Por Dulce María Ramos
El Universal (Ve)
Alan Pauls se pasea callado, silencioso. Mientras desayuna o cena observa ese nuevo espacio que lo rodea en Medellín, después de un largo viaje de ocho horas desde Argentina. El escritor reconoce que en un nuevo lugar es tímido. Cuando conversa, la timidez desaparece y fluyen las ideas de un hombre muy crítico con el oficio.
En su infancia, Pauls fue un apasionado de los libros. Dos profesores en el colegio -uno de literatura y otro de filosofía- trastocaron su forma de ver la literatura: "La lectura tiene algo tranquilizador que la escritura no tiene. Cuando uno lee, por más perturbador que sea el libro, uno se siente más seguro, es una especie de casa. Escribir es una práctica demencial, uno no sabe por dónde se va a meter, cómo le va ir".
Emocionado, el escritor relata su experiencia en la actividad Adopta un Autor, que realizó la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Fue grata su impresión al ver cómo los chicos interpretaron sus libros y especialmente conocer a dos de ellos interesados por la literatura, quizás futuros escritores que no dejarán morir el arte de contar historias.
-Usted aseguró en una entrevista reciente que últimamente le cuesta escribir.
-Soy más consciente. Ya no tengo ese impulso casi suicida de los veinte años que escribes cualquier cosa en cualquier momento y manera. Ahora estoy muy atento a todos los problemas que involucran el hecho de escribir. También es cierto que uno está más grande, tienes menos ideas, probablemente menos cosas que decir, eso no es eterno. Escribir se me convirtió en un proceso más problemático, no está mal porque a mí me gustan los problemas. Nunca fui un escritor necesariamente de la fluidez o de simplemente contar historias, siempre me interesó el lenguaje y la práctica de escribir, esos problemas me alimentan, me estimulan, me inspiran, no me obstaculizan.
-Conversando con el fotógrafo Daniel Mordzinski, éste contó que dejó el cine porque no supo contar historias. ¿En su caso?
-A mí me gusta mucho el cine. Durante muchos años fui crítico, esa relación funcionaba muy bien porque podía hacer con el cine lo que yo quería. Víctima de la superstición, de que yo era escritor y eso tenía que ver con el cine, decidí probar ser guionista. Escribí por diez años una serie de guiones, pero nunca me consideré un guionista, siempre era un escritor que escribía guiones para cine. Esa es la peor posición que uno puede tener cuando sale de la literatura y entra al mundo del cine: escribir un guión no tiene nada que ver con la literatura. Un guión es para otro: un director o productor, a cambio que pienses en dirigir. El guión es un artefacto de palabras que deben funcionar dentro de una película que es otro idioma, que es contradictorio con las palabras.
"Por ejemplo -prosigue-, yo escribía una escena: 'El gordo cruza la calle y entra en el kiosco'; después veía lo que habían hecho con esa escena en la película: el actor que habían elegido no era el gordo que yo había imaginado, su gordura no era la gordura que me interesaba que ese personaje tuviera, no cruzaba la calle como yo quería, la calle no era la que imaginé y el kiosco donde entraba no tenía las vidrieras que yo quería que tuviera. En ese escándalo mínimo y ridículo se ve todo el problema del escritor que escribe historias para cine creyendo que puede hacerlo, porque cuando uno escribe apuesta a que los lectores imaginen un gordo diferente; el cine fija esas palabras en un solo gordo. Me costaba desprenderme, entraba en discusiones eternas con los directores y cuando veía las películas siempre consideraba espantoso lo que habían hecho".
-Habla de una amarga experiencia, pero una de sus novelas fue llevada al cine.
-Yo no tuve nada que ver con el guión. Sabía que si vendía los derechos de mi novela al cine tenía que aguantarme la película que se hubiera hecho, no tenía derecho a quejarme. Siempre el proyecto de (Héctor) Babenco fue muy descabellado. El pasado era una novela muy difícil y él no le encontró la vuelta; no estableció esa relación de traición que un director de cine tiene que hacer con una novela cuando la adapta. Hubiera querido una película más personal, reconocer menos mi novela en pantalla.
-¿Cómo fue trabajar de guionista de Fito Páez?
-Vidas privadas fue la primera película de Fito. El proyecto a mí me gustó porque era lo contrario a la película que quiere hacer un roquero. Fue una película muy arriesgada, muy ambiciosa. A Fito no lo conocía más allá de encontrarlo en eventos sociales y hablar mucho de cine. Nos hicimos muy amigos en el proceso del proyecto, durante cuatro y cinco años fuimos muy cercanos. A mí la película me pareció muy interesante, pero desde el principio la crítica fue despiadada por el siempre hecho de ser su director un roquero exitoso que quería hacer cine.
-También ha incursionado tímidamente en la actuación.
-Esa picardía de ser actor me permitió decir las palabras que escribían otros. Eso para mí fue un alivio, un descanso de mi trabajo como escritor. Haciendo esos personajes me di cuenta que actuar es una cosa muy compleja, especialmente actuar en cine.
-Usted escribió un libro sobre Borges, quizás una sombra para algunos escritores argentinos.
-Para mí Borges no es una sombra, al revés, es una fuente de luminosidad. Quizás la mía sea la primera generación que no necesitó pelearse o matar a Borges para escribir. Gracias a Borges cambiamos nuestra relación con la literatura y nuestra manera de leer. Es muy difícil escribir a partir de Borges porque uno cae muy rápidamente en el plagio, pero es muy posible aprender a leer a partir de Borges. Antes no era fan de Borges, sin embargo escribiendo el libro me fanaticé.
-Y en el caso de Ricardo Piglia, ¿haría un libro?
-Piglia para mí era algo más cercano, me resultaría difícil convertirlo en un objeto de análisis literario. Con Borges tuve la oportunidad de conversar con él dos veces en mi vida, pero aún así era un personaje de la mitología griega. En cambio Piglia era demasiado humano, fue el primer escritor al que le mostré mis textos, el primer escritor que admiré. Estuve con él muy cerca en varios momentos y trabajamos en la Universidad de Princeton. No digo que no, pero su muerte todavía está muy cercana.
-¿Cómo ve la situación de Argentina?
-Ahora se está empezando a respirar en Argentina una atmósfera malsana, que crea ciertos síntomas de racismo, xenofobia y promueve comportamientos políticos que tienen que ver con lo peor de la Argentina. La imagen nítida del momento actual de Argentina son familias que se encierran en los cajeros automáticos para dormir. No veo que haya una decisión oficial de mejorar esa situación. Es un momento tenso, se deben resolver los conflictos para no caer en la violencia.
-Recientemente tradujo los primeros cuentos de Truman Capote.
-La traducción es la continuación de la lectura por otros medios. Tengo una relación adictiva con la traducción. Puedo interrumpir lo que estoy escribiendo, pero no puedo parar cuando hago una traducción.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Alan Pauls?
-Es una ventana bastante deforme, desubicada, fuera de eje. Está colocada en lugares poco habituales. Me gusta mirar las cosas desde perspectivas un poco diferentes, incluso a primera vista frívolas o insignificantes. La mirada muchas veces crea lo que hay que ver antes de que eso exista.