Detrás de las cortinas de Ana Manuela Porras Luna es una obra editada por Pijao editores en 1994, como el Volumen 97 parte de la colección de autores nacionales, tiene en su contraportada una parte de las palabras que deja al final de la obra Samuel Camargo Hidalgo, pero al cierre, con broche de oro se encuentra una reflexión de Fermín Mosquera Borja. Mientras en su portada se encuentra el trabajo de Edilberto Calderón, una ilustración que recuerda la estética en películas y novelas que reflejan la virilidad militar mezclada con la sensualidad latinoamericana.
La olvidada e ignorada obra de portada amarilla y simbología de mariposas, en lo que parece una apelación a la estética garciamarkiana, mas no una reducción a reproducir o supeditarse a tal, ya que nos lleva por situaciones y momentos íntimos que simbolizan las relaciones entre los individuos en distintas conciencias, emociones y lugares que rompen toda etiqueta o esquema preestablecido.
Marcada por el proceso de relación entre Sebastián y Maité, la novela persigue en los pasos por la vida de un militar y una artista, que en su trayecto chocan con la calidez del amor y lo ardiente del deseo, entrelazándose con familiares, amigos, conocidos, esposas, amantes y caprichos, mientras se seduce al lector entre planes, grupos, orgías y sectas. La estética de lo colombiano se resalta en todo el lenguaje de esta narración, tanto las formas de narrar las variedades sociolingüísticas del país, así como recoger costumbres y tradiciones, mientras decora exquisitamente gran parte de su narrativa con la simbología floral, llenando con colores y olores este universo literario.
En esta narración se ambienta recorriendo gran cantidad de parajes de la tierra colombiana, desde la costa hasta el Alto Magdalena, en donde hacemos breves paradas en Ibagué y Girardot, pasando por la Antioquia rural y urbana, hasta llegar a la capital bogotana, y unos boletos hacia el viejo continente.
Así mismo, el texto juega con la historia del país, entre la democracia y la dictadura, rastreando la larga influencia de la vida militar en la sociedad civil colombiana, así como retrata un poco la vida en este entorno castrense en lo que sucede de todo, hasta enfermedades que recuerda nuestra actualidad, ya que se le llama "fiebre asiática" a esta preocupación de militares y familiares.
Pero el viaje se entrelaza con la dinámica de los amoríos, odios, conflictos y pasiones descarnadas, que se desnudan sin temor a la censura ante el lector, mostrándole la diversidad increíble de conexiones entre personas con deseos, gustos y placeres. Algo que le brinda un espacio a la censurada, odiada y condenada intimidad LGBTIAQ+, entre coqueteos, fluidos y gemidos.
En defensa de su invitación a leer la obra, falla Samuel Camargo Hidalgo al no querer que se le considere novela rosa, porque considera que, contrario a esto, se libera una crudeza en la detallada narración que causa escalofríos. Un error puesto que la misma obra se da el lujo de entremezclar cuerpos y las mentes, así como se mezclan regiones y pueblos colombianos sin frontera más que la imaginación, siendo este una razón para su lectura; la ausencia de límite más que el de la imaginación de la escritora, y las sensaciones del lector.
Mientras, el gran filólogo y maestro Fermín Mosquera Borja, cierra con breve pero potente reflexión crítica y teórica literario, al abordar la obra de Ana Luna desde el telurismo , el costumbrismo y el sinfronismo, en la ambición de la escritora por conectarse con la vida en su entornos y realidad colombiana, más allá de la negativa opresiva de la sociedad y lejos de ser solo negación del arte por el arte de la inalterable personalidad de la creación de la escritora.
Queda claro, también, esto en el pasaje de apertura de su libro, ya que la autora nos dice al abrir su obra:
Cada uno de nosotros ve a través de las cristalinas de sus ojos. Solo algunos logran ver por otros ojos lo que se encuentra oculto, detrás de las cortinas de sus vidas.
Estableciendo que detrás de cada persona, espíritu, mirada, vida, como tras los cristales de las ventanas de cada hogar, se encuentra algo oculto que añora ser desnudado, tocado, diseccionado y abierto, buscando más allá de la carne lujuriosa de la superficie, alimentado por el acelerado corazón, para llegar al espíritu, la fascinante vida, ese ser que buscaba en sus reflexiones Virginia Woolf, decepcionándose entre abstracciones francesas, descripciones inglesas, hasta llegar a la incisión rusa, penetrando la carne, detrás de cada cristalinas ventanas de cada casa y cada mirada asomada, detrás las cortinas iluminadas por la luz de la vida.
Lastimosamente muy poco reseñada, comentada y teorizada, esta obra de la cartagenera, que estudió en La ciudad de las acacias, merece un espacio en los estantes y bibliotecas, así como un espacio en las memorables lecturas de la región, para disfrutar de la variedad y creatividad, poco convencional para la época y el contexto, que ofrece la literatura colombiana.
Javier Velásquez
Especial Pijao Editores
Girardot Review