Por Jorge Andrés Osorio Guillot
El Espectador
Hijo de un diplomático (Santiago Mutis Dávila) e íntimo amigo de Gabriel García Márquez: dos datos que parecen aislados pero que simbolizan el inicio de su vida por Bruselas en la infancia y el inicio de su vida artística con sus primeros versos brindados a los suplementos literarios de El Espectador en la década de 1940. Su paso por Bruselas, debido al trabajo de su padre como diplomático, lo obligó a vivir 7 años en aquel lugar. Tras la muerte de su padre, regresa a Colombia, específicamente a la finca de su madre en Coello, Tolima, lugar que marcaría no solo un espacio sino también un tiempo, un recuerdo, un pasado constante en su memoria y en su obra. Tiempo después se trasladó a Bogotá para realizar estudios de bachillerato en el Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, donde el poeta Eduardo Carranza sería su profesor de literatura y una de las semillas de su afinidad a los versos y a la estética de la poesía.
Desde los 16 años se dedicó a escribir, ese siempre fue su oficio, su pasión y su rito. Gracias a su disciplina logró, al igual que Gabriel García Márquez, dar sus primeros pasos como escritor en el periodismo. A partir de sus publicaciones en El Espectador, consiguió la publicación de La Balanza en 1947, un libro de 200 ejemplares que contenía sus primeros avistamientos como poeta. Infortunadamente, y como un inicio trágico, la mayoría de sus ejemplares desaparecieron tras la violencia que germinaba el 09 de abril de 1948 tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá. Esa fue la única ocasión en que las llamas acabaron con las letras de Mutis, pues después cada una de sus obras se iban a ver blindadas por el agua que recorría con la más fiel representación de su vida y su visión del mundo: Maqroll El Gaviero.
Solitario como cualquier otra persona que decide vivir y trasegar entre mares y ríos; contundente y fugaz a la hora de hablar en tierra y totalmente desencantado de todo lo que pudiera suceder en el asfalto. Así era Maqroll, álter ego y portador de un mensaje que ha recorrido las ciudades más antiguas de Europa y las aguas más tormentosas de América. Su permanencia en la vida y obra del escritor bogotano es de vital importancia para entender ese roce constante entre prosa y verso, pues de las peripecias, los amoríos, las desilusiones, el aire avasallante del mar abierto y los pensamientos que vacilan y acompañaban el chocar de las olas con las embarcaciones, nacieron varios escritos que embalsamaban la pluma de Mutis con poemas, novelas y relatos de una vida aislada y arraigada a la nostalgia del recuerdo y no a la posible felicidad del presente. Maqroll el Gaviero, dicen, nació siendo viejo. Sus narraciones de la vida adulta, del amor por Ilona, de los cálculos para evitar encallar selva adentro y sus silencios que parecen más profundos que el mismo mar, se mantienen siempre en un tiempo donde no hubo espacio para la infancia y la inestabilidad de la adolescencia.
La Summa de Maqroll el Gaviero (2002) que reúne toda la sutileza y la belleza de su poesía, junto con Empresas y Tribulaciones de Maqroll el Gaviero (1993) que reúne las siete novelas del personaje y de la narrativa de alta mar son las recopilaciones que hablan de la grandeza de Álvaro Mutis. De las obras que allí se reúnen, el escritor bogotano obtuvo premios como el Premio Nacional de Letras de Colombia en 1974, Premio Nacional de Poesía de Colombia en 1983, Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero por el Gobierno de Francia en 1989, Premio Nonino de Italia en 1990, Premio Príncipe de Asturias de España en 1997, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el mismo año y el Premio Miguel de Cervantes en el 2001. Para muchos es motivo de lamentación que entre esos premios no haya quedado espacio para un Nobel de Literatura, sin embargo, hay historias que se hacen inmortales más allá de cualquier distinción, pues personas como Mutis no se hicieron artistas por las estatuillas sino por un don que les dio la capacidad de convertir sus hogares y sus pasos en mundos inimaginables y transgresores de nuestra condición.
Pero más allá del inminente símbolo del almirante, no hay que olvidar que Álvaro Mutis también escribió otros textos que no hacen parte de la vida de Maqroll. El diario de Lecumberri (1960) es un relato intenso y plagado de humanidad. En él se mezcla la capacidad del autor para escribir realismo y ficción, pues allí narra su paso en la prisión de Lecumberri en México donde estuvo preso alrededor de 15 meses por haber huido al cometer desfalco. Los renglones que preceden la narración nos cuenta la relación con varios personajes sumidos en problemas de drogadicción y asesinatos múltiples. Con una voz desgarradora y fiel a las imágenes de un encierro rodeado por el mugre y la barbarie, Mutis logra describir un hecho que amplía su visión de un mundo lúgubre, tramposo y deshumanizado. Es en esta obra donde se exaltan dos de los elementos que se ven a lo largo de sus escritos y que poseen una gran carga psicológica y social: el sueño y el falansterio. Ambas herramientas se ven en escritos como El Diario de Lecumberri (1960), La mansión de Araucamía (1973), La última parada del Tramp Streamer (1988) y Amirbar (1990). En ellas el sueño se presenta como el escenario de escape y de alteración de una realidad que niega y derrota las intenciones de sus personajes; mientras que el falansterio se genera en esos recintos donde el comportamiento del ser humano se ve determinado por la intensidad del encierro y la cercanía con otras personas que, en varias ocasiones, terminan chocando con la imaginación y la fertilidad de ideas del otro.
Escritores como Piedad Bonnett, Javier Reverte, Alberto Ruy Sánchez y Gabriel García Márquez exaltaron la obra y la literatura de Mutis. Pero quizá fue Gabo el que más se acercó al creador de Maqroll el Gaviero para consolidar una amistad enlazada por la grandeza de sus letras y la bondad de sus relatos. Tanto Mutis como Gabo se elogiaron a lo largo de sus carreras, aún cuando habían prometido alguna vez no hacerlo, esto “como una vacuna contra la viruela de los elogios mutuos.” Sin embargo, en algún momento, como ejemplo a ese afortunado incumplimiento, Mutis afirmó en una entrevista a la Revista El Mundo lo siguiente: “Si algo he procurado evitar es que me encasillen dentro del llamado realismo mágico, y no porque tenga nada en contra, no. Cuando lo ejerce alguien como García Márquez o Miguel Ángel Asturias, pues salen libros bellísimos, pero yo no sé hacerlo, me resulta ajeno, tan ajeno casi como el naturalismo o el realismo social. Estoy convencido de que cada escritor tiene un destino, y ha de hacer cuanto pueda por evitar desviarse de ese sendero. Yo, por ejemplo, he quemado dos novelas completas. Una se titulaba El último rostro, de 360 páginas, y era sobre los últimos años de Bolívar; la otra se llamaba Cuando Dios bajó a Nagaima, sobre la violencia en Colombia. Las quemé porque no las sentía como mías, no era sincero...Jamás me arrepentí de quemar las dos novelas. Además, la de Bolívar la escribió magníficamente mi amigo Gabriel García Márquez. Él no creía que había quemado mi novela. Cuando lo convencí, me dijo: "Pues mira, ahora la voy a a escribir yo". Y fíjate qué maravilla le quedó.”
Y así, entre elogios y admiraciones mutuas, Gabriel García Márquez habría realizado el prólogo de La mansión de Araucaíma (1986) y allí afirmó que: “Basta leer una sola página de cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos.”