Por El País de Cali
¿A qué ha estado encaminado su proceso creativo en el último año?
Trabajo en dos niveles de escritura, en el primero estoy terminando ‘Los Infieles Vol. 2’ porque se trata de una serie de siete novelas. Estoy corrigiendo ‘La mejor cosa que nunca tendrás (lado B de Érase una vez el amor pero tuve que matarlo)’. En el segundo nivel estoy escribiendo una trilogía llamada ‘El Mecanismo’ que no es ficción sino filosofía ya que pensar y hacerlo en el sentido conceptual es lo que me apasiona más.
¿Cuáles son los detonantes de sus novelas? ¿Cómo selecciona “el próximo” tema para escribir?
A menudo parto de una imagen a la que someto a un proceso de observación para entender minuciosamente su naturaleza y crear una historia que la justifique, otras veces es una frase el punto de partida de lo que terminará siendo una novela, un relato, incluso un poema.
¿Cuándo escribe, a qué horas, en qué condiciones, con qué música y con qué frecuencia?
A cualquier hora y en cualquier circunstancia, solo, acompañado, en silencio, con ruido… La música no está al inicio, pero luego, cuando ya tengo más claro la parte estructural del texto, siento necesidad de escuchar un tipo de música determinado. En cuanto a la frecuencia, escribo cuando quiero.
¿Cuándo sabe que es hora de “dejar ir” la novela a publicación?
Nunca. Aunque haya corregido el texto todo lo que es posible e imposible y mis editores digan que así está perfecto, me queda siempre la sensación que pude hacer más.
Sobre su proceso de reescritura, cuántas capas de escritura y reescritura pueden llegar a tener una novela suya. ¿Nos da casos concretos?
Mis libros no tienen una estructura convencional y la razón es que no me remito solo a contar historias como hacen los escritores funcionales, no soy tan pendejo. Por el contrario, para mí la historia es simplemente una excusa para reflexionar sobre temas que me importan y plantearle ese diálogo a quien lee. Quiero ir más allá, encontrar un hallazgo ulterior. El método es simple: escribo un borrador, luego lo divido y voy trabajando cada parte hasta obtener el efecto deseado. Mi intención al pulir el texto es problematizarlo y llegar a aquello de “no sé si alguna vez hice feliz a alguien, pero más inteligente siempre”.
¿Qué piensa de los novelistas colombianos de su generación? ¿Los lee, solo a algunos o más bien dedica su tiempo a otros autores de su interés?
No puedo con eso, me resulta una lectura muy ligera y chata y blanda. La narrativa predecible de quienes estudiaron para ser escritores me aburre, prefiero la densidad del texto filosófico. Además, vivo hace casi veinte años en Europa y me he ido desconectando del país literario.
¿Cómo ve el mercado del libro en el mundo, y la receptividad que en este tiene de sus propuestas?
El mundo es idiota y su mercado editorial responde a esta esencial característica. Escribir y publicar son dos oficios distintos y con poca relación entre sí. Digamos que publicar es una consecuencia más o menos afortunada de escribir. Hay tanta diferencia entre publicar y escribir que la mayoría de autores de hoy no escriben sino que publican. Y, en lo que se refiere, al destino editorial de mis libros diría que no puedo quejarme y no lo hago. Me resulta adorable tener los lectores que tengo y que haya interés aún en mi trabajo.
La relación que mantiene con sus lectores es singular, cuéntenos algunos aspectos sobre su interacción con ellos.
La relación que tengo con un buen número de mis lectores se basa en el afecto y en lo que la realidad virtual nos concede. Tener la posibilidad de compartir textos inéditos y hacerlo con relativa continuidad ha dado lugar a un diálogo múltiple que me llena de ilusión y energía. Es un diálogo abierto, franco y en ocasiones crudo. Me interesan mis lectores, respondo siempre a sus inquietudes. Son fantásticos todos y cada uno de ellos.
Poesía, novela, relatos cortos, ¿en qué terreno se siente más fuerte y cómo es su proceso creativo en cada uno de estos?
En mi oficio soy el rey, el puto amo. En cualquier género me siento a gusto y con la capacidad de explorar y proponer nuevas rutas para mi lenguaje. El ser un artista integral, alguien que experimenta con cine, música, artes plásticas, performance, comicidad… me ha dado lo que llamo visión periférica y me permite entender que todo puede ser literario menos la literatura.