Aguadas, Caldas (1955)
Premio nacional de cuento Fundación Testimonio (1984), premio nacional de Literatura Infantil (1990), mención de honor en el certamen internacional de cuento del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York (1998). Ha sido colaborador en diferentes revistas y suplementos literarios del país y del exterior. Aparece en las antologías mexicanas Abrevadero de dinosaurios (Cuento, 2008) y Alas de lluvia (Poesía, 2009), preparadas por Eduardo Villegas Guevara. Autor de los libros Alguien ahí en la oscuridad y otras trece narraciones (Editorial Universidad de Antioquia, 2003), Palabras del apóstata (Poesía, 2006) y Parvulario de Náufrago (Poesía, Editorial Caza de libros, 2010). En 2009 aparece su libro Opiniones de un fumador de cebolla y otros anarcorrelatos, Buenos Aires, Argentina.
Una tentativa de cambiar la realidad
Por: Ana Unhold*
La literatura, como las demás artes, es una respuesta del ser humano frente al sufrimiento, bien para criticarlo o para embellecer con ficciones lo que no es bello en la vida. Si existe una forma directa de materializar los sueños es por medio de las letras. Es que con algunas palabras se inicia un itinerario misterioso. Esta es una de las propuestas de José Martínez Sánchez en “Opiniones de un fumador de cebolla”. Cada trazo, cada símbolo, las palabras inventadas por el autor (me atrevo a decir) van tomando significado y se abren camino a ideas sorprendentes.
Así, mientras la novela es la gota de agua sobre la roca, el cuento es, expresado por un excelente hacedor del género como Horacio Quiroga, “una flecha disparada a un blanco que el más leve roce de las alas de una mariposa puede desviar de su objetivo”. En esta prolífica e imaginativa producción he hallado cuentos donde el elemento fantástico se hace presente, como “El gran poeta Naocoonte”, “La huelga de los signos”, “El bosquimano”… Otros, en los que parecieran hacerse patentes problemas que angustian al autor.
Decía Cortázar que “un cuento es un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera casi fatal hacia un final”. José Martínez nos propone cuentos que, por algunos momentos, participan del mundo de lo insólito, también de lo fantástico y por qué no, de lo paradojal. Con una excelente dosis de humor, de juego, de optimismo, entra en la tentativa de cambiar la realidad, de buscar la autenticidad en la vida y en la literatura.
El cuento nos exige un texto continuo, cerrado en sí mismo, con un alto grado de perfección interna. Debe tener una versión idiomática perfecta. No puede haber indecisiones. No puede haber adjetivos de sobra. Todo esto nos permite la lectura de los cuentos de José Martínez, entretienen pero nos exigen otras cualidades y capacidades: decodificar las palabras, crear imágenes propias, razonar cada idea que el texto comunique y adaptar las impresiones que nos transmite el conflicto literario con las propias reflexiones sobre la realidad.
Este amplio abanico he encontrado en los cuentos de Martínez Sánchez y mucho más que otros lectores captarán. Hay una fantástica utilización de la ironía, de pronto anárquico en la forma y transgresor en cuanto a los valores dominantes. En ocasiones aparece una prosa irreverente que raya en el absurdo. De todas maneras nos permite un infinito vuelo de la imaginación. Con lenguaje preciso y universal, José experimenta y se mete de lleno en la narrativa contemporánea.
Cuando terminamos de leer sus cuentos somos conscientes de que algo ha cambiado en nosotros, el autor nos ha contaminado con su fantasía, cambiando en algo nuestra visión del mundo. La literatura tiene el derecho de la libertad de imaginación y sin ella no es concebible una obra. La literatura es mentira, pero una mentira posible. Y esta mentira debe convencer y emocionar.
El toque mágico o inspiración se une al oficio, notable en José Martínez y a su compromiso con el arte y la posteridad. Eso sí, el arte es mucho más que conocimiento y técnica; es soplo divino, trabajo y esfuerzo paciente y sacrificado. Goethe decía: (…) cosa tan grande y difícil, que para llegar a la maestría se requiere toda la vida.
*Pintora, poeta y narradora argentina.
Los cuentos de cordillera
Por Ben-Hur Carmona*
En “Proverbios y cantares”, Machado dice: “hoy es siempre todavía”. Mientras leía “Canción de Soledad”, cuento del escritor José Martínez Sánchez, admiraba cómo un texto, con el tiempo, va formando parte de un contexto cuando lo usual es que el contexto, en un principio, forme parte del texto. Era inevitable evocar un acontecer en Colombia a mediados de noviembre de 2000: “La masacre de Ciénaga Grande dejó treinta y ocho víctimas, trece de ellas en el corregimiento de Nueva Venecia. Los habitantes de la zona, sin embargo, afirman que el número real puede superar las cincuenta personas asesinadas, ya que algunos cadáveres no habían sido recuperados de los caños y las ciénagas aledañas” (Revista Semana, diciembre 11 de 2000). Lo que me sorprende, además de la conmovedora noticia, es que el libro “Canción de Soledad” y otros cuentos apareció en 1997 en Ediciones Susurros, mientras que el contexto mencionado sucede varios años después del texto. Independiente de pensar cuál pudo ser la motivación del autor para escribir sus cuentos, es como si su contexto fuera Ciénaga Grande.
En muchos de sus cuentos José Martínez Sánchez no se expresa mediante palabras sino en palabras, no menciona algo sino que lo presenta en tanto que capta el acto en que se vive lo que se dice:
“—¿Eres el hijo de Axel?”.
—Sí, y he venido a vengar a mis padres”.
En este sentido su lenguaje no puede ser producto de la espontaneidad sino de la elaboración, de la voluntad de escribir, de las correcciones reposadas; el escritor se pregunta qué decir y cómo decirlo, fluctúa entre lo dicho y lo no dicho, entre lo que se escribe y lo que se borra.
En definitiva, elabora la forma. Suprimiendo y cambiando redundará en beneficio de la precisión y la intensidad vital, procurando ser conciso en virtud de una poética, una clara conciencia de escritor. Actitud del espíritu humano, acaso la más antigua y constante, la más poderosa y secreta. ¿Quién pudiera renunciar a esta aventura interior, a este definitivo redescubrimiento de nosotros mismos?
Entre flujo verbal y sanguíneo, entre vida y lenguaje, se vislumbra el mundo del autor como una integridad fluida. Todo está animado por la misma impulsión para provocar modos de pensar y de sentir, más allá de “…la pared de tapia donde el viento estampaba su música de asombros”, de “…la isla, densa y crepuscular como un continente diminuto adornado con diademas fluviales” y de “…contar el tiempo en los dedos, sin qué decir, sin qué pensar”. Es un conjunto de seres vivos movidos por ritmos semejantes: “…el olor de los pescadoras había desparecido bajo el rumor inexorable”. “…todo se hallaba envuelto en sombras, mudas, tenebrosas”. “Llamó: —Padre. Silencio. —Madre. Quietud absoluta”.
Más allá de las palabras la musicalidad, y más allá de la música el silencio. No la mudez antes de la palabra sino el callar que sobrepasa de golpe. Y se trata de un golpe maestro, por cierto. Para comprender esto, como dice Bennedeto Croce, “es preciso que el lenguaje se conciba en toda su extensión, en su realidad, que es el acto mismo de hablar, sin falsificarlo con las abstracciones de las gramáticas y de los vocabularios.
Los cuentos de José Martínez Sánchez pueden ser el tiempo sobre el abismo, la palabra antes de la caída y de la cuenta:
“ —Compañera Penagos.
—Está muerta.
—Esperanza Tabares.
—Está muerta.
—Niños y niñas de la isla.
—Están muertos.
—¿Es que no hay nadie con vida en este túnel?”
Nadie, ni siquiera una persona que solo quiera informar, habla neutra. Toda voz expresiva pone una vibración en el aire y convierte el organismo en un diapasón. El lenguaje de Martínez Sánchez, aun cuando nos lo da escrito, se escucha con el oído interior. Es un murmullo que avanza, un vértigo de formas obstinadas, de miradas que reverberan. La idea de que el artista es un falseador, un fingidor como dirá Pessoa, y el arte una simulación de la realidad, es nostalgia en estos cuentos de cordillera. Porque la escritura de Martínez Sánchez, mirando la realidad, vislumbra no tanto lo que está pasando en Colombia, también lo que va a pasar, como si el admirable contenido de emociones, imágenes y música, fuera de pronto movilizado por lo que bien puede ser llamado la parte nocturna de nuestro presentimiento.
“Y así se habían entregado al difícil arte de contar el tiempo en los dedos, sin qué decir, sin qué pensar… Hasta la aparición de la gallinaciega. Fue algo enigmático, decisivo, como el tangram de variados elementos. En otro mundo, en otra dimensión, se mezclarían luna y nieve, fuegos volcánicos y animales prehistóricos. Pero allí, sobre la arena, solo ellos se confundieron, uno en uno, uno en dos, dos en dos, uno en tres: Gómez, Beltrán, Montesinos..”.
Nadie sabe si el decir está realmente dicho. La única certeza es la de estar vivo, porque escribir es vivirse en la hora inestable.
*Nueva York, octubre de 2006