Por Santiago Díaz Benavides
El Espectador
Con motivo de su presencia en Bogotá, el Grupo Penta organizó el lanzamiento de “Teleshakespeare” (2011) y “Barcelona. Libro de los pasajes” (2017), en la librería Wilborada 1047. En dicho encuentro, el escritor español habló con Mario Jursich acerca de sus relaciones con el viaje y la televisión. Previamente, en el mismo sitio, tuve la oportunidad de entrevistarlo y, a pesar de su notable agotamiento producido por el vuelo retrasado de España a Bogotá, la charla fue más que interesante. Y es que este hombre, literalmente, es un libro de pasajes.
A Jorge Carrión lo conocemos más por sus trabajos como ensayista y cronista que por lo que ha hecho con sus novelas. Esto es un aliciente para indagar en sus inicios como escritor. ¿De qué manera empieza la pasión por la literatura? ¿Es difícil abrirse paso, como autor novel, en la industria editorial?
Yo me recuerdo siempre leyendo y escribiendo, desde muy niño. No hay un inicio, es más bien una continuidad. Siendo niño, y de adolescente, lo que escribí era novela, pero en 2003, cuando decidí irme de Barcelona y viajar unos años por el mundo, cuando encontré “mi voz”, aunque suene pomposo. Esa voz la encuentro en la crónica-ensayo o en el ensayo que narra. Desde entonces, creo que todo lo que escribo se inclina por ese camino, entre la narración y el ensayo, y ciertamente, mis novelas son bastante ensayísticas, así como mis crónicas y mis ensayos son totalmente narrativos.
Me cuesta recordar cómo fueron mis inicios porque siempre he tenido proyectos, desde la escuela secundaria dirigí revistas e hice fanzines, después escribí en revistas locales y empecé a hacer reseñas literarias en la revista Lateral. Yo creo que, de algún modo, también, en mi experiencia como periodista cultural y escritor se da esa continuidad de la que antes hablaba. Cuando lees sistemáticamente y escribes de la misma forma, entras de un modo natural en el mundo cultural y ese fue mi caso. Evidentemente, empecé publicando en editoriales independientes, muy pequeñas, y en 2010 cuando publico “Los muertos” es que comienzo a hacerme notar en editoriales con más visibilidad. Cuando quedé finalista del Premio de Ensayo de Anagrama, pues trabajo con ellos y en ese entonces, la editorial era semi-independiente porque ya había firmado (Jorge) Herralde con (Carlo) Feltrinelli, y ahora estoy, de nuevo, en una editorial independiente como lo había hecho en mis orígenes, es Galaxia Gutemberg, una editorial indie. Su dueño es Joan Tarrida (1959), en compañía de sus socios, no pertenece a ningún grupo, y me siento muy cómodo, la verdad, porque ahí he publicado mis últimos cuatro libros. Quizá, es el sitio donde más cómodo me he sentido nunca, a mis 40 años puedo decir que he encontrado mi editor, y he tenido varios, algunos muy buenos, uno mítico como Jorge Herralde, entonces, ahora puedo decir que he dado en el lugar correcto con Joan Tarrida. Creo que el hecho de que sea dependiente hace que me sienta más cómodo que con otra editorial.
¿Qué necesita tener dispuesto al momento de escribir? ¿Algún fetiche con la escritura?
Lo primero que necesito es la convicción de que ese proyecto que he ido trabajando de un modo inconstante y, a veces, inconsciente, durante mucho tiempo, es el que tengo que escribir. Si no estoy convencido, porque siempre tengo varios proyectos posibles, si no hay una convicción profunda, pues no tiene sentido empezar porque lo voy a abandonar después. Una vez he tomado la decisión de que ése va a ser mi próximo libro… Durante muchos años no he podido escribir en casa, lo he hecho en hoteles o en casas prestadas, en medio de los viajes. Ahora ya, desde “Librerías”, sí que puedo escribir en casa, no obstante, cambio de espacio constantemente. Escribo en casa, hago unos capítulos, escribo en bibliotecas o en cafés. No tengo ningún ritual concreto, excepto la desconexión. Cuando escribo, el ordenador no está conectado a internet, desactivo el Wi-fi o me voy a un lugar donde no haya conexión. Después, al cabo de unos días, corrijo lo que he escrito, ya conectado a la red. Esos momentos de clausura y de concentración total en un libro, los recuerdo con mucha felicidad. Recuerdo que cuando escribí “Los huérfanos”, estaba en un hotel de Francia, cinco días sin internet, solo el ordenador, el bosque de alrededor y yo. Recuerdo haber trabajado mucho en monasterios benedictinos y esos momentos de lectura y escritura muy intensivos, completamente desconectado, los acojo en mi memoria con mucho cariño.
¿Cuáles son las lecturas que orientan su oficio?
Es una buena pregunta porque, evidentemente, las primeras lecturas que te deslumbran y que tratas de imitar, en mi caso Borges y Cortázar que, son modelos clásicos para cualquier joven escritor. De hecho, leyendo el último volumen de la obra de Knausgård, en que habla de sus 18 y 19 años, menciona a Borges y a Cortázar, es decir que, incluso, un autor noruego de la generación anterior a la mía, también tiene esos referentes. Pero es cierto que con estos dos autores no es tanto el oficio como los temas, los géneros e incluso, la vida. Creo que Cortázar fue un modelo vital cuando yo era muy joven y por eso empecé a viajar. En términos de oficio, es decir, de escritores que en sus textos te hacen pensar la técnica y la forma de lo literario, indudablemente mis maestros son Juan Goytisolo, Ricardo Piglia, Walter Benjamín y Sebald. También admiro muchísimo a David Grossman o a Clarice Lispector, pero cuando los leo consiguen que me olvide de la forma y de la técnica. El tono, la atmósfera, la estructura de la historia son más importantes que la forma… Pero con los otros, no. En ese sentido, Ricardo Piglia es el que más me ha moldeado mi modo de entender el oficio de escritor.
¿Es la tecnología una barrera para la literatura o, por el contrario, es una suerte de trampolín?
Es imposible leer sin mediación tecnológica. El libro es una forma de tecnología, lo es el papiro, lo es el pergamino. Entonces, no se puede leer sin formas, y las formas responden a técnicas. En nuestra época lo que nos planteamos es cómo leer en pantalla. A mí me regalaron un IPad, compré libros en formato IPad, los leí, y un día de que en mis clases, en mis historias, en mis artículos, nunca citaba nada que hubiera leído ahí. De modo que, para bien o para mal, me temo que yo ya tengo una forma de leer, demasiado codificada, en papel, subrayando con lápiz, que hace que solo pueda aprender de ese modo. He dejado de leer en el IPad, no tengo Ebooks, sí leo artículos online o en PDF, pero los libros los leo en papel.
¿Qué es la televisión? ¿Nos afianza como seres humanos, o distorsiona lo que somos?
Era para mí, simplemente, parte de mi memoria sentimental, vinculada con mi infancia. Los viernes por la noche, con mis padres y con mi hermano, viendo programas; los días entre semana, después del colegio, viendo Dragon Ball u otro tipo de programas y series, pero, de pronto, al estudiar Humanidades y posteriormente, el Doctorado (en literatura comparada), me distancié muchísimo de la televisión. Viví en varias casas sin televisor, y el cine ocupó el lugar de la televisión y, evidentemente, la lectura de los clásicos, y fue durante mi viaje a los Estados Unidos donde descubrí las series de televisión. Eso me cambió un poco la vida porque volví a leer cómic, a ver televisión y, de algún modo, me desembaracé de la idea aquella que dice que la televisión no es cultura, lo que me permitió después escribir mis novelas, de ciencia ficción con mucha influencia de las series y el cómic. Con las series descubrí un tipo de arte narrativo fascinante que, en 2004 y 2005 ya era muy potente, pero en los países de habla hispana no era tan visible. Eso me llevó a sumergirme en este tipo de series y a escribir “Teleshakespeare”.
Ni lo uno ni lo otro, la televisión ni nos afianza ni nos deteriora. El ser humano no tiene ciencia, es perpetua metamorfosis. Todas las tecnologías, en cada época, han sido humanas y han modificado el modo en que percibimos la realidad. De modo que, la televisión hay que verla como una tecnología más, igual que lo fue la rueda, la imprenta, el telescopio, la radio, el telégrafo o internet.
Como profesor de literatura y escritura creativa en la Universitat Pompeu Fabra, seguramente se ha nutrido mucho de la relación con los aprendices. ¿De qué forma el ejercicio docente aporta al oficio de la escritura?
No veo una separación entre mi vida como periodista cultural, ensayista, cronista, lector, escritor y profesor. Para mí, es parte de esa suerte que tengo de poder dedicarme a la literatura. Son cosas muy distintas, pero todas tienen que ver con las letras. Me gusta compartir lo que leo, me gusta pensar en grupo y he tenido la fortuna de que José María Micó, cuando creó el Máster en Creación Literaria de la UPF, me llamara para ser profesor. Ahora, somos co-directores y es una suerte porque cuando tienes que dar clases de Historia de la literatura o de Filología, a menudo no puedes tratar ni autores que te interesa abordar, porque el programa no lo dictas tú, ni los temas que realmente te interesan. En cambio, en la carrera de Creación Literaria puedes abordar tu canon y puedes trabajar tus textos. Soy un afortunado por poderme dedicar a oficios que tienen que ver todos con la escritura.
“Los muertos” (2010), “Los huérfanos” (2014), “Los turistas” (2015), son los títulos de novela que ha publicado. Leyendo estos libros, el lector puede tener la sensación de que al autor le interesa indagar en el mundo de los otros, que podríamos ser nosotros mismos. ¿Quiénes son los personajes que inquietan a Jorge Carrión?
Los otros, efectivamente, porque escribir siempre es pensar en lo que hay fuera de ti. En eso, creo que la crónica y el ensayo son más generosos, porque se dirigen hacia un “tú”, el foco está fuera de ti; la ficción puede ser más egoísta si la diriges hacia ti mismo, pero en verdad yo dirijo la ficción hacia el mundo. De hecho, cuando viajo nunca sé en lo que esa experiencia que estoy viviendo se pueda convertir, si una crónica o algún ensayo, o en una novela... Un mismo viaje puede generar experiencias o vivencias, o lecturas que después pueden tener una traducción en textos de ficción o de no ficción.
¿La palabra más bella del castellano?
Intento no tener respuesta para ese tipo de preguntas. En mi caso, acostumbran hacerlas de otra manera: “¿Cuál es tu librería favorita, o cuál es la más bella del mundo? O, ¿cuál es tu serie favorita?”. Pero, hay una palabra que me gusta mucho, que tiene muy mala prensa, muy poco prestigio: Epígono. En general, me gustan mucho las palabras esdrújulas, como la misma palabra “esdrújula”, que son las palabras menos comunes en el castellano, y “epígono” me gusta mucho porque se usa de un modo incorrecto, con un tono despectivo, como si fuera alguien un imitador. En realidad, un epígono es alguien que sigue los pasos de otro, y yo creo que es una palabra que define muy bien la historia del arte, porque que es la historia de un sinfín de personas que siguieron los pasos de otras personas. Hay un fragmento de “Del Natural” (2004), el libro de Sebald, en que habla de la historia del arte o de la creación como una red de caminos que se cruzan, y en la encrucijada, en la intersección, un artista que admira a otro deja su homenaje. Me gusta esta idea de la historia de la literatura como una red de caminos entrecruzados, en la cual todos somos epígonos de quienes estuvieron antes.
Si estuviera cerca su último día, ¿qué libro leería?
Seguramente, uno que no haya leído nunca.