Estaba en mi jardín, con Merlín mi perro, regando mis plantas de PENSAMIENTO, cuando al pasar una vecina, relativamente joven, acompañada de su esposo y de su perrita, se acercó y me dijo: - ¿No se aburre solita?
En el conjunto residencial en el que vivo, es usual, por parte de la Administración, pasar las noticias del acontecer de las familias, especialmente lo relativo a los duelos acaecidos cada mes. De tal manera, sus habitantes se enteran de los decesos ocurridos, por lo cual, se ve a las claras, que todos se enteraron del reciente fallecimiento de mi esposo.
Por tanto, entré a pertenecer a la franja de las viudas. Nuevo estado civil: viuda.
He sido una aficionada a consultar el significado de las palabras en el diccionario
Viuda: Se dice de la persona a quien se le ha muerto su cónyuge y no ha vuelto a casarse.
ABURRIMIENTO: Sensación de fastidio provocada por la falta de diversión o de interés por algo.
Encajo perfectamente en lo primero: viuda. No me ajusto a lo segundo: aburrimiento.
Existen numerosos estudios sociológicos, psicológicos y psiquiátricos, referentes a la viudez. Todos confluyen en indicar, que cuando ocurre en la edad provecta, conlleva mayores compromisos en relación con la aparición de posibles desequilibrios psíquicos. Es un hecho demasiado estremecedor el de la viudez. Mayores riesgos de enfermedad física y mental, aún de morir, cuando fallece uno de los cónyuges, habiendo alcanzado la pareja en unión hasta la vejez. La muerte misma, se da con alta incidencia, en varones, quienes han sido dependientes de su esposa para todo: aprovisionamiento biológico, social y afectivo. La falta de hijos agravaría la situación.
Las mujeres, en general, se readaptan mejor a la situación. El soporte social, que han cultivado a lo largo de los años, favorece su ajuste. Así, como también, el disfrute de diferentes quehaceres. Influyen otros factores, como el soporte económico y el tipo de personalidad, incluida, la salud física y la psicológica, por supuesto.
De los duelos más difíciles, después del de un hijo, aparece la viudez. Con el cónyuge hemos compartido absolutamente todo en nuestras vidas. Desde la juventud, pasando por la madurez, hasta llegar a la vejez. Es una relación integral. Con el cónyuge hemos construido nuestro proyecto de vida. Lado a lado, hemos ejercido profesión, trabajo, recreación; reproducción: crianza de hijos. Deberes y placeres. El cuerpo y el espíritu, en constante comunicación e interacción. El goce sexual, social y artístico. La convivencia, la intimidad; el lecho. Ajustes y desajustes. Cambios cronológicos y psíquicos inherentes a cada etapa de vida. Viajes. Enfermedades. El transcurrir del tiempo dejando la huella en nuestra misma carne.
Cuando se ha compartido con el cónyuge, durante varios años, se ha asistido a numerosos eventos emocionales en pareja. Se han desarrollado una serie de estrategias de asimilación de múltiples acaeceres, de nuestra humanidad intrínseca y extramural. Esto hace que la pareja conforme una entidad. Cada uno con su carácter, afectividad, profesión u oficio, aportando a la cosmovisión que la pareja ejerce en dualidad armónica.
Ese elemento ha sido muy estudiado. Cuanto más armoniosa ha sido la relación de pareja, mejor se asume el duelo. Pareciera una contradicción, pero lo encontrado en diversos estudios es concluyente.
Como si el amor, nos alimentara tanto, que sigue brindándonos beneficios, aún después de la muerte del cónyuge amado.
La clave, estaría en la individualidad compartida, pero preservada. Parece un trabalenguas, pero es una realidad. La codependencia, ejercida con la preservación del YO individual, con sus propios criterios, aficiones, gustos, aversiones y sensibilidad.
Es así, como se logra asimilar, en forma constructiva, el DUELO DEL CONYUGE. Valga la aclaración: en la llamada Tercera Edad Temprana. Pues otra cosa puede acarrear la viudez en la llamada Cuarta Edad, bajo circunstancias de enfermedad o discapacidades comprometedoras, aunada a déficits sociales y económicos.
Pues bien; pasando a la pregunta del aburrimiento, al nombrar en las características anteriores, aficiones, estas ocupan lugar privilegiado para nunca aburrirnos; y, así mismo, no incurrir en depresiones anómalas. El interés en diversas actividades. El compromiso con nuestro ejercicio cultural, artístico, profesional, laboral, afectivo, social, familiar. Nuestros hobbies e intereses. Nuestro amor por el variado y rico espectáculo de la vida en constante devenir.
Seguramente, algo tiene que ver la personalidad de cada cual, en esto de no aburrirse. Algunos, portamos una innata predisposición hacia el goce; el asombro ante un bello amanecer, el encantamiento por el gorjeo de los pájaros, el placer por los sonidos de la lluvia en la ventana, el deleite por el batir del viento en las ramas de los árboles. La música del silencio … LA SOLEDAD. Haber incorporado desde siempre, el saber estar solos. Disfrutar de nuestros encuentros con nosotros mismos, en la quietud del silencio. O disfrutando de un concierto, de una canción. Recrearnos en ese espacio tan necesario y enriquecedor. Llenarlo de pensamientos. Permitirnos echar globos, reírnos de nosotros mismos, soñar despiertos. O quedar en blanco, así como lo requiere el mismo ejercicio de la meditación.
También, como psicóloga, pienso que la educación recibida en casa, BAJO EL INFLUJO DE NUESTROS PROGENITORES es una impronta fundamental.
Jamás oí en mi hogar paterno que alguien estuviera aburrido. Y ahora que recuerdo, tampoco en mi medio escolar. Siempre teníamos muchísimas cosas qué hacer. Que Teatro. Que el Periódico mural. Que el deporte. Que las clases extracurriculares. Que las pilatunas mismas. Juego y diversión. Labores y estudio. Emociones compartidas.
Y, desde luego; la época universitaria, estuvo signada por ilusiones permanentes. Los primeros encuentros amorosos. El juvenil despertar de los sueños. La configuración de ideales diversos. Las aspiraciones intelectuales. El incansable fluir de anhelos y esperanzas. Retos académicos. Prospecciones laborales. Investigación. Puesta a prueba del saber ya en el inicio del ejercicio laboral ad portas. Ni modo de aburrirse. ¡Demasiadas perspectivas!
Me atrevo a pensar, que el aburrimiento, es un mal de estos tiempos, que a mi generación no tocó. Y ahora, bajo la presión de la PANDEMIA, este encerramiento ha sido el detonante primordial. Un tedio. Un desinterés ha invadido a muchos de nuestros jóvenes.
Recientemente, se dedicó un día especial, para alertar, sobre el incremento del SUICIDIO, en nuestro medio. Mayor en varones, que en mujeres; y, con alta tasa entre los jóvenes. Aunque también, cabe resaltar, que los viejos se suicidan. Casos recientes, muy conocidos, al quedar viudo el varón. Casos desde siempre, de viudos ancianos que se suicidan.
Afortunadamente, los colegios y universidades, ya principian a abrir sus puertas a las clases presenciales. Si bien el factor social es un detonante, no debemos olvidar la alta incidencia de la enfermedad mental.
Herencia y ambiente en intrínseca correlación.
Cierro mi columna de hoy, comentando lo que contesté a mi vecina: -Tengo tanto que hacer, que no conozco el aburrimiento. Leo, escribo, trabajo; cuido mi casa, mi perro y mi jardín. Cultivo la amistad. Disfruto enormemente la soledad; LA CONTEMPLACIÓN Y HASTA EL OCIO; y, ADEMÁS, llevo en mi corazón el AMOR y la admiración hacia mi esposo, quien me sigue hablando en las páginas de sus numerosas producciones literarias.
Ruth Aguilar Quijano
Especial Pijao Editores