Por María Teresa Cárdenas M. Foto Ulf Andersen/Getty Images
El Mercurio (Chile) – GDA
“A mí me fascinaba desde niño hojear los libros de anatomía de mi padre”, recuerda Jorge Volpi (México, 1968). Y no es difícil imaginar a ese niño curioso, solitario y algo tímido, de mirada inteligente apenas disimulada por los anteojos, revisando imágenes y textos.
Un alumno aventajado del colegio marista que con toda probabilidad alentó en el padre cirujano la ilusión de que seguiría sus pasos. No fue así, pero a cambio heredó prácticamente todos sus intereses: la música, el arte, la ciencia, la literatura, el baile. “Bailo fatal, pero me encanta”, asegura con humor. La intransigencia moral, el conservadurismo y el excesivo control del padre, en cambio, provocaron en él una secreta rebelión y algunas ácidas discusiones.
Jorge Volpi y Solís murió en Ciudad de México el 2 de agosto de 2014. Y Jorge Volpi Escalante supo de inmediato que escribiría sobre él. El resultado fue ‘Examen de mi padre’ (Alfaguara), un ensayo subtitulado ‘Diez lecciones de anatomía comparada’ que el autor reconoce como su libro “más personal, sin duda”.
En él también aborda la evolución de la anatomía como ciencia médica; la historia contemporánea de México y su escalada de corrupción y violencia; su propia biografía y recuerdos. “Un examen de mi padre, de mí y de mi padre-patria”, resume.
Licenciado en Derecho y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, Volpi fue uno de los fundadores de la generación del Crack (1996), junto con Ignacio Padilla (1968-2016), entre otros. Con seis libros publicados, en 1999 conquistó al jurado del Premio Biblioteca Breve Seix Barral con ‘En busca de Klingsor’, iniciando una nueva etapa de su carrera literaria, que ya suma más de veinte títulos.
Al construir sus novelas, Volpi tiene siempre presente otra gran pasión: la música. Incluso en Examen de mi padre dice que daría su alma a Mefistófeles a cambio de ser director de orquesta. Pero ha encontrado otras maneras de encauzar esta veta. “En los últimos años, como programador de música, que es el trabajo que más me gusta, primero como director del Festival Cervantino y ahora en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), en la que es director de Cultura, donde acabamos de crear una nueva orquesta barroca. En mi vida diaria, voy al mayor número de conciertos posible y mi colección más preciada es de CD”.
“Desde que murió mi padre yo pensé que iba a escribir sobre él”, dice Jorge Volpi. “Leí muchos libros sobre pérdidas, que son toda una tradición literaria por sí misma: escritores hablando de sus padres, de sus hermanos, de sus parejas o de sus hijos que han muerto”.
Sin embargo, antes de elegir la forma o el género, determinó cuánto tiempo le dedicaría: “Mi padre nos contaba que cuando murió su madre usó una corbata negra durante un año. Yo no me iba a poner una corbata negra, pero decidí que durante un año iba a escribir un libro sobre él”. Conocer esa tradición literaria de la pérdida le ayudó a dar un segundo paso: “No quería hacer un libro que fuera estrictamente una memoria ni tampoco una novela. Por eso preferí el ensayo literario, permite la libertad de insertar reflexión, memoria”.
Y la planificación fue aún más allá. “Decidí que iba a escribir un libro en diez capítulos, que cada capítulo lo iba a iniciar el primer día del mes y lo iba a terminar el último. Dos meses no escribiría; uno, porque en esa época trabajaba en el Festival Cervantino, que es en octubre, y otro, para darme de vacaciones. El libro lo empecé el 1.° de enero y lo terminé el 31 de diciembre”.
En ese año de escritura, ¿entendió mejor a su padre o su relación con él? “No es que haya descubierto nada que no supiera. Pero por otro lado es un ejercicio rarísimo. Es decir, pasar tres, cuatro horas al día, durante un año entero pensando en tu padre. Siempre hay cosas que han faltado, pero sobre todo hubo paz entre nosotros”, dice. “Buena parte de cómo soy se la debo a mi padre, entonces no puedo traicionarme”.
Dice que el ensayo inicial fue el más complejo porque no sabía bien qué iba a hacer, pero que finalmente ese primer capítulo le “dictó” el resto. Lo tituló ‘El cuerpo, o De las exequias’. En los siguientes fue eligiendo distintas partes del cuerpo y desarrollando la relación, real y simbólica, de su padre con esa parte del cuerpo, la suya y por último la de México, “el cuerpo social en el que vivimos los dos”. Así surgieron ‘El cerebro, o De la vida interior’; ‘La mano, o Del poder’; ‘El corazón, o De las pasiones.
Pero ¿cómo relacionó el deterioro de su padre con el de México? “Mi padre, como cuento en el libro, no tuvo ninguna enfermedad terminal, pero tenía una depresión muy aguda asociada a males menores”, dice. “Yo empiezo a verlo sumido cada vez más en esa depresión a partir del año 2006, cuando regresé a mi país después de ocho años fuera. Y el 2006 es el momento en que México comienza esa misma degradación, porque es el año en el que (Felipe) Calderón lanza la guerra contra el narcotráfico que al día de hoy ha tenido 120.000 muertos, 30.000 o 40.000 desaparecidos”.
“De pronto, las noticias eran tan terribles, de muertos y más muertos, a veces de las maneras más atroces –señala–, que lamentablemente empezó a pasar y sigue pasando esta sensación de que ya no hay que escandalizarse, porque hace la vida pública imposible. Pero eso también ha provocado que en México haya esta falta de verdades”.