Revista Pijao
'Toño Ciruelo': un retrato incesante de un asesino
'Toño Ciruelo': un retrato incesante de un asesino

Por Luis Fernando Afanador

Especial para la Revista Arcadia

El escritor debe ser esencialmente subversivo, provocador, y su lenguaje debe ser el del no-conformismo, decía Rubem Fonseca. Así es Evelio Rosero, y su última novela, Toño Ciruelo, no es la excepción.

De entrada, el lector se encuentra con una escena escatológica que lo sacude: “Y los ruidos más desgarradores se hicieron oír: la vías digestivas de Toño Ciruelo, mi conocido (nunca podré llamarlo amigo), se volcaron sobre el techo y las paredes, inundaron los cimientos, rebasaron las ventanas, se adueñaron de este viejo barrio de Bogotá, lo remecieron, y después la ciudad entera cayó pulverizada: eran los ruidos de la carne de Toño, un terremoto más aterrador por lo íntimo, sus vísceras se rebelaban, su mundo de intestinos estallaba…”. Una escena con tintes —o hedores, para ser más precisos— rabelaisianos que no es gratuita porque no busca epatar al burgués sino establecer sin preámbulos a qué mundo vamos a entrar. Toño Ciruelo es un malvado y nos van a contar su historia. Buen comienzo para una novela sobre un asesino.

La invitación es, entonces, a conocer a Toño Ciruelo, desde la perspectiva de su condiscípulo de colegio Heriberto Salgado, Eri. A partir de la intempestiva llegada de Ciruelo a su casa —le había perdido el rastro—, enfermo —o fingiéndose—, tratará de construir su perfil, recordando momentos de su vida, de la infancia a la vejez, con alusiones a la historia de Colombia. Un flashback y un intento de asir a un personaje amado y odiado, que lo atrae y lo repele, que lo deslumbra y lo horroriza. A la larga, un intento de escapar a su influjo a través de la escritura, pero su escritura, intensa, rítmica, alucinada, termina exaltándolo y ahonda su contradicción. Toño Ciruelo, en un cuaderno final, también dará su propia versión.

Un retrato incesante de un asesino que nos envuelve en su lenguaje poderoso pero que se extravía en la prolijidad y en la ausencia de trama. Lo que parecía una exploración a fondo del mal a través de un gran personaje se desdibuja en un malandro nada excepcional, como tantos. Finalmente, es Toño Ciruelo, no Antonio Ciruelo, alguien que mete miedo e infunde respeto.


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