Por Mónica Quintero Restrepo
El Colombiano
Alberto Manguel, ha dicho él, tiene una relación íntima con Alicia, Pinocho y Caperucita. Desde casi siempre, y ya tiene 68 años. A Pinocho lo leyó en Buenos Aires cuando tenía ocho años, o nueve. “No lo sabía entonces, pero creo que Las aventuras de Pinocho me encantaron –se lee en un artículo suyo en Letras libres– porque son las aventuras de un aprendizaje. La saga de la marioneta es la que corresponde a la educación de un ciudadano, la antigua paradoja de alguien que quiere formar parte de la sociedad humana al tiempo que trata de averiguar quién es realmente, no como aparece a los ojos de los demás sino a los suyos propios”.
A Alicia en el país de las maravillas vuelve, cuenta, cuando se quiere divertir con preguntas difíciles. Porque a él la relectura le funciona, lo que no significa que le funcione a otros. “Yo sé que ahora me satisface sobre todo releer. Releo libros que para mí son significativos y que son significativos para ciertas atmósferas y ciertos momentos, entonces si yo quiero pasar un momento divertido vuelvo al Quijote, si quiero pasar un momento pensando más profundamente en cuestiones graves puedo leer La muerte de Ivan Ilych, de Tolstoi, a Schopenhauer. Son simples relecturas”.
Manguel nació en Buenos Aires. Algunos, no obstante, lo llaman nómada del mundo. Su padre era diplomático y eso, también después su curiosidad, lo llevó por Israel, Italia, Inglaterra, Tahití, Canadá y Francia. Sigue siendo nómada. Ahora deja su casa en un pequeño pueblo de Francia para irse a Estados Unidos, y su biblioteca, que es tan importante, deberá, mientras vuelve a encontrarle un lugar, guardarse. “Yo no me he decidido a regalar mis libros todavía”. Tiene unos 44 mil.
Alberto es lector, escritor, editor, investigador. Lo conocen como los ojos de Borges, porque cuando el escritor estuvo ciego y él tenía unos 15 años, iba a su casa a leerle. “Ahora puede parecer sorprendente –le contó a El País, de Cali–, pero en esa época fuimos muchos los lectores de Borges. No sé cuántos vivamos aún para contarlo, eso sí. Pero él realmente no necesitaba ni buscaba gente ilustrada para eso; solo pedía amablemente unos ojos y una voz ajenos”.
Una historia de la lectura es su libro más conocido, en el que hace un ensayo sobre este oficio. La lectura es uno de los temas a los que más ha vuelto, y de la que más le preguntan. Sobre el formato le insisten varios. “Cada cambio de instrumento implica un cambio de acción, pero quizás no en la manera en que imaginamos –se lee en su página web–. E-books, bibliotecas virtuales y iPads nos permiten leer de formas en las que nunca lo hemos hecho antes: podemos ahora cargar una biblioteca completa en nuestro bolsillo y, desde nuestro propio cuarto podemos acceder a libros guardados en bibliotecas lejanas. Y, sin embargo, lectores sofisticados se quejan de que los nuevos gadgets no tienen las cualidades sensuales del libro impreso, el toque erótico, el olor (...). No hay duda que quejas similares fueron escuchadas desde los lectores sumerios de tablas con la llegada de los rollos de papiro y también de los lectores romanos de papel con la llegada del libro”.
Manguel hace unos diez años se encontró con Dante Alighieri y La divina comedia y descubrió que hay muchas cosas ahí sobre las que quiere reflexionar. Se volvió indispensable. Ahora lee un canto todos los días, antes de desayunar.
Dante está en su más reciente libro, Curiosidad. Una historia natural, que hizo, quizá, por el primer párrafo. “Tengo curiosidad sobre la curiosidad. Una de las primeras frases que aprendemos de niños es ‘¿por qué?’. En parte porque queremos saber algo sobre este misterioso mundo en el que hemos entrado involuntariamente, en parte porque queremos entender cómo funcionan las cosas en este mundo, y en parte porque sentimos la necesidad ancestral de relacionarnos con otros habitantes de este mundo, apenas dejamos atrás nuestros primeros balbuceos y arrullos empezamos a preguntar ¿por qué? y nunca dejamos de hacerlo. Descubrimos muy pronto que la curiosidad pocas veces es recompensada con respuestas significativas y satisfactorias, sino más bien con un deseo cada vez mayor de formular nuevas preguntas, y con el placer de dialogar con otros. Como todos los inquisidores saben, las afirmaciones tienden a aislar; las preguntas unen. La curiosidad es un medio para declarar nuestra pertenencia al género humano”. Manguel conversa de un tema a otro.
En Medellín hay muchas bibliotecas ahora, y dicen que eso ha generado un cambio social, pero los índices de lectura siguen siendo muy bajos...
“Los índices de lectura fueron siempre muy bajos en todo el mundo y en toda época. Nunca hubo una sociedad en la cual la mayor parte de los ciudadanos fueran lectores. Hay unas pocas excepciones, por ejemplo Islandia, que es un país donde casi todos leen. Cuenta Julio Verne en Viaje al centro de la tierra que cuando llegan a Red Yiak a ver las bibliotecas notan que los anaqueles están casi vacíos, y les explican que es porque la gente los toma para leer. Son bibliotecas activas, pero en la mayor parte del mundo los lectores son la minoría”.
Ha dicho que leer es un privilegio
“Leer es un privilegio, pero que concedemos a todos, es decir, es un privilegio al cual tenemos acceso si queremos, solo que en la mayor parte de la sociedad los valores que propone, que son los valores de lo fácil y lo rápido, no conducen a querer ser lector. Yo no puedo decirle que lo bueno es lo fácil y lo rápido, y al mismo tiempo decirle que se dedique a algo lento y difícil. Tenemos que cambiar esos valores de la sociedad, es esencial que cambiemos esos valores”.
La gente que no lee igual tiene una vida, ¿por qué es ‘bueno’ leer?
“Hay gente que tiene una vida y nunca se ha enamorado, hay gente que tiene una vida y que nunca ha disfrutado de la música, hay que gente que tiene una vida y no tiene amigos. Sobrevivimos de alguna manera, pero hay mejores formas de sobrevivir y que permiten utilizar nuestras calidades”.
Borges no leía muchos libros, pero releía...
“Borges no poseía muchos libros, pero era un lector muy profundo, seguramente uno de los mejores, sino el mejor lector de todos los tiempos”.
Releer depende entonces de cada uno, ¿o hay que hacerlo?
“No hay reglas. No me gustan las reglas. ‘Hay’ es una fórmula que yo eliminaría del vocabulario. Cada uno encuentra su manera. Hay quienes leen mucho, hay quienes leen poco. Hay quienes leen superficialmente y otros de manera profunda. Hay otros que no leen, otros que leen más. En cada uno de los casos lo que importa es lo que a usted le construya el espíritu, lo que sienta que lo enriquece. Si usted se enriquece con la lectura de tres, cuatro libros, está muy bien. Si usted necesita leer muchos libros, está muy bien. Es usted quién elige. La biblioteca es un lugar muy generoso”.
Leer a Paulo Coelho o libros de autosuperación es criticado, pero, ¿pueden ser inicios de otras lecturas?
“Puede ser, pero me parece muy difícil, porque la mente se acostumbra a lo fácil y a lo trillado. Si usted lee una novela que dice que el amor es una cosa buena, que el sol beneficia a todos, que la vida es linda, sí, lee eso, pero qué hace con eso, qué se construye en su mente con eso. Hay quien pasa –yo pasé de leer El club de los cinco, de Enid Blyton, a leer Las mil y una noches–, por supuesto, uno progresa. Estos son cosas que se le revelan a uno a medida que uno va viviendo, lo que pasa es que uno puede acostumbrarse a nunca hacer ejercicio, a estar siempre sentado, y luego cuando quiere ponerse a caminar los músculos no le permiten, no están acostumbrados a ese ejercicio. Lo mismo sucede con el cerebro, si se alimenta de frases trilladas, de ideas superficiales, su cerebro va a tener dificultades en ejercitarse en cosas más profundas y difíciles”.
Los promotores hablan de la lectura en voz alta, ¿qué tiene de mágico?
“Hay muchas lecturas en voz alta. La lectura que hacemos ante un público en un teatro es distinto a la lectura que hacemos ante un niño antes de dormir o a un amigo para que conozca un texto o a alguien para que escuche lo que hemos escrito. Son distintas formas de lectura en voz alta. La lectura en voz alta que proponen los promotores de lectura es una forma de incitar a ese público a tomar las riendas de esa lectura en algún momento, de decir te voy a contar algo entretenido, te voy a leer algo que te interesará. Lo leemos y luego le decimos a esa persona, ahora tú puedes hacerlo. Es un poco como cuando se le enseña a un niño a andar en bicicleta. Sostienes la bicicleta durante un rato, pero en cierto momento el niño se lanza ya solo”.
Cuando se lanza ya pasa a esa lectura más íntima...
“Exactamente, porque cuando uno lee en voz alta, primero elige la lectura, luego le da un tono, le da un tiempo. Cuando incita a la persona a leer de por sí, esa persona es la propietaria de ese tono, de ese tiempo, decide con qué tono o con qué tiempo va a marcar esa lectura, entonces adquiere las riendas, la libertad de ese acto”.
¿Cuál es la relación de la curiosidad con la lectura?
“Leemos por curiosidad, leemos para saber qué va a pasar en la próxima página, para saber cómo va a terminar el libro, para saber qué va a suceder con los personajes. Es la curiosidad la que nos lleva, pero también a medida que leemos hay nuevas preguntas que se hacen y esas preguntas no necesariamente tienen la respuesta concreta sino que se convierten en preguntas más amplias. Leemos El Quijote y nos podemos preguntar cuál es el sentido de la justicia en un mundo injusto, cómo actuar justamente en un mundo injusto, qué pasa si nuestras acciones justas tienen un resultado nefasto, como le ocurre muchas veces al Quijote, ¿debemos suspender esas acciones o continuarlas a pesar de todo? Son preguntas para las que no tengo respuesta, salvo que me las hago todos los días”.
¿La curiosidad hay que alentarla?
“Por supuesto. Hay que alentar el sentido que el niño tiene de su propia inteligencia, de su propia importancia, pero tendemos a no respetar eso, a decirle que se calle, que escuche, que obedezca y que se conforme con ciertas reglas que hemos impuesto por conveniencia, porque queremos tranquilidad, que las cosas sean simples, que en la escuela haya una clase de una manera, y si un niño se aburre le damos una píldora para que se calme, en lugar de preguntar ¿por qué se está aburriendo?, y responder, porque el profesor es malo. Eso no lo decimos nunca. Queremos que todos los niños se comporten de acuerdo con un pequeño modelo de esclavo, que sirva luego en nuestra sociedad. Nosotros criticamos a los babilonios que supuestamente entregaban sus hijos al sacrificio del fuego. Nosotros no tenemos ningún problema con entregar nuestros hijos al sacrificio de la máquina económica de la sociedad. Lo hacemos todo el tiempo”.
Porque si hay ciudadanos que pregunten mucho, incomodarán más...
“Claro. Una sociedad quiere ciudadanos que digan sí a todo”.