Cáchira, Norte de Santander (1960)
Durante treinta años ejerce el periodismo. Columnista. Comentarista de arte y literatura para Medios nacionales e internacionales. Representante artístico. Promotor cultural en plástica, literatura, teatro y música. Escritor con varias obras publicadas. Su obra literaria aparece en libros pedagógicos de educación básica, media y superior. Ha sido traducido a varios idiomas. Artista plástico. Ganador de Bienal de Arte, Salvador de Bahía, Brasil, Julio de 2010. Representante del sector cultural colombiano. Conferencista en universidades y entidades públicas y privadas. Miembro de instituciones y organizaciones sociales y culturales. Galardonado en Colombia, Brasil, Francia. Presenta su obra pictórica y literaria en América y Europa.
Ha publicado los poemarios Reflexiones-Testimonio, Ancarimo-Poema divino, Poemas de la calle interior, A la espera del viento, Carretera hecha a mano, el monólogo Monólogos de Malateo, los libros de cuento A la vera de las penumbras y Carretera hecha a mano, y el libro de crítica Un baúl lleno de bienes.
Arte para contar cuentos
Por: Fernando Soto Aparicio
Jesús María Stapper enriquece la bibliografía colombiana con su libro de cuentos, ¡Estas penumbras! ¡Estos inviernos! Stapper, nacido en Cáchira, en las que según José A. Morales son las “bravas tierras de Santander”, ha trabajado en tres frentes de la cultura: la poesía, la narrativa y la pintura, y en todas tres ha tenido un buen desempeño, y esto lo ha colocado en un lugar de privilegio dentro de los que, por dedicarse a desplegar los vuelos creativos de la imaginación, trabajan para que nunca los alcance el olvido.
Hay otros libros suyos, que andan por los caminos de Colombia y del exterior. De su trabajo literario se han ocupado numerosos comentaristas y críticos del país, entre los cuales podemos destacar a Ramiro Lagos Castro, Oscar Londoño Pineda, Euclides Jaime González, Carolina Mayorga Rodríguez, José Luis Díaz-Granados, Diego Muñoz Martínez, Carlos Orlando Pardo, Otto Ricardo Torres, Juan Carlos Céspedes, Efer Arocha, y otros más. Sus cuadros surrealistas han recorrido el país y han ido a América y Europa. Y su vocación cultural se manifiesta en todas sus actividades, como una constante que ha ido convirtiéndose en su razón existencial.
Leer ¡Estas penumbras! ¡Estos inviernos! parece, a veces, un desafío. Porque las metáforas saltan en cada párrafo, y porque las palabras nos obligan a repasar lo leído para saborearlo, para sacarle todo su profundo significado. Los paisajes por donde las acciones transcurren son múltiples, las tierras cálidas, las montañas, el mar, los caminos. Y a más de ese amor por lo telúrico hay una procesión de mujeres que iluminan las páginas y que esparcen por las frases el aroma enervante de su sensualidad y de su magia.
Escribir un cuento es generalmente un desafío. Hay que tener un gran poder de síntesis, y decir muchas cosas con muy pocas frases. Plasmar una idea, definir una teoría, resumir una historia, alinderar un relato, mostrar un personaje. Eso implica un buen manejo del lenguaje, un amplio conocimiento del poder encerrado en cada vocablo. El cuento debe ser una pequeña obra maestra de la alfarería de la palabra.
Tal vez porque Stapper es un pintor, usa los sustantivos, los adjetivos y los verbos como pinceles, sobre todo cuando quiere transmitirle al lector la figura de una mujer. Y es en estas descripciones donde mejor se encuentra la calidez de los relatos que forman este libro.
Laura Meneses, la de “Mi vecina en fragmentos”, es tan viva, tiene tan regado por todo el cuerpo el calor del sexo, la fiebre de la pasión, que contagia al lector de una tensión vital cuando camina por las páginas de su historia. La descripción de su maravillosa anatomía es minuciosa, y Stapper se recrea mostrándola como si la estuviera dibujando. Y lo mismo podríamos decir de Miriam, la muchacha del casino, o de Azucena, la que esconde rosas detrás de los semáforos, o de Leila Vélez, erguida como el palo mayor de un barco sobre sus deslumbrantes treinta y cinco años, o de Mechas, morena mágica, cuerpo de garota que divide el aire con la proa doble de sus piernas, o de Yezenia, la que se presenta a la luz de los ojos que la contemplan como una estampa divina, o de Janna, la que mira el paisaje húmedo y sombrío a través de la ventana, o de Orfa, semidesnuda, mujer de magazín, modelo, artista, o de Natalia, la que se extraña de no poder agarrar su sombra, o de Emilce Rivera, que carga su dolor a cuestas, o de la nonagenaria Lucila Gamboa, que alguna vez también iluminó los senderos por donde fue sembrando las margaritas de sus pasos armónicos.
Y de alguna manera es también femenino el mar que ama Hans, el mar que nutre, que enamora, que subyuga, que ensalza y que destruye, como las aguas profundas que inundaron los ojos de Gastón Bachelard.
Podría decirse que la materia prima de estos cuentos es la mujer. Y yo añadiría que ella, por la gracia de Dios, es compleja y misteriosa, y que en ese misterio y esa complejidad estriba su poder, ante el que no dejaremos de sentirnos deslumbrados, por el que jamás dejaremos de sentirnos atraídos y afortunadamente dominados. Porque la belleza es mujer, porque el amor tiene nombre de mujer, perfume que emana del cuerpo de la mujer como de una fruta en sazón o de una selva adormilada por los cálidos soles del verano, porque si nuestras manos tienen el tacto para la caricia es solamente porque existe el milagro de sus senos, porque el mundo ha sido siempre el terreno de la mujer aunque muchos despistados pretendan disputárselo.
Gracias a Jesús María Stapper por su libro, que nos permite seguir soñando con nuestra eterna y dulce contrincante, con la mujer que imaginamos lista para las batallas interminables de la pasión, viva en su esencia mágica, compañera por excelencia de la aventura de existir, fuente de la eterna juventud, depositaria de los arcanos y las tempestades, prefiguración de la orquídea y la llama, espejo de amaneceres y relámpagos, y antorcha permanente en las inevitables oscuridades de la vida. ¡Estas penumbras! ¡Estos inviernos! Es un libro que nos sorprende, que nos asombra.
De la sombra: el cuerpo subjetivo
Por: María del Socorro Tuirán Rougeon
Al finalizar la lectura de los cuentos ¡Estas penumbras! ¡Estos inviernos!, percibo que Jesús María Stapper, de raíces alemanas, está enraizado en el suelo colombiano, en su historia, en su literatura, así como también lo está con el «viejo continente» en sus meandros y sus recorridos literarios, hasta evocar la literatura Griega. El escritor posa con amor su mirada en el ser humano que cruza su camino. Va captando en cada uno, lo más profundo de su ser. Sus venas vibran con la emoción del otro y su voz, como su letra y sus manos, encuentran la vivacidad y la dulzura de las palabras y de los colores, para luego plasmarlo en el papel. Relata con brío, con palabras que fluyen como un río impetuoso empujado por el deseo de llegar a su destino, la realidad cotidiana de la vida y de la muerte, pintada con la idiosincrasia propia de nuestro pueblo.
Con el juego de las palabras (Colhorsitio, entendamos color sitio o sitio de color), el enlace de las frases (como quien escribe una poesía sin fin), el entrechoque de los pensamientos (“Ir sin ir, una llegada sin presencia”), Jesús María Stapper parece tejer una trama, tal vez una trenza, y así, poco a poco, intenta contestar a través de sus cuentos, a las preguntas existenciales que se le presentan a todo ser humano. En el camino de la vida vamos todos enfrentados a ellas, algunos las ignoran, otros las niegan; el escritor tiene el coraje de reconocerlas y expresarlas y de intentar, a partir de sus relatos, iniciar respuestas, aunque sean temporales. Su escritura parece ser un poema continuo, buscando encontrar salidas a los conflictos que constituyen lo más profundo del ser humano. Sus cuentos son poesías, son la magia que sostiene su ritmo poético para contar lo indecible y hacerlo vibrar en nuestros oídos, ese oído íntimo, como el relato de Yezenia o el de Mario Alberto.
El poeta y escritor tiene tal compenetración con el lenguaje y la sensibilidad, que logra plasmar en sus cuentos, momentos estructurales de la vida psíquica, sin saberlo. Podríamos más bien decir: con su saber inconsciente. “El espejo es un predestinado que percibe antes lo que sucederá y vive con intensidad cada suceso entrante”, en Janna. He aquí, recogido en una sola frase, un fenómeno psíquico de una gran complejidad que un gran psicoanalista francés, Jacques-Marie Émile Lacan, describió bajo el concepto "El estado del espejo". Para decirlo sencillamente, el niño, entre 9 y 18 meses, reconoce delante del espejo o de los ojos de su madre, su cuerpo unificado (antes se cree pedazos), y diferente a su madre (antes cree que él y ella hacen uno); al mismo tiempo tiene como un instante de júbilo en que se anticipa como ser, anticipa la luminosidad de su deseo a partir de la mirada de aquella que lo tiene entre los brazos. A partir de ese instante, el ser humano lleva en su espalda dos tipos de sombras (como en el cuento que lleva este nombre). La sombra de nuestro doble, entre lo que somos y lo que quisiéramos ser; entre el ideal y la realidad. Pasamos la vida cojeando entre los dos, de vez en cuando logramos unificarnos, otras veces nos dispersamos, y hay por ejemplo, quienes se pierden permanentemente entre amor y deseo. Igualmente, la sombra de lo que recibimos de nuestros antepasados, de sus historias, sus silencios, sus deudas; podemos cargarlas o arrastrarlas como un peso grande, algunas veces vergonzoso. Sólo cuando aceptamos pagar el precio de la deuda que tenemos ante ellos, por habernos dado la vida, nos liberamos de lo que no nos pertenece, sólo de esta manera podemos asumir lo que nos pertenece, dejar de lado lo que es de los otros y seguir más aliviados nuestro camino. Seguramente lo que le pasó a Nathalia en La sombra.
El escritor Stapper indaga relato tras relato, diferentes situaciones a las que nos enfrentamos en la vida. Así nos dibuja, en Danza Singular, cuán importante es para un hombre el ser padre. Tenemos tendencia a considerar que sólo lo es para la mujer, porque para ella es un real desde el principio, mientras que el hombre necesita ser nombrado para serlo. Para el hombre es la cuestión de su masculinidad que se asocia a la paternidad; mientras que la mujer puede confundir las dos cosas, o peor aún, reemplazar la feminidad por la maternidad. Son pocas aquellas para quien feminidad no se reduce a maternidad.
El psicoanálisis, a través de la palabra subjetiva de cada ser, nos enseña que entre el momento en que llegamos al mundo y el instante en que dejamos de vivir, llevamos un proceso que nos es necesario para articular la realidad de nuestro cuerpo, a su imagen y la palabra. Citemos a Jesús María: <<Un tal… Fernando Urbina llegó de tal manera a ser un cuerpo inerte que anda. Una mentira piadosa que viste bien…>>. Es una lucha permanente la que llevamos. Para algunos que se sienten desmembrados, uno de sus recursos es la pérdida de la memoria, como Orlando en La Casa. Perder la memoria es una manera de deshacerse del deber, el deber fálico decimos los analistas, en cuanto compromete al hombre con su propio deseo y con los otros. Deber que pesa en los hombros, siendo mucho para algunos de ellos. Muchos se refugian justamente en la locura, aunque anden por la calle deambulando, anden construyendo el mundo en que vivimos. ¡No olvidemos que entre la locura y la cordura hay pocas letras de diferencia!
Eso es vivir, asumir su vida, sus decisiones, sus deseos, su cuerpo, su historia, sus rupturas. Pero lo que constituye el verdadero corazón de nuestra vida psíquica, desde pequeño, es la relación con el otro, el otro que me es semejante y radicalmente diferente. La relación entre un hombre y una mujer es la expresión máxima de la alteridad. Cada uno va así, o caminando en los pasos de otro, como Aníbal; o enfrentándose a la “incompletud”, como lo es el hecho de que toda relación, todo amor, lleva su parte de imperfección, como lo viven Orfa y Rubén Darío. Vamos por los senderos de la vida, creyendo elegir el camino que tomamos, siendo en realidad dependientes de lo que constituye para cada uno un real: nunca obtenemos la realización completa de nuestro deseo. Asumir éste hecho nos permite llevarlo a cabo, en instantes maravillosos.
Lector, quién quiera que seas, no te quedarás indiferente ante la agilidad y la profundidad de la pluma de Jesús María Stapper.
María del Socorro Tuirán Rougeon
Psicóloga Clínica, Psicoanalista.
Miembro de l'Asociación Lacaniana Internacional
Voreppe, Francia