Revista Pijao
70 años de Darío Jaramillo Agudelo
70 años de Darío Jaramillo Agudelo

Por Ramón Cote Baraibar*

Revista Arcadia

Nueve libros de poesía, siete novelas y tres libros de ensayos después, Darío Jaramillo llega a sus 70 años. Y lo hace con esa ironía tan suya y con esa distancia que le permite ver con claridad la totalidad de una obra que cuenta con miles de lectores. Existen muchos Daríos en Darío. Está el Darío poeta, el Darío narrador, el Darío ensayista, el Darío editor, el Darío gestor cultural. Vamos entonces a oír a Darío.

Darío poeta

¿En qué ha cambiado su poesía desde esos inicios de Historias, Tratado de retórica hasta El Cuerpo y otra cosa, publicado este año?

Es una pregunta que no sé contestar por varias razones. La primera por sustracción de materia. La segunda es porque yo no me leo y no soy capaz de comparar. Lo que sí sé es que la experiencia no vale de nada, que uno nunca aprende el oficio de poeta. Eso que llaman oficio es una mentira para la poesía porque para el poeta todos los días son el primer día para escribir el primer verso.

El amor es uno de los temas de su poesía. ¿Es necesario estar enamorado para escribir un poema de amor?

Sin duda. Es condición necesaria pero no suficiente. Te lo explico de la siguiente manera: estoy leyendo un libro sobre pájaros que se llama El ingenio de los pájaros. Una de las cosas que han logrado medir los neurólogos es que cuando un pájaro canta por cantar, canta él solo en el bosque tratando de aprender el canto del vecino, las neuronas no se animan tanto como cuando cantan para seducir. Ahí el pájaro entero está cantando. Somos pájaros.

¿Lee poesía o relee poesía?

Leo mucho y releo más. Básicamente soy un lector de poesía, pero me interesa mucho lo que están haciendo hoy en día en Colombia, España, México, Argentina. Y leo también traducciones. Precisamente estoy releyendo las Elegías del Duino. He sido bastante fiel a Rilke toda la vida, y esto coincidió con el ensayo sobre él de Zagajewski. Confrontar las Elegías después de leer el ensayo es muy interesante.

¿Por qué cree que en la actualidad no se lee poesía?

En buena parte es culpa de los poetas porque como la mayoría de la poesía es mala, eso espanta mucho a la gente. Y algunas veces aunque no sea mala, espanta a la gente porque es difícil. Yo, en esa eterna discusión entre lo barroco y lo sencillo, siempre estoy del lado de lo más simple, porque me parece que es más difícil lo simple que lo complejo.

¿Entonces piensa en un público cuando está escribiendo?

No, pienso en la claridad conmigo mismo. El público soy yo. Si eso le sirve a otro, mejor.

Su interés en la poesía empezó cuando se dio cuenta de que no podía ser puntero derecho titular del Deportivo Independiente Medellín. ¿Es cierto?

Esa afirmación sigue en pie. (Risas).

Alguna vez usted dijo que la poesía es la “capacidad de alucinar con la palabra escrita”.

Esa es una de las muchas definiciones válidas de poesía. Como todas, siempre están tocando un aspecto. Es que el poder alucinatorio de la palabra, la costumbre de los mantras en las religiones orientales te lo demuestran: si repites muchas veces un mantra vas a lograr un estado mental distinto. Análogamente creo que eso ocurre con todas las palabras.

¿De manera que sus poemas son mantras?

Ojalá…

En Historia de una pasión habla de la diferencia entre el placer de escribir y el oficio de escribir.

Hay personas que tienen por profesión escribir, cobran unos derechos, y pueden hacerlo cumpliendo tranquilamente un horario que les imponen o que les es impuesto. En mi caso es totalmente distinto, yo he sido toda la vida un escritor amateur, he vivido de otras cosas, he escrito en mis ratos libres, lo he hecho por necesidad y por placer. Una necesidad placentera. Tampoco es una tortura. Eso me ha permitido ir a mi velocidad siempre.

¿Escribir lo hace feliz?

Sin duda. Si fuera una tortura estaría dedicado al ajedrez.

Darío narrador

Su primera novela, La muerte de Alec, está elaborada a partir de una carta. Y la carta, al estar tan cerca de la confesión, de la intimidad, también está en contacto con la poesía.

Esto me acuerda de una anécdota. Con Jaime Jaramillo Escobar, el poeta nadaísta, íbamos a hacer una revista que nunca publicamos que se llamaba Poesía y Cartas. Yo escribí esa novela como una carta porque no sabía cómo escribir novelas, pero sí escribía muchas cartas, y ese era el único recurso narrativo que estaba a mi alcance.

¿Y con Cartas cruzadas?

Me pasó lo mismo: todavía no sabía.

Entonces, ¿cuándo aprendió a escribir novelas?

Todavía no he aprendido. Eso es lo otro de ser un escritor aficionado. Uno es siempre un aprendiz. Vuelvo a lo que la experiencia no sirve de nada. Sin embargo, ciertas técnicas narrativas las he ido aprendiendo poco a poco, a pesar de que toda la vida he sido un lector de novelas. Por ejemplo, los diálogos, eso lo aprendí con la tercera novela. La narración omnisciente, en fin, entre otros recursos, me demoré bastante en emplearlos. Fui aplicando diferentes técnicas a medida que las iba aprendiendo.

¿Fue muy drástico el paso de la poesía a la novela?

Son dos estados del alma distintos. El poema llega cuando quiere, es decir, uno no puede programar nada. Para escribir una novela el escritor se tiene que programar. Muchas de las novelas las escribí cuando todavía era empleado del Banco de la República, y entonces escribía los fines de semana. Me encerraba viernes, sábado, domingo y escribía. En vacaciones, escribía. Y si había puente, yo era el ser más feliz del mundo. En definitiva, la diferencia es esa: uno puede programar la escritura de un libro largo, un ensayo largo, en cambio la poesía o el poema nunca está pautado por una planeación.

¿Usted escribe una novela sabiendo ya el final o a medida que la escribe lo va descubriendo?

Las novelas que yo he empezado sin saber el final no las he terminado. Las novelas que he empezado sabiendo en qué acaban sí las he terminado.

Quiénes son sus novelistas tutelares.

Yo soy un furibundo apasionado de la novela del siglo XIX. Para ser más exactos: las anteriores al 31 de diciembre de 1900. Las del XVIII también, y las del XVII, si vamos a empezar con Cervantes. Ese es mi universo. Pero la santísima trinidad está compuesta por Dickens, Tolstoi y Víctor Hugo.

Un novelista que haya descubierto recientemente.

John Barth. Yo no sé qué me pasa, pero cualquier cosa que leo de él hace que me sienta a escribir inmediatamente.

Darío ensayista

La poesía en la canción popular latinoamericana es un largo ensayo. ¿De dónde surgió la idea de escribir este libro?

Era una deuda que tenía que pagar. Creo que así comienza el libro, citando un bolero. (Aquí Darío canta: “Hay una deuda que tienes que pagar/ como se pagan las deudas del amor”). Y el arranque me lo dio un ensayo que cito al principio que fue esa indisposición que existe entre la gente de cultura frente a la música popular. En el caso mío, sentía que mi forma de sentir había sido moldeada por la música popular. No era que las canciones coincidieran con el sentimiento que tenía, sino que las canciones eran la causa formal de la forma como se estructuraba el sentimiento. Desde niño eso era lo que yo escuchaba: los tangos, los boleros, las rancheras, y todas salían según los sentimientos, porque todos los sentimientos habían sido moldeados por todas las canciones. Y a la vez veía que había un desprecio hacia la música popular, hacia su letra, lo que considero una actitud muy maniquea: la “gran” música y la “no” música. La cosa no era tan así en ningún sentido. Entonces me puse a buscar los lazos entre la poesía clásica y las letras de la música popular, que son enormes. Ahí están.

Allí hace una diferenciación entre leer poesía y oír poesía.

Son dos retóricas radicalmente distintas. La más antigua de ellas es la de oír poesía. La de leer poesía es un invento pos-Gutenberg, que es en lo que estamos los poetas que no somos capaces de tocar la guitarra.

Y entre oír poesía y oír poesía cantada.

En cierto modo a mí me pareció muy justo, o mejor, una justicia poética, el Premio Nobel para Bob Dylan, pues está en esa línea de pensamiento.

En “La canción popular” habla del “cardiocentrismo”.

Es una vanidad que yo haya inventado una palabra que significaba toda una forma de sentir, cómo se unificaba el sentimiento en el corazón. Después encontré que la palabra que yo había inventado (maldita sea) ya la había inventado un psiquiatra español. Eso me llenó de vergüenza. Ya no era tan buen inventor. Pero lo que identifica la palabra es eso: cómo el corazón en todas las culturas, tal vez con algunas contadas salvedades, se vincula con el sentimiento del amor. Y hago el recorrido desde el poema de Gilgamesh hasta nuestros días. La gente siente con el corazón.

Ya que estamos hablando de música popular, qué opina del reggaetón. ¿Hay poesía en el reggaetón?

Podría haberla. Porque tiene unos principios rítmicos que lo permitirían. Hasta ahora no conozco ninguna letra de reggaetón que me apasione pero eso no quiere decir que no la haya. Mucha gente critica este género por la falta de calidad musical. Sin embargo, yo tomo también eso con pinzas porque desde que yo estaba chiquito la música de adolescente era rechazada por mala por los adultos, y entonces a mí me tocó, bienaventurado yo en mi adolescencia, a los Beatles y a los Rolling, y los mayores decían que esa música era de despelucados. Esa música de despelucados la acabó tocando la Filarmónica de Londres, y hoy en día la gente que diga que fueron malos músicos está equivocada.

¿Y toda esa música –baladas, tangos, etc.– la oía en la radio o en acetatos?

Y en los bares. Pero además con mi papá teníamos una apuesta: recorrer el dial de las emisoras de Medellín a ver si encontrábamos un tango y siempre encontrábamos como mínimo uno en las 15 emisoras.

¿Y la música clásica?

Es una relación muy curiosa: a mí la música me controla, me domina, me programa. Me altero mucho, por ejemplo, con los ruidos fuertes, pero a la vez si pongo un concierto de piano de Mozart, lo único que puedo hacer es oír el concierto de piano de Mozart. No soy capaz de poner música de fondo.

¿Qué música clásica prefiere?

Me da por épocas. Soy adorador de Bach y he tenido épocas en las que oigo solo cantatas, o la música vocal o la música instrumental. Tengo una colección de más de 50 versiones de las Suites para cello de Bach. No es porque yo me hubiera puesto a coleccionarlas, sino que algún día resulté con dos o tres. Pero con el agravante de que es la peor de las colecciones porque no es que yo distinga cuál es la versión de quién ni nada de eso.

¿Y qué está oyendo ahora?

Desde hace unos 15 días estoy metido en el mundo del piano, del jazz, porque me estoy leyendo una biografía de Wynton Marsalis. Y oigo todo el día a Art Tatum.

Darío gestor cultural

Estuvo 22 años al frente de la Subgerencia Cultural del Banco de la República. ¿Cómo ve a día de hoy la gestión cultural que se está haciendo en Colombia?

Ha crecido mucho y se ha profesionalizado el manejo de las actividades culturales. En esa época no existía la palabra curador, y hoy hay curadores y museólogos magníficos.

¿Era conflictiva la relación Estado y cultura en ese momento?

Cuando yo trabajaba en el banco, este tenía una razón de ser que era continuar con su actividad cultural que había empezado desde hacía 50 años: la colección de arte, la bibliográfica y varias más. Es decir, lo que había era un servicio a la comunidad, la proyección de una imagen de la banca central que le interesa la cultura, el pasado y el patrimonio. Quizás en lo que desconfío del papel del Estado es como subsidiador de creación. Me interesa más la actividad del Estado como guardián del patrimonio cultural. Y me produce dudas que el Estado ande por ahí patrocinando premios, y otro tipo de cosas que tal vez funcionarían mejor dejándoselas a la iniciativa privada.

¿Qué le gustaría escribir?

Un ensayo sobre fantasmas.

Cuestionario Proust

Color de camisa preferido.

Blanco.

¿Neruda o Vallejo?

Vallejo. Y Neruda.

¿Fitzgerald o Hemingway?

Faulkner.

La mejor novela de Conrad.

El agente secreto.

Su fruta preferida.

La piña y el mango.

¿Qué lugar del mundo le gustaría conocer?

Ronda.

Lugar preferido de Colombia.

Bogotá.

El mejor bolero.

Vete de mí.

El mejor cantante de tangos.

Gardel.

¿Vives o Shakira?

Margarita Rosa de Francisco.

Agustín Lara: ¿su voz o su piano?

Benny Moré.

La mejor novela de Gabo.

Cien años de soledad.

Su mejor poema.

Algún día lo voy a escribir.

La mejor película.

Toy Story 1, 2 y 3.

¿Qué ve en televisión?

Fútbol y béisbol.

El más grande poeta latinoamericano.

Sor Juana Inés de la Cruz.

El más grande poeta español.

San Juan de la Cruz o Antonio Machado.

El más grande poeta colombiano.

Silva.

*Historiador del arte y poeta.


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