Revista Pijao
Algunos dicen: una carta desde el Eje Cafetero
Algunos dicen: una carta desde el Eje Cafetero

Por Octavio Escobar Giraldo *  Foto Daniel Reina Romero/ Semana

Revista Arcadia

Algunos dicen que escribir desde provincia puede ser ventajoso: los trancones te quitan poco tiempo, el cerebro está mejor oxigenado y las distracciones son menores (desde que no te suscribas a muchos canales de ESPN). Internet ha hecho posible que las experiencias de las grandes capitales estén a un clic de tu pantalla. No es la realidad, pero puede ser HD. No son pocos los capitalinos que han optado por el retiro a la pequeña vivienda campesina, lejos del mundanal ruido, como diría Thomas Hardy, por motivos presupuestales y para estar en mayor contacto con la Colombia profunda, si es que hay una sola Colombia profunda, prístina e inobjetable, a la que no contaminan los alimentadores de Transmilenio.

Así que el manuscrito, por llamarlo de alguna manera, es bastante posible en medio de la vereda tropical, incluso con calidad. Un amigo buen lector es una posibilidad menos frecuente, pero no exótica, y sus comentarios serán juiciosos y severos porque espera que tú actúes con idéntica honradez cuando por fin termine la novela que lleva años pensando y que tal vez nunca vea la luz; “esa maravillosa novela que renueva el lenguaje y que nunca es aburrida y que captura una realidad latinoamericana que permanecía oculta entre charreteras y discursos, entre paisajes y conventos”, como quería Darío Jaramillo Agudelo, y que demostrará una vez más una de sus tesis centrales, fruto de largas noches de reflexión periférica, que los clásicos de la literatura colombiana los escribieron provincianos: Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Carrasquilla, Fuenmayor, García Márquez, Gaitán Durán, Porfirio, Andrés Caicedo, Aurelio Arturo, Arnoldo Palacios. Silva es la excepción que confirma la regla. Silva es el rescate de un naufragio. Nadie sabe muy bien lo que es Vargas Vila.

¿Entonces es fácil escribir desde provincia? El reconocido escritor sevillano Álvaro Olmos opinó en una entrevista: “Creo que en España la llamada literatura posmoderna la han hecho sobre todo escritores de provincia por un simple complejo de inferioridad. Seguramente alguno de mis libros se inscriban en este diagnóstico”. Pero mejor no compliquemos las cosas con clasificaciones académicas.

Si logras superar al lector crítico, también aspirante a escritor, algunos dicen que producir un libro en provincia también puede ser una felicidad. En muchos rincones de Colombia hay buenos talleres de impresión, con diagramadores minuciosos y operarios capaces. En algunos casos, una universidad puede interesarse en lo que escribes, sobre todo si eres profesor o exalumno. En otros, tal vez una convocatoria regional o un secretario de Cultura, faciliten las cosas. Aunar recursos puede conducir a ilustraciones policromáticas, firmadas por otro talento local, y pasta dura, dos elegancias que no acostumbran las multinacionales del libro. Al periódico local le puede interesar el esfuerzo y en el vecindario te reconocerán en la sección cultura y comenzarán a llamarte “poeta”, aunque la nota diga claramente “libro de cuentos” o “novela”. El canal regional de televisión también se hará eco de la nueva creación literaria. Un oscuro profesor universitario redactará tres párrafos sobre tu libro en su blog.

El proceso termina, casi siempre, con una caja para la que hay que buscar un lugar en casa, uno no muy visible. Ya regalaste ejemplares a familiares y amigos, hasta a algún político muy colaborador. Ya consignaste cinco en cada una de las librerías del centro, y solo tres en la que vende libros de segunda. Esperas que se obre el milagro, que las palabras florezcan y fructifiquen. Pero se tarda y no ocurre. Lo que ocurre es que la caja empieza a crecer aunque no crezca, fertilizada por tus esfuerzos y tus sueños, pero, sobre todo, por tu decepción. Porque esa caja significa que “no se publicó” un libro, que en realidad no se hizo público, como pide la etimología. Por lo menos no en los términos que interesan. El libro debería participar del debate literario nacional e internacional y conseguir que los lectores más exigentes repasasen sus páginas. El libro debería alcanzar a los críticos, asaltarlos, y ser comentado en los medios. El libro debería rotar por las vitrinas capitalinas y ser leído por otros escritores, que de inmediato se animarían a reseñarte.

Simplifiquemos: el libro debería ser (dicen que a muchos escritores bogotanos, bogotanísimos, también se les crecen las cajas de libros). Pero no. Ni profeta en tu tierra ni talento recién descubierto en provincia. Nada de eso. No publicaste un libro. Lo que tienes es una caja que crece aunque no cambien sus medidas. La pregunta terrible es si esto te ocurrirá una sola vez, la primera, o si cada uno de tus esfuerzos, por fortuna narrativos –con los poetas las cosas son muy distintas, dicen que mucho peores–, tropezará con la indiferencia de la capital. Queda el recurso de los concursos de inéditos, un atajo para llegar al editor y al periodismo especializado. Tienen un cierto encanto deportivo, y cuando no está implicada una editorial, suelen ser honrados, pero es difícil ganarlos, muy difícil.

Optes por uno u otro camino, conviene revisar lo que has hecho hasta ahora. El problema puede estar, por supuesto, en tu libro. Has leído como el que más y te has preparado concienzudamente para ser escritor, aunque sin maestría. Tal vez por eso no sabes serlo. Pero trabajaste como el que más, corrigiendo mucho. Buscas claves del éxito, cotejas, comparas. En un libro de cuentos de un joven escritor bogotano –¿es tan bueno que la editorial lo lanza con un volumen de cuentos?–, encuentras características estilísticas similares a las tuyas. ¿Cuáles son las diferencias? En ambos libros hay una reunión etílica de amigos, la tuya en un bar de la plaza principal de tu ciudad, la otra se desarrolla en una ‘cafebrería’ del norte de Bogotá. Los asistentes son muy diferentes. Los tuyos hablan del desempleo, de problemas de corrupción en la Alcaldía y de una psicóloga de colegio privado que podría ser top model si alguien viniera a descubrirla desde Milán. Los otros hablan de la Colonia Roma, en ciudad de México, y del Café Zúrich en Barcelona, aunque la mitad no lo conocen, pero lo van a conocer muy pronto, y de una belga, no muy bonita pero interesante, que organiza fiestas increíbles en su apartamento del barrio La Macarena.

El comentario de contracarátula del libro capitalino alaba el tratamiento de la cotidianidad que hace el autor, sin caer en el costumbrismo. Seguramente desear a una psicóloga de colegio de provincia es costumbrista, qué importa que la belga sea insípida. También comparten un cuento sobre narcotráfico. En el tuyo los mafiosos dominan un pueblo del Magdalena Medio a finales de los años setenta. Están retratadas la terrorífica convivencia con el crimen, la venalidad de los funcionarios públicos, la condescendencia de la policía, la complacencia con la que buena parte de la sociedad acepta regalos de los forajidos. En el cuento del escritor bogotano, el personaje principal, un estudiante de la Universidad Nacional, descubre después del atentado contra el edificio del DAS en 1989 que vive en una sociedad penetrada por dineros calientes y, desesperado, concluye que el país no es viable y decide buscarse la vida en Inglaterra o Alemania. Te pasa por la cabeza que los bogotanos siempre están pensando en irse del país, solo lo pueden ver bien desde lejos. De todos modos maldices: en lugar de escoger una fecha reconocida, periodísticamente notoria, digna de Google, retrataste una conducta social generalizada e insensible, que avergüenza pero no resuena. Costumbrismo. Revisas quién firma la nota de contracarátula de la edición de la multinacional del libro que se arriesgó con un volumen de cuentos y de inmediato reconoces el nombre: un periodista del que el escritor fue compañero de trabajo en un periódico (el periodista es, además, hijo de otro periodista famoso, lo que también ayuda). Es lo bonito de la amistad. Y de las genealogías. Si alguno de tus amigos trabajara en un medio importante, tal vez, solo tal vez, conseguirías “publicar” tu libro. La multinacional del libro es un camino que ya recorriste. Hace nueve meses les enviaste tu manuscrito, por llamarlo de alguna manera, y ni te acusaron recibo. Tu amigo escritor dice que si alguien no te recomienda, o un agente literario no se interesa en ti, nadie te va a leer. Entre tus hipotéticos lectores y tú hay una cadena de intermediarios que tiene que funcionar, y no funciona. En lugar de empujar la caja, la hace crecer. Podrías intentar el camino alternativo, Amazon y similares, pero sabes que es una ruta riesgosa, aunque con casos exitosos. Algo te dice que no eres E. L. James, que tienes otras aspiraciones.

Por lo pronto decides que lo próximo será una novela, es el género, aunque cada tanto digan que está muerto. Oíste de una fórmula exitosa: mujer mayor, recientemente divorciada, se va de vacaciones a un lugar exótico y encuentra al amor de su vida: un hombre joven, muy bueno en la cama, que le abre todo un universo erótico. Viven un tórrido romance, pero de todos modos la mujer regresa sola a su hogar, porque no quiere perder su independencia. Te dijeron que en España funciona muy bien. Tal vez no sea tu destino.

Algunos dicen que es una tontería preocuparse por lo que pasa con los libros. Que la caja es una bendición: cada que alguien te pida un ejemplar, podrás regalarlo. Navidades y cumpleaños dejarán de angustiarte, tal vez seas famoso en una fiesta de 15. Y tus cuentos irán circulando, se beneficiarán del voz a voz, de los vasos comunicantes, de unas corrientes profundas, subterráneas, que valoran la calidad y la encumbran. Es un proceso lento pero seguro, y siempre queda la promesa de la fama póstuma. Si un libro es bueno, vencerá la indiferencia, encontrará su público.

Algunos dicen.

*Escritor, profesor y cirujano. En 2016 ganó el Premio Nacional de Novela con Después y antes de Dios.


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