Por Santiago Cruz Hoyos*
Revista Arcadia
Cali es una ciudad que parece haber sido tomada por escritores. El mes pasado era probable encontrarse al peruano Santiago Roncagliolo y a la mexicana Alma Guillermoprieto caminando en la tarde por los alrededores de la Avenida de las Américas, y topárselos de nuevo en la noche en la Biblioteca Departamental, donde hablaron, entre otras cosas, de la actualidad del periodismo. “Los periodistas estamos fritos”, dijo Alma. Y agregó: “No se ha descubierto todavía cómo hacer un periódico accesible que gane lo suficiente como para pagarles a sus reporteros una vida digna. Y creo que una de las razones por las cuales los asesinatos de reporteros en México han sido tan infames y tan frecuentes es porque a los pobres no se les respeta. Los reporteros son unos pobres más. Eso es parte de la derrota en general del periodismo”.
En la Biblioteca también era posible escuchar las confesiones del escritor Luis Noriega, quien sospecha que cuando recibió el Premio de Cuento Gabriel García Márquez hizo el ridículo. “Solo pude decir gracias”, explicó en un conversatorio donde quienes somos tímidos lo comprendimos perfectamente.
Estos escritores, y muchos otros (Alberto Salcedo Ramos, Patricia Engel, Fernando Gómez, Giuseppe Caputo, Margarita García Robayo, Mario Jursich) recorrieron Cali en septiembre por la invitación que les hizo el Festival de Literatura Oiga, Mire, Lea.
En octubre sucederá algo similar. Del 12 al 22 se realizará en el Bulevar del Río la Feria Internacional del Libro, y Cali será visitada por otros escritores como Juan Gabriel Vásquez, Mario Mendoza, Pilar Quintana, Melba Escobar, Evelio Rosero, Doris Sommer, Raymond Leslie Williams. Son 150 en total. Pero quizá eso no sea lo más importante.
Sí, la Feria Internacional del Libro de Cali reúne a representantes destacados de las letras contemporáneas. Pero también puede ser vista desde otra perspectiva: como la cara visible del trabajo que se hace durante todo el año desde la Red de Bibliotecas Públicas de la ciudad, que por cierto es una de las más amplias del país en cuanto a cobertura.
Ese trabajo demuestra que en Cali hay un proceso importante de gente que lee y produce en diferentes géneros literarios, pero que no se hace presente en la cotidianidad, en la cobertura mediática, a la manera como lo hace una feria. Y es que la Feria del Libro pretende en parte eso: darle visibilidad a esa labor cotidiana que se realiza desde la Red de Bibliotecas. “Si no existiera la Feria Internacional del Libro, tal vez no estaríamos hablando sobre la lectura, sobre Cali y los libros”, dice Luz Adriana Betancourth, secretaria de Cultura de la ciudad.
La Red de Bibliotecas Públicas de Cali la conforman 61 bibliotecas que están en la mayoría de las 22 comunas –excepto la 17 y la 22–, y en casi todos los corregimientos (menos Villacarmelo). La red se formó en 2001, cuando se creó la Secretaría de Cultura y Turismo (desde 2016 es exclusivamente Secretaría de Cultura), pero las bibliotecas funcionaban desde mucho antes, décadas atrás incluso, y surgieron por iniciativa de los líderes de los barrios. En La Unión, por ejemplo, todo comenzó después de una tragedia.
Allí, cuenta la secretaria de Cultura, una niña que se dirigía en un jeep hacia la Biblioteca Departamental murió cuando el carro se estrelló. Eso hizo que la gente dijera: “No queremos que nuestros hijos vuelvan a viajar tan lejos a hacer tareas, queremos nuestra biblioteca”. Las mamás comenzaron a buscar libros y en poco tiempo montaron su centro de consulta. Luego, como no tenían un espacio ideal, generoso para una biblioteca, la Alcaldía cedió un local que había pertenecido a Telecom. Allí las señoras del barrio se turnaban para hacer de bibliotecarias, así ninguna hubiera terminado el bachillerato. Pero tenían la voluntad.
Estas bibliotecas comunitarias ya existían, entonces, de manera aislada, pero cuando surgió la Secretaría de Cultura, esta asumió el funcionamiento de esos espacios. Desde entonces la Secretaría dota a las bibliotecas de nuevos libros y le paga al personal. La Red de Bibliotecas Públicas dispone de un presupuesto anual que oscila entre 5.000 y 6.000 millones de pesos.
María Dolores Martínez es la directora de la Red de Bibliotecas Públicas. La función de la Red, además de prestar el servicio de biblioteca, es promover a Cali como ciudad de lectores y escritores. Para lograrlo hay varias estrategias. Por ejemplo, promover la lectura en espacios no convencionales enviando a promotores de lectura a leer donde normalmente no se lee: las salas de espera de los hospitales, las estaciones del mío, las cárceles, los parques, los centros comerciales, incluso las plazas de mercado.
Como los sábados los vendedores de las plazas llevan a sus hijos a sus puestos de trabajo porque ellos no tienen colegio, los promotores los reúnen en una actividad que llaman “Cocinando con la palabra”: repasan algunos cuentos, conversan, los adultos se acercan a compartir recetas que se pueden preparar con los productos que ellos mismos venden. “Sabemos que muchas personas no pueden llegar a una biblioteca por diferentes razones, así que la idea desde la Secretaría de Cultura es que la biblioteca llegue a la gente”, dice María Dolores, y enseguida recuerda un dato importante:
Las bibliotecas públicas son también refugio, espacios neutrales en ciertos barrios donde se imponen las leyes de las fronteras invisibles, y escenarios donde se intenta enseñar a respetar al otro pese a las diferencias.
También se han convertido en espacios pensados para que la gente tenga acceso a la tecnología. En los Puntos Vive Digital se les enseña a los abuelos a no tenerle miedo a un computador, y son capacitados en tareas tan imprescindibles en estos días como enviar un correo electrónico o utilizar Whatsapp.
En algunas bibliotecas hay consolas Xbox para que los niños jueguen por una hora a cambio de cumplir con cinco horas de lectura a la semana. Esa es solo una estrategia. Cada bibliotecario, que regularmente pertenece a la comuna donde está la biblioteca, diseña su propio método. “En la Red de Bibliotecas planteamos la escritura y la lectura pero también la oralidad, que no la podemos descuidar, y los múltiples lenguajes. Es una mirada más amplia. Desde las bibliotecas reconstruimos las historias que narran los mismos habitantes de los barrios de Cali –y por eso es importante que los bibliotecarios vengan de la comunidad donde está la biblioteca que lideran–. Para ello hacemos un trabajo con los adultos mayores, que son portadores de otras sabidurías. También, con las cantadoras del Pacífico”, agrega María Dolores Martínez.
Otra de las apuestas es la reconstrucción del archivo fotográfico de la ciudad. Las personas llevan a las bibliotecas las fotos de la fundación de su barrio, de cómo eran las primeras casas, los primeros habitantes, del día en que pavimentaron una calle por primera vez, y elaboran relatos que son testimonio y memoria de su entorno.
Y sin embargo, ni afuera de la ciudad ni los mismos caleños saben de todo ello.
Ese fue el motivo por el cual surgió hace dos años la Temporada del Libro y la Escritura Tenemos la Palabra, que en 2017 inició con el Festival de Literatura Oiga, Mire Lea, continuó con el Festival Internacional de Poesía, el Simposio Nacional de Memoria y Patrimonio Documental, el Encuentro Internacional de Bibliotecas (Cali es la única ciudad del país con escuela para bibliotecarios) y finaliza con la Feria Internacional del Libro de Cali, donde, entre otras cosas, se conmemorarán los 150 años de la publicación de la novela María, de Jorge Isaacs, los 40 años de la primera edición de Que viva la música! y del suicidio de su autor, Andrés Caicedo, los 50 años de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y el centenario de Juan Rulfo.
Sin embargo, aun con figuras como Caicedo, que está en todo el centro no solo de esta feria, sino de la cultura caleña en general, “se cree que Cali no lee, no escribe, cuando históricamente ha sido muy rica culturalmente. En Cali nació la editorial Norma, y la ciudad se convirtió también en una de las sedes principales de la Librería Nacional. Muchos piensan que Cali es exclusivamente una capital de rumba, de salsa, de melómanos, de deportistas, cuando la ciudad tiene una oferta cultural muy amplia. En ese sentido el gran logro de Tenemos la Palabra es poder mostrar ante nosotros mismos y hacia fuera, al menos una vez a año, que Cali ha sido una ciudad de gran tradición literaria y eso ha seguido siendo así pese a que durante muchos años no se habló de ello. Como si fuera la raíz de un árbol, donde a veces la rama se seca, pero la raíz no ha muerto. La raíz está viva y surge y germina otra vez y el colofón de todo ello lo vemos ahora en la Feria Internacional del Libro”, dice Luz Adriana Betancourth.
Juan Camilo Sierra, el director de la Feria, recuerda además que en Cali se acaba de entregar en Oiga, Mire, Lea el premio del concurso Colección de Autores Vallecaucanos y el premio del XII Concurso de Poesía Inédita. Y durante la Feria del Libro se hará la premiación del Concurso de Cuento para Jóvenes Andrés Caicedo, al que se postularon 826 jóvenes menores de 25 años.
En la Feria también se anunciarán los ganadores de la convocatoria Estímulos de la Secretaría de Cultura de los últimos años, quienes tendrán un espacio estelar para presentar sus obras. “Todo ello de alguna manera habla un poco de lo que está pasando en materia cultural. Cali es una ciudad que busca resurgir del flagelo del narcotráfico, que busca de nuevo su identidad, y en parte por ello hoy vemos un público ansioso que quiere disfrutar de nuevo de toda esa oferta cultural que ha caracterizado a la ciudad”, dice Luz Adriana Betancourth.
*Periodista