Revista Pijao
Dominios cruzados de Eugenia Sánchez Nieto
Dominios cruzados de Eugenia Sánchez Nieto

Hace unos años leí un poema de Yuyín en la revista Gaceta de la Universidad de Antioquia que era publicada casi entre amigos. Me llamó la atención ese nombre, llamado familiar para ella, que parecía ser de origen oriental; muchos más tarde supe su significado en mandarín: voz. Tampoco volví a saber más de ese nombre debido a un truco nunca de magia sí personal, su poseedora había decidido salir a la luz pública con su nombre verdadero. Había dejado de ocultarse en un seudónimo que, a veces, daba para pensar que la escritora quería pasar desapercibida. Eugenia Sánchez Nieto, fue Yuyín, ahora es la poeta y ya la reconocemos por su voz.

De ella leo uno de sus libros, donde hay entereza y reflexión en su poesía. En él añade la prolijidad necesaria para capturar la poesía y ratifica: “Las palabras huyen /huyen de hombres y mujeres que desean poseerlas”. Ella se aparta de las acostumbradas quejas debidas a la sororidad que llega, a las diatribas y la sucesión de escolios que casi convierten cierta poesía en algo esquizofrénico y de remate. En ella, en su escritura, existe un ademán crítico, casi en baja voz; en apariencia poco notorio, pero letal. Recorro, camino las páginas de este libro que es como sentir el ritmo y su eficacia que traspira en cada uno de sus poemas. O sea, para escribir la autora nos refiere algo que ha visto, algo que la ha tocado, algo que difiere en cuanto a la poesía inventada ya que ella la ha vivido. De ahí que podría retomar aquel aserto que señala como de cada escritor sus poemas se constituyen en su autobiografía. Por esa razón leemos poesía, algunos quieren habitar ya sea el empíreo personal, pero otros, sobre todo, indagan por esos infiernos de quien escribe. De ahí que la poesía sea tan difícil que atrape al lector, él siempre busca cierta afinidad, esa ascesis de ser atrapado por esa escritura sin artificios, apenas mediada por las palabras que entrega, en este caso, su autora.

Por supuesto, me refiero a Dominios cruzados de Eugenia Sánchez Nieto, ( Caza de libros, 2011), su antología personal. Siempre me ha llamado la atención la razón por la cual un escritor o una escritora realiza una antología debido a que en sus libros lo escrito revela la totalidad de esos temas que lo obseden. Muchas veces él mismo deja de lado textos que considera que no encajan en algún  proyecto, pero luego le da otra mirada y entonces resultan las preguntas y las dudas por las cuales los ha dejado de lado. Luego, al realizar su propia antología regresa a ese espíritu de relegar más poemas para darse el gusto de decir que lo escogido es su esencia, y cuando digo, es su esencia, no olvidemos que cada lector se previene ya que cada uno posee de lo que es su antología. En pocas veces se coincide con el autor. Pero es cierto, el autor deja de lado lo que considera que es su particularidad, los poemas que lo expresan.

Cierto, al realizar su propia selección no complace a los críticos habituales, quiero decir a nosotros, sus lectores, en esos momentos de conversación con sus poemas durante los cuales identificamos poesía con su autora, ya que en ellos buscamos su discurrir, queremos ahondar en su mundo interior. En síntesis, el lector busca en sus textos a quien escribe, indaga en ella, en su antología, y es entonces que al escudriñarla hay una presencia notoria de la noche como el espacio transcendental de la poeta, ya que en la noche misma al habitarla nos compromete con sus textos, ya que en ese lapso de tiempo donde la oscuridad trae otras personas, otros saberes, otros sentires y otros sosiegos queremos acompañarla en esa suerte de inframundo donde salen las criaturas en todo su esplendor pero también en la elocuencia de la miseria como ámbito. La noche es el momento de recogimiento, de silencio al regresar después de haber vivido el tráfago diurno. En la noche misma somos otro ya que se deja de lado la vida cotidiana con sus actuaciones nunca descarnadas, por ese motivo la noche al abrazarnos nos define de otra manera. En la noche somos herederos de nosotros mismos, auscultamos el pasado, este nos hace milenarios. En esa decisión y escisión propia de la noche ella, Eugenia, define su concepto de la noche:

“… fatigosas noches / rostros blancos me visitan mis hijos tienden / puentes movedizos en mi dedo la alianza / entre la soledad y la noche.

“…desde el fondo de la noche hay labios, amor y sonrisas”

“…lentamente desde el día hasta la noche nos entregábamos / incansables en la búsqueda de imágenes”

“La noche besa mi mejilla en el largo corredor figuras escurridizas”

 “…noches calientes, pieles húmedas Segovia los / muros sangran en ese cuerpo miles / de cuerpos sus ojos abiertos miran…”

“Hermosas noches se convierten en monstruos por calles”

Esa noche posee un cuadrivio particular, donde ella habita sus calles, sus casas, sus lugares que prefiere, y donde el domo de ese cielo de noche ella cubre no solo con su mirada aguda sino con sus pasos. ¿Por qué no nombra la ciudad? La ciudad al no nombrarla se desliza hacia cierta reserva, que no es más que la afirmación de su presencia. Ella no la designa, pero al no designarla no la olvida, prefiere vivir sus calles y mostrarnos sus recodos, sus aceras, antros y parques, pero también su ignominia, y así, viviéndola más cercana a nosotros lejos del pudor del ausente porque ella la camina y la sufre también. Para el lector esta asimilación es ineludible, por qué no es completa, ya que, al no hacerlo, la generaliza. No permite esa personalización que, de todas formas, se desliza al lector. Así, en su displicencia incluso nos favorece para mantener alerta, y así buscar su ciudad. Cuando leo su poema, Sin sombra, ella va silenciosa e imperceptible, ya en la Ciudad de los vientos, prosigue su escritura y su trasiego.

En ella existen momentos de condescendencia que se reflejan en su pensamiento y expresión. Esos puntos la han mantenido alerta, pero no nos la ha entregado aun, como si quisiera esconderla, dejar esa ciudad para su escritura. Es cierto, quizá cambien las formas de buscarla, de vivirla. Existe una época en que se condena y se relega los nombres de la topografía citadina, otras en que la ciudad atrae al nombrarla; un período en que uno se alegra cuando la poeta María Mercedes Carranza la menciona, Bogotá 1982. Sí, la insinúa desde su displicencia donde, parece que no tiene más cercanía en la literatura que sus arrestos políticos. Cobo Borda también ha mencionado a Bogotá con ciertos atisbos de borgeanos.

Pero volvamos a Eugenia que nos da de todas maneras su cercanía con Bogotá, eso sí desde su lejanía.

“En esta ciudad fría que he amado / llegaron a mi apartamento el miedo era un globo/ a punto de reventar..”

"La ciudad se calienta  / El asfalto amanece con huellas sombrías el hermoso rojo gotea /en cada esquina invisibles personajes / colocan rejas sirenas acuden a  mi espanto a plena luz..”

“¿A dónde fue mi querida ciudad?

los ángeles danzan el ritmo interminable del acoso nada /  tiene su lugar me desvanezco, duermo, muero el verde maravilloso / de la sabana se cuela en mi sueño”.

Pero en ella no hay exclusión, que nos dé, a lo mejor, idea de una mención sombría, sin demarcaciones porque esa ciudad ella sí la camina, solo que desde la lejanía no la menciona para caer en diversos tópicos del olvido y del pudor solo que al determinarla en lo exterior si la narra, pero también nos atrincheramos para saber cómo la poetiza en su interior. Sólo que esos fondos y subfondos no son fijos, sino mutables cada que la menciona. Pero no rechazamos su poesía no cabe para ella una forma de excluir, ella está precisamente en nuestra voluntad de asimilarla donde permite que lleguemos debido a sus palabras, y así descubrirla en su cosecha de poemas.

Tratamos de no apartarnos de su escritura donde el espejo se convierte en uno de sus símbolos. Si he escrito la palabra espejo es porque en ella el mirarse allí, al ver su doble la lleva a reflexionar. Hay tres poemas que lo refieren:  en “Paisajes secretos”, uno de sus poemas más intensos, una mujer reflexiona sobre su vida y su marcha.

“Al mirarme al espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel rostro sólo poseía mi pensamiento”

En “Señales particulares”, reflexiona sobre la otredad de esa mujer que se mira al espejo que cada vez le repite lo que ella sabe que ve, pero al pensarse quiere huir.  

“Al mirarme al espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel rostro sólo poseía mi pensamiento”

“Lo que oculta el espejo”. Al mirar y recrea su imaginación sentimos que ella se ve, reflexiona hechizada:

“Observo el espejo un desasosiego invade mi ánimo allí un ser sonriente observa extasiado un extraño temor invade, se adentra”.

Y ahora, ¿por qué Rostros, Máscaras y Sombras? ¿Cuál es la razón para que la escritora acuda a estas palabras y las tenga tan presentes? Ya sabemos que un rostro es lo que nos expresa, a través del tiempo, es nuestra huella pública lo que todos ven, lo que reconocen en nosotros, así como lo contrapuesto a la máscara que está ahí para cubrir ese rostro cuando se quiera ser otro o mentir o esconderse. De ahí que cuando habla de extraños, ella se sitúa reflexiva en la otra orilla, ya que necesita saber que ella también es una extraña de sí misma, quien observa a esos seres que pasan porque ella mira, necesita que le entreguen ese toque de saber que han sido mirados por alguien aún más ajenos a ellos, la poeta. Sí, ella, Eugenia.

La poesía es esencialmente poder de discusión, de subversión y sobre todo de apropiación del lenguaje para contar una experiencia. Eugenia, sin cesar, poetiza los territorios que busca y la definen y así contribuye a fijar su escritura cuando esos temas emergen sin cortapisas, en ella no desaparecen, sino que logra referenciarlos al escribirlos, lejos de la felicidad idealizada. De tal manera su escritura adquiere una forma más nítida, pues es lo ilimitado mismo con su tono tan propio de ella. La imagino caminando, viendo, redefiniendo la ciudad que no nombra, pero que siente sin adherirse a los límites que muchas veces otorga el silencio, sino pasando desapercibida, para que su escritura misma no adquiera la síntesis de ser una escritora con mayúsculas, sino esa transeúnte que necesita fisgonear, sentir para ser tocada por eso que llaman halo creativo, y así entregarnos su poesía en la circunstancia de su apartamiento, pero que al leerla establece un puente entre la escritora y el hipócrita lector.

Toda aproximación a una escritura ajena, a la de ella, me refiero a la de Eugenia Sánchez Nieto, también es arbitraria, el lector, cada lector, observará algo distinto, y esto es lo que enriquecerá el diálogo. En ella no merodea el fanatismo de la incomprensión, ni las diatribas sobre cierto estado de cosas, lamentos desbordados. Nada de eso la define, ya que su escritura no se desdora, sino que es presencia. Yo la he mirada a través de la ciudad que define, a través de los rostros, y de las máscaras y de las sombras que la acechan y ella acecha como si se desdoblara con quienes encuentra.

Estos primeros días de noviembre he leído y visitado la poesía de Eugenia en lo que puede ser una visión de conjunto, arbitraria de todas maneras, sin olvidar la totalidad de sus libros que es cuando todo se percibe y todo se legítima en su palabra. De tal manera queda esa reserva personal escrita en sus otros textos aún por descubrir que abren paso a diversas preguntas dentro de su lenguaje, como una totalidad inmersa en este espacio y en este tiempo que solo le corresponden a su ejecución, al dejar de lado el resto de sus poemas. Ella misma nos propone su experiencia, por la que somos puestos a prueba para una tentativa desigual, que se dispone, al no estar presente la relectura de los otros textos, y leer de una manera desigual este libro donde resplandecen los poemas que ella eligió.

No puede resistirme a leer de nuevo uno de sus poemas. Dije, ¿uno de sus poemas?, debí decir, un excelso y fino poema. Eso sí, lejos de la displicencia que mencioné antes. Es cierto, todas sus palabras y objeciones, pausas y silencios me llevaron a este punto de encuentro:

 

La ciudad de los vientos

Los vientos se toman mi ciudad

recorren el amanecer con el canto de los pájaros

despeinan a las colegialas, levantan sus faldas

el sueño se despereza, huele a pan fresco

 

transeúntes del día con sus múltiples oficios

el hombre jalado por sus perros, la muchacha y su blanco delantal

la mirada perdida del oficinista

la maestra agobiada por el murmullo infinito de sus estudiantes

el conductor con su alegre tonada, el ciclista apuesta contra el viento

la modelo en sus tacones haciendo malabares

la amante incansable en busca de su lugar perdido

el guardián abismado en su deseo, el deportista elevando su cometa

calles infinitas recorren los barrios de la macarena, la soledad, teusaquillo

 

el viento murmura una canción al oído de los tristes

eleva a los ebrios, los jalona por calles que no conducen a ningún lugar

el viento los abraza y los deja dormir

mi ciudad insondable con sus secretos profundos

con calles asombrosas que nos conducen a vértigos desconocidos

calles azules, blancas, grises, rosadas,

puertas falsas, invisibles, puertas abiertas al viento, puertas sin cerradura

 

la ciudad de las furias con rostros bárbaros y miradas de miedo

los visitantes que desdeñan mi ciudad la injurian la maldicen

y sin embargo siempre se quedan

mi ciudad verde asomada al sol del atardecer

con heridas que lentamente va restañando

 

en medio de los cerros me elevo recorro la sabana

su verde profundo me abraza

mis deseos más sentidos caen como lluvia

cruzo alucinada por puertas invisibles, tejas naranjas, ventanas al cielo

paseo por lugares perdidos, soy de esta ciudad de este clima

de este comportamiento distante, ambiguo, critico

los amigos de otros días con rostros transformados,

los amigos idos, el hilo roto

 

allí en medio de la plaza jóvenes cantan con sus banderas al aire

muchachas con su belleza pálida sonríen a hombres enlutados

viajo por mi ciudad me recuesto en el verde jardín

estoy atada a ella por todos los costados

la tierra me jalona, me atrapa

coros inusitados penetran las blancas paredes

jóvenes resueltos tiemblan en su sueño el cielo abierto los saluda

mi querida ciudad abandonada y plena en busca de la más propia humanidad.

 

Esta tarde de noviembre he caminado Bogotá con este agudo, soberbio poema. Me pregunto, ¿dónde fue, en qué lugar secreto de la memoria o de los sueños, de las calles o de las aceras, de las plazas o salones en penumbra se ha refugiado ella, sí, “la amante incansable en busca de su lugar perdido”, para donarnos su lucidez? Había llegado a pensar que después de Mario Rivero los poetas habían olvidado pronunciar y escribir sobre Bogotá, y ahora es Eugenia que nos ha dado su poesía, y sobre todo, este poema; este puñado de poemas, su antología.

Víctor Bustamante

Neonadaísmo

 


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