de la literatura. Pero el texto, que se llama '¿Jugo o salsa?', hoy está en ¿Por qué escribir? , un volumen de ensayos, discursos, entrevistas y escritos de no ficción que el mismo Roth organizó.
Y el prólogo del libro termina con una declaración absoluta: “Aquí estoy, fuera de los disfraces e inventos y artificios de la novela. Aquí estoy, desprovisto de trucos de prestidigitación y despojado de todas esas máscaras a las que he conferido tanta libertad imaginativa como he sido capaz de reunir como escritor de ficción”.
Publicado originalmente a fines de 2017, ¿Por qué escribir? fue el décimo volumen que la canónica colección de Library of America le dedicó a Roth. El mismo escritor escogió sus contenidos, fechados entre 1960 y 2013, casi todos antes publicados o leídos en ocasiones públicas, pero también incluyó uno que otro inédito terminado en días en que ya había anunciado a todo quien quisiera escucharle que estaba retirado de la literatura.
Fallecido el 22 de mayo del 2018, a los 85 años, Roth fue una figura titánica de la cultura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX: admirado y controvertido, hizo de su obra una plataforma de rebeliones políticas, culturales y morales, recurriendo a las contradicciones de la historia de su país como sedimento de sus novelas.
De cierta forma, en ¿Por qué escribir? están las bambalinas de esa trayectoria, pero también el volumen es una explicación de su credo: la ficción.
Dividido en tres capítulos, el segundo está destinado a textos en los que Roth habla de y con otros escritores, mientras que en los otros dos, el escritor sitúa su obra, intenta explicar su contexto y hace insistentes aclaraciones ante un malentendido que lo siguió desde El mal de Portnoy (1967), la polémica novela sobre un hombre que ante su psicoanalista narra sus compulsivos deseos sexuales, casi hasta la perversión. “No comprendí que en adelante no volvería a librarme de este paciente psicoanalítico al que llamé Alexander Portnoy, ni que, de hecho, estaba al borde de cambiar mi identidad por la suya”, cuenta Roth en un ensayo, y en adelante vuelve y vuelve al tema hasta señalar tajantemente: “Escribir novelas es un juego de fingimiento”.
No comprendí que en adelante no volvería a librarme de este paciente psicoanalítico al que llamé Alexander Portnoy, ni que, de hecho, estaba al borde de cambiar mi identidad por la suya.
En 1942, un Roth de nueve años asiste todas las tardes a clases de hebreo. Su profesor es el doctor Kafka, un hombre de casi 60 años, un europeo sobreviviente del Holocausto que vive en una pieza en Nueva Jersey. Es tímido y, sin embargo, entabla una relación con la tía solterona de Roth y todo va viento en popa hasta que llega el momento de formalizar. Kafka echa pie a atrás con una carta. Una década después, muere en Estados Unidos. No deja supervivientes ni tampoco libros. El nombre de Franz Kafka se difumina. Roth narró ese destino alternativo para el escritor en 1972, ante un curso de la Universidad de Pensilvania. Ahora, ese texto aparece abriendo ¿Por qué escribir?, no publicado en Colombia.
Otra veces, Roth volvería con las ucronías –en La visita al maestro, Ana Frank vive clandestinamente en Estados Unidos; en La conjura contra América, un nazi llega a la Casa Blanca en 1940–, pero sobre todo volvería a ubicarse a él mismo, su familia, amigos y conocidos en textos de ficción. Con su nombre o con seudónimos, como Nathan Zuckerman, aparecería en sus textos balanceándose en la línea divisoria de la realidad y la ficción. Ante todas las especulaciones que generó, él tenía una respuesta general: “Leo narraciones para liberarme de mi perspectiva de la vida, que es de una estrechez sofocante, y para experimentar la atención hacia una empatía imaginativa con un punto de vista narrativo plenamente desarrollado que no es el mío propio. Es la misma razón por la que escribo”, dijo en una entrevista con el filósofo francés Alain Finkielkraut, en 1981.
Acusado en su primera etapa de difamar a los judíos y luego sistemáticamente de misógino, Roth, en ¿Por qué escribir? , entrega varios ensayos para desactivar esos cargos. En entrevistas incluidas se defiende pidiendo que no lo lean a él a través de sus personajes y, de paso, despliega una poética de la novela realista: “Quien busque el pensamiento del escritor en las palabras y pensamientos de sus personajes está mirando en la dirección equivocada. Buscar los ‘pensamientos’ de un escritor viola la riqueza de la mezcla que constituye la esencia misma de la novela”, dice.
Y agrega: “El pensamiento del novelista radica, no en las observaciones de sus personajes o siquiera en su introspección, sino en la situación que ha inventado para ellos, en la yuxtaposición de esos personajes y en las ramificaciones parecidas a la vida real del conjunto. Su densidad, su sustancialidad, su existencia vivida y plasmada en todos los detalles matizados constituyen su pensamiento metabolizado”.
Los malentendidos fueron toda una obsesión para Roth, que ya en su jubilación decidió aclarar algunos. En el 2012 publicó una carta en el blog de la revista The New Yorker dirigida a Wikipedia. Había hecho un reclamo formal ante un artículo dedicado a su novela La mancha humana, pero le respondieron que no bastaba su versión, necesitaban “fuentes secundarias”.
Había hecho un reclamo formal ante un artículo dedicado a su novela 'La mancha humana', pero le respondieron que no bastaba su versión, necesitaban 'fuentes secundarias'.
El error, plantea Roth, es que en la enciclopedia se dice que el personaje principal de la novela está inspirado en la vida del escritor y crítico Anatole Broyard, quien ocultó toda su vida que era negro. El protagonista de La mancha humana hizo lo mismo, pero Roth cuenta en su carta que no se inspiró en Broyard, sino en un profesor que conoció y de quien fue amigo. Y luego siguió corrigiendo erratas en otras entradas de Wikipedia: rectificó con muy precisos detalles errores sobre sus novelas Operación Shylock , La visita al maestro y Pastoral americana .
La carta a Wikipedia es de 20 páginas, y salvo la aclaración sobre La mancha humana estaba inédita hasta este libro. Roth escribió la mayor parte cuando había anunciado públicamente que no escribiría más. Por ese entonces, iba y venía entre su departamento en Nueva York y su casa en los bosques de Connecticut, y fue en una de ellas, o ambas, que decidió enfrentarse a los cotilleos literarios que corrían por internet y hacer las enmiendas contando la trastienda de sus novelas. Fue lo que escribió en esos años alejado de la ficción: en discursos y charlas del 2013 y 2014, incluidos en ¿Por qué escribir?, Roth revisa los antecedentes reales de sus libros –Patrimonio y El lamento de Portnoy– y su historia como escritor, y para eso habla de su infancia, de sus padres, de su juventud, de maestros, de la lengua inglesa, de los viajes.
Todo el libro puede leerse como una biografía literaria y, en el estricto punto de vista artístico de Roth, una biografía a secas: “El arte también es vida. La soledad es vida, la meditación es vida, el fingimiento es vida, la suposición es vida, la contemplación es vida, el lenguaje es vida. ¿Hay menos vida en dar vueltas a las frases que en fabricar automóviles?”, decía el escritor en los 80.
“El aislamiento de una vocación literaria, el aislamiento que supone mucho más que sentarse a solas en una habitación durante la mayor parte de tu existencia consciente, tiene tanto que ver con la vida como con la acumulación de sensaciones, o de empresas multinacionales ahí fuera, en el enorme tumulto.
En gran medida, gracias al arte tengo una posibilidad de ir por lo menos al meollo de mi propia vida. ¿Soy Lonoff? ¿Soy Zuckerman? ¿Soy Portnoy? Puedo serlo todavía. De momento no soy nada tan nítidamente delineado como un personaje de un libro. Sigo siendo el amorfo Roth”, añadía.
Tomado de: ROBERTO CAREAGA C.
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