Por Dulce María Ramos
El Universal (Ve)
“Caracas, allí está; sus techos rojos/ su blanca torre, sus azules lomas/ y sus bandas de tímidas palomas/ hacen nublar de lágrimas mis ojos. Caracas, allí está; vedla tendida/ a las faldas del Ávila empinado,/ odalisca rendida/ a los pies del sultán enamorado”.
Este es un fragmento del conocido poema Vuelta a la patria de José Antonio Pérez Bonalde, que retrata el sentir de alguien que regresa al país y esa conexión sin igual que posee el caraqueño con su montaña: El Ávila, testigo silente de alegrías y desdichas.
Caracas, que el próximo martes cumple 450 años de su fundación, ha servido de escenario a propios y extraños. Se la ama desde su esplendor y hasta en su violencia.
A Caracas se le escribe habitando sus mañanas o recordándola en el exilio. Por eso existe la Caracas de Salvador Garmendia, de José Ignacio Cabrujas, Teresa de la Parra, Eduardo Liendo, Elizabeth Schön, Hanni Ossott, Eugenio Montejo… en fin, de tantos escritores que con su pluma la han convertido en una ciudad poética y literaria.
Ella, narrada
“Es infinita, inabarcable, intraducible como totalidad. Caracas tiene mil rostros que se escenifican a la vez”, expresa Juan Carlos Méndez Guédez, que si bien nació en Barquisimeto, pasó parte de su infancia entre El Valle y Catia. “Narro la ciudad humilde de la Intercomunal del Valle en los años ochenta, que no tiene mucho que ver con la Caracas aldeana y castísima de Teresa de la Parra, o con la cosmopolita y genésica de los años cincuenta que describía José Antonio Rial. Pero todas esas ciudades están viviendo ahora, en este preciso momento cuando respiras el aire de gasolina y mango que tiene la ciudad”. Es la ciudad literaria de Méndez Guédez; una imagen que contrasta con la de Eduardo Sánchez Rugeles, pues para él Caracas se traduce en violencia, “la espontánea y cotidiana (urbanística, verbal, física, interpersonal, climatológica, política), el gusto por la paradoja y la fascinación por el caos”.
Por su parte, Israel Centeno, quien creció entre Los Magallanes de Catia y San Agustín, define su Caracas literaria a partir del paisaje, sus habitantes y su luz: “Podría hablarte del paisaje, de la montaña, del conflicto del caraqueño para encajar con la modernidad, su angustia cosmopolita lidiando con su lastre provinciano. Tiene todos los elementos para escribir buenos relatos: violencia, poder, historias de amor y muerte. Pero la luz en Caracas es particularmente llamativa, lo digo desde el punto de vista de un caraqueño que nació y creció sintiendo sobre su piel aquella intangibilidad blanca, azul, amarilla que siempre cae oblicua como una lluvia venteada de ráfagas y que termina por limpiar el paisaje”.
Ella, poesía
Nació en Maracaibo pero vive en Caracas desde hace más de 25 años. Para la poeta Jacqueline Goldberg, a la ciudad hay que traducirla desde sus lugares comunes, el silencio y el miedo: “La escritura se zambulle en muy distintas Caracas, casi de manera enfermiza y sin poder escapar a los lugares comunes que nos son irremediablemente comunes. Pasa de las guacharacas a los tiros, del placer de caminar al miedo, del silencio de ciertas zonas a la violencia, de la maravilla histórica a encierros y pesadumbres. La Caracas que vamos dejando escrita es un laberinto que probablemente requerirá algunas explicaciones extraliterarias”.
Una poeta que nació y ha vivido toda su vida en Caracas es María Antonieta Flores, quien destaca que la ciudad se ha traducido desde hace años en la imponente majestuosidad del Ávila: “Es una ciudad siempre cambiante, en construcción y en destrucción, así que lo más permanente será la naturaleza que la bordea. El Ávila es la imagen que permanece y que desde los inicios de la poesía caraqueña hasta hoy en día está presente en el discurso literario y poético. Pienso en las Églogas al Ávila de Manuel Díaz Rodríguez y cómo, a más de un siglo, persiste la imagen de la montaña”.
Ella, mía
Cuando se leen las obras de estos escritores, se descubre que Caracas tiene un tono particular, una mirada desde la infancia, la cercanía a través de la cotidianidad o lejanía de la mano del recuerdo. Para Méndez Guédez, Caracas es su escenario natural, recurrente en sus novelas y cuentos: “Vuelvo y vuelvo a ella, no puedo evitarlo. Es como un perturbador oxígeno que necesitan mis palabras”.
En el caso de María Antonieta Flores, Caracas dialoga de forma permanente con su poesía, especialmente en su poemario Índigo, que le permitió definirse desde el centro de la ciudad con sus iglesias, sus edificaciones antiguas y la Plaza Bolívar: “No escribo de espaldas a mi entorno, no me evado de esta ciudad que ahora acorrala. Son de Caracas los atardeceres que, cotidianamente, contemplo y es de ella, la lluvia… aunque ahora viva como una turista que va conociéndola de nuevo y vea paisajes aterradores”.
Israel Centeno, en cambio, siente que se ha ido narrando desde Caracas, un lugar que le ha permitido construir su yo caraqueño.
Calletania es un vivo ejemplo de ello: “Escribo desde, dentro y fuera de Caracas. Me pienso fundamentalmente caraqueño, diría que soy venezolano en la medida en que soy caraqueño, y no al revés. Sin embargo, en Caracas, o desde Caracas, comprendo al mundo que se da cita allí”.
En su narrativa, que transcurre gran parte por las calles de Santa Mónica, Eduardo Sánchez Rugeles siente que Caracas se impone en sus letras: “Caracas es un personaje inevitable, sumamente complejo. Aunque lo evite, siempre aparece. Su significado es equívoco y mudable, a veces ofensivo, otras veces amable”.
Goldberg es la única que difiere del grupo, pues la ciudad es una ausencia en su poesía: “Habiendo pasado ya la exacta mitad de mi vida en Caracas, vivo entre ilusiones y furias: me maravilla la pared de verdor que es el Ávila, me enloquecen los motorizados; me encantan ciertas calles y su empinado frescor, me atormenta el silencio interrumpido por las balas de medianoche. Aún Caracas no aparece en mi poesía con nombre propio, ni como referencia. Quizá nunca lo haga. No es obligante, esa ausencia no me hace desalmada ni mutilada. Esa ausencia, supongo, también dice de la Caracas que vivo y dejo de vivir”.