Revista Pijao
Igor Barreto: “El mejor regalo que he recibido es un gallo de combate”
Igor Barreto: “El mejor regalo que he recibido es un gallo de combate”

Por Jorge Morla   Foto Vasco Szinet

El País (Es)

Igor Barreto, uno de los más importantes poetas venezolanos actuales, nació a las 10 de la mañana del 26 de mayo de 1952 en San Fernando de Apure, en los Llanos de Venezuela. Creó su propia editorial tras abandonar la crianza de gallos de pelea, y en 2014 reunió su poesía en El campo / El ascensor (Pre-Textos). Ahora vuelve con El muro de Mandelshtam (Bartleby), consagrado a las vidas que no importan y a las muertes que no merecen ser lloradas.

De pequeño quería ser…

Pequeño.

¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?

“Recuerda, hijo: hay un pasaje de un cantante campesino llamado Dámaso Figueredo que versa: ‘La soga que se revienta / corriendo mismo / se empata’. Nunca fui tan partidario del gerundio, pero cuando el cantante dice ‘corriendo’, tiene una fuerza de vida, que yo quisiera que no la olvides”.

¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?

Con el fantasma del cronista de mi ciudad natal, San Fernando de Apure; me refiero a un hombre de sombrero gris de ala ancha, al cual le faltaba una pierna y traía un revólver niquelado calibre 38: Don Julio César Sánchez Olivo.

¿Algún sitio que le inspira?

El presente-pasado del que hablaba San Agustín.

¿La última vez que lloró?

Cuando entendí que no podía compartir lenguaje con otro animal que no fuese humano.

¿Con qué música trabaja?

Intimations of Immortality, de Gerald Finzi, o el canto de unas iguanas en celo.

¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?

Una navaja cacha de nácar de marca Barrilito, y un gallo de combate que llamé Lanchero.

¿Para qué sirven los premios?

Para pelearse con amigos, para avivar el odio entre los jueces, o ser al final atracado para despojarte del dinero en una calle.

¿Qué significa ser poeta?

Olvidar que el destino existe. Mientras que la novela es creer que todo está sujeto y converge en una finalidad.

¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?

Si se trata del libro que me enseñó la textura del humor mundano, ese fue El diablo cojuelo.

¿Y qué poema mataría por haber escrito?

Ese donde Keats dice: “La poesía de la tierra no fenece nunca”.

¿Su gran experiencia?

Mirar como el que escucha.

En una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?

Me gusta la fantasía haitiana de un posible mundo gallináceo. Yo sería un gallo zambo de combate con el pecho negro-sólido.

¿Dónde no querría vivir?

En la casa donde habita el dictador de mi país.

¿Queda poesía en Venezuela?

Dice Maiakovski en Conversación con un inspector de impuestos sobre poesía: “Quizá queden cinco o seis rimas sin usar solamente en algún sitio como Venezuela”.

¿Qué lo deja sin dormir?

La posibilidad de seguir amando a los 65 años.

¿Tiene un sueño recurrente?

Ser otra vez un niño que se lanza a las aguas lodosas del río Apure desde la baranda de su puente.

¿Cuál es su olor preferido?

El olor de la mañana cuando voy por la carretera y regreso al reencuentro del lugar donde están las tumbas de mis seres más queridos.

¿Qué personaje de la literatura o el cine se asemeja a usted?

Yo quisiera vivir por un tiempo la vida de Dersu Uzala. El cazador en la taiga.

¿Qué le hace suspirar?

Esa secuencia final de Cinema Paradiso donde ocurre una suerte de elogio al beso. Los besos... son lo máximo.

¿Qué siente cuando ve su foto en los diarios?

Casi nunca me reconozco.

Respecto a su trabajo, ¿de qué está más orgulloso?

He aprendido a mirar con “atención”; según Simone Weil, es la forma moderna de la fe.

¿Cuál es la noticia que siempre ha esperado leer?

La desaparición de la utopía.

¿Cómo ve el futuro de Venezuela?

Vamos a sacar a la derecha comunista del poder y en su lugar lograremos el acuerdo para una democracia más humana.


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