Por María Antonio Giraldo Rojas Foto Cortesía Random House
El Colombiano
Alberto Fuguet no solo es novelista, también se ha dedicado a la crítica y al cine, además es académico, y se mueve entre y uno y otro papel sin dificultad. Generación conversó con él sobre la crisis de la imaginación en el reinado de la imediatez, entre muchos otros temas.
Todos sus libros son en parte autobiográficos, sin embargo, todos son diferentes, podrían haber sido escritos por personas con historias diferentes, ¿siente esa multiplicidad interior?
“Hay un solo yo, eso lo tengo claro, y no sé si mis libros son tan distintos. En apariencia sí, claro, pero yo veo muchas cercanía entre todos. Más lazos que diferencias. Es más: casi todos mis personajes son hombres, hay pocas historias de amor (o nada) y son algo así como tipos un tanto a la deriva, en una búsqueda. Todos, es cierto, como dices, tienen un componente autobiográfico. O quizás, para precisar mejor, son personales, son acerca de temas que conozco o me intrigan. Yo veo conexiones fuertes en Mala onda y Missing y también Por favor, rebobinar con Aeropuertos y de todos con los últimos dos: No ficción y Sudor. Quizás en estos últimos dos el elemento homoerótico aumenta y estalla en Sudor pero siempre ha estado presente, es cosa de mirar atento. Lo mismo con mis películas. Estos dos libros son más románticos, digamos, y más explícitos, pero conversan claramente con los anteriores. Todos mis libros son del mismo género, digamos; no he escrito thrillers o ciencia ficción. Claro, Tinta roja es acerca del periodismo policial y Las películas de mi vida es algo así como una aproximación a una biografía, pero al final todos pertenecen a lo que yo llamo Planeta Fuguet y todos estos personajes varones son parientes o primos o hermanos”.
¿Es difícil escribir sobre su intimidad?
“No, para nada. Es divertido, liberador y de alguna manera es más fácil porque no es necesario inventar. Uno usa el material que conoce; la experiencia, digamos. Es mucho más complicado escribir acerca de lo que uno no conoce. Yo tiendo a usar mis experiencias y también mi empatía: colocarme en la piel de otro. Pero para empatizar bien, es más sencillo conectar con alguien relativamente parecido que totalmente opuesto”.
¿Se autocensura cada vez menos?
“Creo que nunca me he autocensurado. Y por suerte no me han censurado. Cada libro responde al momento en que uno lo escribe. Y creo que nunca lo he hecho en cuanto a lo pop o malas palabras o uso de drogas o referencias cinéfilas o uso del inglés o tecnología. Si No ficción o Sudor son más explícitas (Sudor intenta explorar el porno) es porque el tema lo ameritaba. Antes no había escrito muchas escenas de sexo. Era algo que no aparecía en mis ficciones; ahora sí y pues por eso aparece. Hay que escribir lo más libre posible y lo más importante, para mí al menos, es no pensar en aquellos a los que puede afectar y, dos, qué opinará el resto o la crítica. Uno escribe y luego ve”.
El protagonista de Sudor se molesta cuando le hablan de “el mundo gay” porque en realidad se trata del mismo mundo de la heteronormatividad, sin embargo, estos retratos de otras realidades podrían ayudar a abrir las perspectivas más tradicionales, ¿no cree en la literatura queer?
“Sí creo en la literatura queer. Y creo que no toda literatura queer debe ser escrita por homosexuales. Y no todos los homosexuales escriben literatura queer, aunque quizás se puede inferir. ¿Es Forster queer? ¿Capote? ¿Qué hubiera pasado si no supiéramos de su vida privada? Alf es un editor y es un personaje y, por un lado, no desea intensificar el estereotipo de lo que algunos llaman ‘novelas rosas con tapa rosa’. En algunas cosas concuerdo con él. Yo soy gay y he escrito algunos libros gay. Pocos. Sudor me parece más gay que No ficción. Missing tiene algo gay. Sin duda que hay momentos queer o de tensión gay en mis otros libros pero no sé si lo son. Creo que eso es tema de los otros, de los críticos. Si mi próximo libro es una historia de amor heterosexual supongo que eso no lo hará gay o queer. No tengo problemas en hacer literatura queer en la medida que sea diversa. No deseo escribir nada que sea fórmula o que no me de libertad. Creo que en lo diverso. Puede haber literatura gay masculina, digamos. Que se salga de ciertos estereotipos o no tropezar con ellos, pero eso no implica que la obra de Almodóvar no sea válida. ¿Es Julieta una obra queer? No me consta. Quizás. Lo que importa es la mirada, desde donde se escribe y ahí yo creo que buena parte de mis libros y sobre todos los últimos son queer o gay o al menos están escritos desde una mirada del otro, del distinto, del que no pertenece del todo y de aquel que le gustan los hombres. Mi cine me parece mucho más gay que mis libros iniciales pero, por otra parte, veo el elemento homoerótico en Mala onda y sobre todo Por favor, rebobinar que me parece súper gay sin ser del todo explícito. Como autor no tengo por qué tener una agenda o sentir que debo ayudar a abrir ninguna perspectiva. Dicho eso creo que lo hago o se hace por default. Sudor ha producido interés de un público gay que no lee o lee poco. Y ha gustado mucho a mujeres y ha interesado a mis lectores hetero que han podido conectar y empatizar con los personajes. Cada vez que alguien escriba de temas gays o de gays o de deseo gay termina visibilizando el tema y eso siempre es bueno”.
En cuanto a la tecnología y las relaciones sociales, ¿es más apocalíptico que integrado? ¿El amor no existe en el siglo XXI?
“El amor existe en el siglo XXI. Creo que no es igual a los siglos pasados aunque sin duda se debe parecer. Entre otras cosas es legítimo conocer a alguien vía una aplicación. Sí cambian conceptos como fidelidad. Y depende quién se enamora en este siglo XXI. Alguien criado a mediados del siglo XX es diferente a un representante de la Generación X y a un Milenial. Por lo general siempre soy integrado. Creo en los demás, en el futuro, trato de no ser paranoico o apocalíptico. Las redes y la tecnología son herramientas y cada uno sabe cómo usarlas. No es el fin del mundo y no siquiera el fin del mundo tal como lo conocemos, para citar a REM. Ambas realidades aún subsisten: el mundo real y el mundo virtual. Se cruzan. Sí creo que no se puede escribir una novela de amor como si estuviéramos ahora en tiempo del cólera; ahora estamos en tiempo de Tindr y Grindr y Facebook y todo eso”.
¿Y en cuanto a literatura y tecnología? ¿Sí hay lectores, o más importante “habrá”, para novelas de 600 páginas?
“Creo que hay. Esa es la apuesta. De hecho hay. Y en todas partes. Sudor ya tiene lectores y no se han asustado con las páginas. Sudor intenta ser una novela rápida pero de 600 páginas. No es una sábana, hay voces, otros textos, aplicaciones, diálogos, etc. Creo que hay. Hay lectores que siguen series y Sudor tiene algo de inspiración en la moral HBO. Otra cosa curiosa que me he percatado con Sudor: hay una generación que no le teme a los libros largos. Es más: los abraza. Son los chicos que se criaron con Harry Potter y ahora devoran sagas. Sudor no es una saga pero es para una cierta sensibilidad que desea de un libro una experiencia que sea totalizadora, no solo literaria. Y a pesar de la tecnología, hay lectores que desean ‘parar’, poner modo avión y salirse de la locura de la interacción. Y es gente que lee en papel”.
Alf dice que los hombres homosexuales son como adolescentes eternos, ¿se identifica con esta idea? ¿Tal vez por eso también le atrajo Andrés Caicedo?
“Algo así, sí. Es uno de los tantos beneficios de ser gay, sin duda. Algo como una compensación por ciertos malos ratos o discriminación. Y seguro que algo de eso me fascinó de Caicedo: su adolescencia, su cinefilia, su lado pop, sus tendencias suicidas juveniles, lo guapo y, claro, su fascinante ambigüedad”.
Su relación con la literatura colombiana es muy cercana, ¿cómo ve el panorama de los autores actuales?
“No sé si tan cercana aunque, claro, me enfrenté a Gabo (del que soy fan, solo que no me interesa imitarlo) y abracé a Caicedo. Mis personajes de Sudor son colombianos expatriados. Tengo una leve obsesión con José Asunción Silva (Dios, qué guapo) y con Barba Jacob. Vallejo me parece un coloso y además tiene humor y La virgen de los sicarios es una catedral. Me gusta y conecto con Ricardo Silva Romero. El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince me ayudó a escribir Missing; me intriga Jaime Manríquez; ahora he descubierto a Felipe Restrepo y en Buenos Aires tuve la suerte de comprar una obra clave como es Lo que no tiene nombre (de Piedad Bonnett)... En Medellín encontraré más libros y autores: uno viaja también para descubrir”.
¿Cree que el Boom los dejó en desventaja?
“Para nada. Ideal tener padres así. De ese nivel. Cero desventajas. Quizás ventajas. Otra cosa es no poder diferir o tener diferencias. No hay que tratar a todos de maestros. Incluso ironizar tiene algo de homenaje o respeto”.
En Sudor usted hace de Rafael Restrepo un compendio de todos los rasgos molestos de los autores del Boom. ¿Fue una forma de exorcizar ese pasado y reclamar un espacio igual de merecedor para las nuevas voces?
“Es jugar. Es aprovechar historias. Exorcizar para nada. Sudor al final no es acerca del Boom. Ya hay muchas voces nuevas y pueden vivir junto al Boom o arriba de él. Restrepo tiene rasgos molestos de poderosos, de divos, de gente que se cree más, de aquellos que confunden la literatura con el poder y el jet set. Mi idea de crear a Restrepo (y jugar con la idea de Carlos Fuentes) fue para trabajar la idea del hijo. De lo complicado que es ser hijo de un famoso y de un rico, además. Sobre todo en países como los nuestros”.
¿Existe una literatura latinoamericana como tal en la actualidad? ¿Qué características tendría?
“Supongo que sí. No soy experto. Ya terminaron mis días de antologador. Siempre surgen nombres nuevos. Deduzco o intuyo que quizás es más fácil ahora hablar por región o idioma que por país. Aun así, al parecer es cierto eso de la literatura de los hijos, en Chile. Alejandro Zambra es un autor clave y tiene una poética muy personal adictiva. Quizás he bajado la guardia pero no me atrevo a convocar esas características. Sí creo que hay nombres poderosos femeninos, las voces narrativas de mujeres están apareciendo con fuerza y sin necesariamente recurrir a la reivindicación. Lo mismo me pasa con cierta literatura queer o diversa: me están contando historias que antes no me contaban. Hay docenas de nombres y muchos publican en editoriales indies y algunos ni viajan”.